MADRID, viernes 19 de agosto de 2011 (ZENIT.org).- Yo Juan Pablo,… sucesor de Pedro en la sede de Roma y Pastor de la Iglesia universal, desde Santiago, grito con amor a ti, vieja Europa: reencuéntrate a ti misma, redescubre tus orígenes, reaviva tus raíces, vuelve a vivir de los valores auténticos que han hecho gloriosa tu historia y beneficia con tu presencia a los demás continentes… tú puedes ser todavía un faro de civilización y estímulo de progreso para el mundo”.
Nunca antes las palabras pronunciadas por Juan Pablo II hace veintidós años en Finis Terrae, el confín del continente europeo, fueron tan actuales como en estos días. Europa parece perdida en medio de una profunda crisis. El relativismo cultural, considerado por muchos como la receta más segura para la paz social, se ha convertido en causa de enormes y continuos conflictos. Los recientes disturbios en Inglaterra han mostrado al mundo entero a jóvenes dispuestos a quemar o a asesinar para apropiarse de un móvil nuevo. Detrás de estos teenagers no están los padres, no está la familia, no hay cultura, ni siquiera hay sociedad. Muchos jóvenes crecen sin Dios y sin ley, como si fuesen los nuevos bárbaros, donde la única forma de familia o de grupo social es la banda. La crisis económica que parece agravarse es sólo la manifestación externa de una cultura que ha renegado de sus raíces cristianas y que va a la deriva. Divorcios, abortos, adulterios: el caos de las vidas personales se refleja a nivel social, económico y político. La destrucción de la familia es la mayor causa de empobrecimiento y el descenso demográfico impide la recuperación económica. Ningún partido se atreve a “cortar” los beneficios concedidos, pero que la economía ya no puede sostener, y que recurre a un mayor endeudamiento, destruyendo el futuro de las nuevas generaciones; de esta manera la crisis moral se convierte en crisis económica y la democracia se transforma en demagogia.
Juan Pablo II vio en el horizonte los gravísimos peligros hacia los que va Europa y el mundo occidental y sobre todo, las nuevas generaciones. Las Jornadas Mundiales de la Juventud nacieron de esta visión profética: hacer experimentar a los jóvenes la belleza de la experiencia del Cristianismo, para poder vivir la vida abandonados en Dios y por tanto, poder experimentar la vida eterna. Hacer gustar a los jóvenes, sedientos de eternidad, la dimensión eterna de sus existencias.
El Camino Neocatecumenal ha participado desde el principio en las Jornadas Mundiales de la Juventud, llevando a muchos jóvenes que han tenido experiencias bellísimas. Este año se calcula que casi doscientos mil jóvenes de las comunidades neocatecumenales estarán presentes en Madrid. Muchos de los jóvenes que están llegando en estos días son hijos de los jóvenes que se reunieron en el ’89 en Santiago, o en el ’93 en Denver y que hoy, casados y con familias numerosas, dirigen a grupos de peregrinos.
De Estados Unidos han ido 5.000 jóvenes de las comunidades neocatecumenales: muchos de ellos han aterrizado en Inglaterra y están evangelizando a sus coetáneos por las calles, en los restaurantes, en las plazas, anunciándoles la vida eterna, abriéndoles un camino de retorno a Dios y de esperanza para sus vidas, justo en los barrios donde en días pasados sucedían los disturbios y donde, todavía, se pueden observar los daños ocasionados por los destrozos y los incendios de las calles.
Estos grupos que están recorriendo las calles de toda Europa, no están haciendo turismo; en cada etapa del viaje se detienen en la plaza principal o en centros comerciales, y anuncian su experiencia de Cristo; la gente se queda sorprendida, viendo a tantos jóvenes que creen que la vida tiene un sentido, que tienen una perspectiva, que tienen esperanza. Muchos ingleses, viendo las multitudes de jóvenes que, en vez de romper tiendas, hablaban de Dios y que iban a Madrid a ver al Papa, quedaban estupefactos y se asomaban por las ventanas (incluso desde un tercer piso), preguntando: “¿Quién sois? ¿De dónde venís?”.
«La peregrinación simboliza vuestra vida”, dijo Juan Pablo II, hablando a los jóvenes en 1982.“Significa que no queréis instalaros, que os resistís a todo lo que intenta apagar vuestras energías, sofocar vuestras preguntas, cerrar vuestro horizonte. Se trata de ponerse en camino, aceptando el desafío de la intemperie, afrontando los obstáculos, sobre todo los de vuestra propia fragilidad, perseverando hasta el final”.
El peregrino deja su patria para buscar la verdadera patria; en el pasado, antes de partir, se celebraba casi un segundo bautismo: hacía una confesión general, se reconciliaba con los enemigos y pedía perdón a todos, saldaba todas sus deudas, dejaba todo, hacía testamento y se revestía con una ropa que lo acompañaría varios años o lo que le quedaba de vida. ¿Cómo entender, con nuestra mentalidad que ve en el confort y en la seguridad, la expresión máxima de la felicidad, una experiencia que considera el culmen de la vida humana, el abandono de todas las riquezas y comodidades a favor de una vida de mendicante? Aún más, en el abandono total y confiado a la Providencia de Dios, el peregrino descubre una libertad y una calidad de vida, también desde un punto de vista meramente humano, superior a la que la riqueza o la seguridad pueden procurar.
Anthony Palombo, hijo de un bombero que murió en las Torres Gemelas, ha ido a la peregrinación con un grupo de Nueva York. Anthony es el primogénito de diez hijos, y hace algunos años entró en el seminario para convertirse en presbítero; su madre lucha desde hace dos años contra el cáncer; entrevistado en Londres por la radio, ha contado como Jesús vino a buscarlo a través del Camino Neocatecumenal, cuando se encontraba en una crisis profunda por la muerte de su padre y buscaba refugio en la droga, en el alcohol y en el sexo. A través de este encuentro de amor con Cristo, Palombo vio que incluso el cáncer de su madre era una bendición de Dios, descubriendo que Dios es su Padre y que no le da nada que sea malo.
“Escuchando su experiencia”, comentó la entrevistadora, “se ve la necesidad de despertar la conciencia moral de los jóvenes después de la violencia de estos días. ¿Qué podrían hacer los gobiernos y las comunidades de fe para promover la ética, un nuevo sentido de moralidad?”.
“Intentar promover un nuevo sentido de moralidad golpeando la cabeza de la gente con el mazo de la ley no funciona; – ha respondido Anthony – no se convierte a nadie tratando de meter en la cabeza los diez mandamientos; lo primero es el anuncio del amor de Dios, descubrir que Dios te ama y lo que quiere para ti, lo que es bueno para ti: esto es lo que cambia la vida de la gente.
Cuando entendí que las cosas que me decían mis padres y que escuchaba en la Iglesia, eran verdaderas, que era verdad que la droga, el sexo y el alcohol no me hacían feliz y que, sin embargo, Dios me ofrecía lo que me da la felicidad: esto cambió mi vida. Cuando tus amigos ven que eres feliz no cuando robas o fornicas o tomas drogas. Experimentar que Dios te ama: esto anuncia una nueva moralidad. Este es el anuncio que estamos haciendo aquí, en Londres, y que es muy importante: ver a la gente con una nueva moral y ver lo felices que son viviendo de un modo distinto. En estos días, cuando evangelizamos por las calles. Oyendo la experiencia de mi padre muerto en las torres y de mi madre con el cáncer, me preguntan: “¿Por qué?¿Por qué Dios permite estas cosas?”. Yo, a través de la Iglesia, he visto que Dios está presente también en el sufrimiento de mi madre que lucha contra el cáncer. La gente se queda estupefacta, pero en mi casa encuentras una alegría que no se encuentra en otra parte. Podemos afrontar el sufrimiento de un modo distinto de quien no tiene a Dios”.
En Londres, otro grupo proveniente de New Jersey se encontró con una chica que h
abía perdido a su padre hace tres meses. Después de este suceso, la chica había comenzado a beber y a tomar drogas. Mientras estaba borracha fue violada tres veces y terminó viviendo en la calle. En esta situación recibió el anuncio que realizaban estos jóvenes y que la impresionó muchísimo, también porque la noche anterior había soñado que dos jóvenes le traerían una buena noticia y que con ellos iría a una gran tienda blanca a escucharles. Los dos jóvenes. Andrés y Bill, le preguntaron que pensaba que fuese esa gran tienda blanca. Y esta chica, que en sólo tres meses se había precipitado a un abismo sin esperanza, respondió: “Seguramente es la Iglesia”.
Muchos jóvenes están esperando algo que ni la política, ni la educación ni la recuperación económica pueden darles: es la buena noticia de que Dios les quiere y de que sus vidas tienen un sentido.
“El mundo sin Dios se convierte en un ‘infierno’”, dijo Benedicto XVI, al anunciar la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid: “prevalecen los egoísmos, las divisiones en las familias, el odio entre las personas y entre los pueblos, la falta de amor, de alegría y de esperanza. Al contrario, donde las personas y los pueblos acogen la presencia de Dios, adorándolo en la verdad y escuchando su voz, se construye concretamente la civilización del amor, en el que cada uno es respetado en su dignidad, crece la comunión, con los frutos que esta lleva consigo”.
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* Giuseppe Gennarini es responsable del Camino Neocatecumenal en Estados Unidos