ROMA, miércoles 30 de marzo 2011 (ZENIT.org).- “Un laboratorio, una escuela y una casa de comunión”: así ha definido el Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa (CCEE) sus 40 años de servicio de la Iglesia en Europa.
En una carta dirigida a los Obispos del viejo continente, se recuerda que desde sus orígenes, el CCEE fue concebido como “un organismo que debería respirar ‘con dos pulmones’ y que debería acoger a la jerarquía eclesiástica de todo el continente europeo”.
El CCEE -continúa la presidencia- “puede ser considerado un fruto del Concilio Vaticano II y de la profundización de la verdad eclesiológica de la comunión de los obispos, matizada con un acento especial propio de aquel tiempo”.
De hecho, hacia el final del Vaticano II, el 18 de noviembre de 1965, se desarrolló un encuentro que reuniendo a los Presidentes de 13 Conferencias episcopales europeas, organizaron un comité, constituido por 6 delegados de los episcopados y un secretario de enlace, para pensar en la colaboración futura entre las Conferencias episcopales de Europa. La responsabilidad se confió a monseñor Roger Etchegaray.
Las primeras normas del CCEE -presidido por el cardenal Péter Erdő, arzobispo de Esztergom-Budapest- fueron aprobadas el 25 de marzo de 1971. Hoy tiene como miembros a las 33 Conferencias episcopales presentes en Europa, representadas de derecho por sus Presidentes, los arzobispos de Luxemburgo, del Principado de Mónaco, de Chipre de los Maronitas y el obispo de Chişinău (República de Moldavia).
“El CCEE no ha sido nunca un organismo ‘fuerte’ -se lee en la carta- con grandes estructuras y con gran visibilidad en la escena política y social. Se ha preferido recorrer una vía más discreta, intentando convertir nuestras reuniones en lugares de oración, de encuentro de amistad, de diálogo, de intercambio, de confianza, de información, de debate sobre los problemas comunes”.
“De esta manera -continuó después- hemos aprendido a sentirnos más que nunca una única Iglesia católica, a tener respeto por la diversidad de situaciones y de sensibilidades, a hacernos cargo de las cargas y de los problemas de los demás, a intensificar los proyectos de colaboración y de ayuda en una óptica de intercambio de dones”.
En el precisar los ámbitos de trabajo en los que el Consejo está trabajando, los tres cardenales que están a la cabeza del CCEE, recuerdan como la atención principal de este organismo eclesial europeo está “dirigida hacia el hombre en Europa, a su situación personal, social y espiritual”.
“Pensamos en particular -añaden- en las cuestiones relacionadas con las migraciones y a los problemas relacionados con la caída demográfica: la familia, la educación y la cultura del respeto por la vida para defenderla en todas sus fases, desde su concepción hasta su muerte natural. Sólo la cultura del amor y de la vida podrán garantizar un futuro”.
“Amar al hombre -continúan- significa para nosotros también, dar, sobre todo, a cada uno la posibilidad de encontrar y conocer a Jesucristo. Por este motivo la CCEE está particularmente comprometida con la evangelización y el cuidado de la fe”.
En un mensaje enviado para este evento, el cardenal Angelo Bagnasco, arzobispo de Génova y presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, espera que “la CCEE pueda continuar en su misión de estos años para profundizar cada vez más el el vínculo entre la evangelización y cultura de nuestro tiempo, y para mostrar que el cristianismo no es sólo un don que hay que preservar, sino que también es el deber que nos espera para reinterpretar el mundo en el que vivimos, a partir del hombre ‘creado a imagen y semejanza de Dios’”, y por los valores fundamentales de la vida, del matrimonio entre un hombre y una mujer, de la familia, de la libertad religiosa y educativa.
“Sin un respeto real de estos valores primarios que constituyen la ética de la vida -añade- es ilusorio pensar en un ética social que quisiera promover el hombre, pero que en realidad lo abandona en los momentos de mayor fragilidad”.
Por su parte, monseñor Anton Stres, presidente de la Conferencia Episcopal Eslovena y arzobispo metropolita de Ljubljana, ha dicho que “desde que Europa ‘respira con ambos pulmones’, las Iglesias particulares que forman parte de la CCEE, cooperan en la conservación y el desarrollo del patrimonio espiritual común, en la comprensión recíproca y en la colaboración ecuménica, uniendo así el propio compromiso para un armónico testimonio cristiano”.
Monseñor Franjo Komarica, obispo de Banja Luka y presidente de la Conferencia Episcopal de Bosnia y Herzegovina, ha escrito en un mensaje que “como uno de los muchos frutos buenos del abundante Concilio Vaticano II, esta nueva institución es, como otras parecidas en los demás continentes, obra del Espíritu Santo ciertamente, para la Iglesia y para la humanidad de nuestro tiempo”.
“Sólo Dios sabe -concluyó- cuantos frutos preciosos han producido los consejos recíprocos y las consultas frecuentes y las relaciones cada vez más estrechas entre las Conferencias Episcopales a nivel continental, así como a nivel intercontinental, sea para la Iglesia sea para nuestra sociedad contemporánea”.