ROMA, domingo 28 de agosto de 2011 (ZENIT.org).- Al acercarse el décimo aniversario de los atentados del 11 de septiembre, aún sigue vivo el debate sobre el papel de la religión en los conflictos y en la política.

El reciente libro “Religion, Identity, and Global Governance: Ideas, Evidence, and Practice” (Religión, Identidad y Gobierno Global: Ideas, Evidencias y Prácticas) (University of Toronto Press) hace una valiosa aportación a este debate. Editado por Patrick James, de la Universidad del Sur de California, recoge muchas de las actas de una conferencia celebrada en octubre de 2007.

John F. Stack, profesor en la Universidad Internacional de Florida, analizaba en uno de los capítulos del libro el desafío a la teoría de las relaciones internacionales. Incluso antes de los acontecimientos de la última década estaba claro que la religión, lejos de haber desaparecido, es todavía una poderosa fuerza global, señalaba.

Dentro de Estados Unidos, por ejemplo, las influencias protestantes y evangélicas han desempeñado un importante papel en la política interior. La religión ha vuelto a los países de la antigua Unión Soviética desde que cayera el comunismo y la influencia del islam ha sido evidente en África, Asia y Europa.

No obstante, Stack observaba que la teoría de las relaciones internacionales ha ignorado el papel de la religión. En muchos casos, durante el siglo XX, los pensadores influyentes en ciencias sociales teorizaban que la religión no sólo era irrelevante, sino que desaparecería de modo gradual.

La supervivencia de la religión y su evidente influencia en la política ha obligado, con posterioridad, a un cambio de perspectiva. La religión es importante, explicaba Stack, y es una dimensión básica de la vida humana que influye en la cultura, la tradición y las visiones del mundo.

“Las creencias religiosas pueden no satisfacer a los expertos sociales de Occidente que estudian el comportamiento de los individuos, grupos, movimientos sociales, o estados, pero resuena profundamente en los valores y opciones más básicas”, afirmaba Stack.

Dicho esto, admitía que en ocasiones resulta difícil evaluar el papel concreto de la religión y discernir si la religión es una mera tapadera de otros factores étnicos, culturales o de afirmación de un grupo.

Reacción laicista y burbujeante

En la última década se ha vivido una verdadera explosión de estudios sobre religión y asuntos internacionales, escribía Ron E. Hassner en su capítulo. Hassner, profesor adjunto en la Universidad de California en Berkeley, decía que se habían publicado más libros sobre el islam y la guerra desde el 11 de septiembre que desde la invención de la imprenta hasta esa fecha.

Deploraba lo que calificaba de “reacción laicista y burbujeante” que ha caracterizado a un buen número de libros.

“Rechazar la religión como una forma peligrosa de demencia de grupo no es sólo irracional, también es inútil, porque no se puede rechazar la religión y, a la vez, esperar entenderla”.

Escritores como Richard Dawkins, Sam Harris y Christopher Hitchins muestran un flagrante doble rasero, acusaba Hassner. Siempre que la religión se asocia con la guerra estos escritores afirman que hay una relación causal. Al mismo tiempo, rechazan como falsa cualquier asociación con la promoción de la moral, la cultura o la ciencia.

En su aportación, Cecilia Lynch, profesora de la Universidad de California, proponía una postura de estudio de la religión marcadamente diferente de la de Dawkins y otros. Es importante tener en cuenta la práctica de la religión y no únicamente la doctrina, afirmaba.

Tenemos que entender también que la religión, aunque proporciona directrices éticas, siempre hay espacio para la interpretación. Las doctrinas y tradiciones religiosas, afirmaba Lynch, no pueden cubrir todas las posibilidades a la hora de prescribir un comportamiento.

Debemos considerar además la creencia y práctica religiosa como algo conformado por las circunstancias y tradiciones históricas, además de por factores económicos y sociales contemporáneos.

Una de los aspectos de la religión en los que Lynch se centraba era su compromiso con la actividad humanitaria. Debido a algunos conflictos de las últimas décadas que implicaban tanto a cristianos como a musulmanes, sus organizaciones humanitarias respectivas han comenzado a trabajar juntas.

A esto hay que añadir que las organizaciones laicas han tenido que adaptarse, al trabajar en sociedades de mayoría musulmana. Desde los acontecimientos del 2001, sin embargo, algunos países miran con recelo a las organizaciones humanitarias islámicas.

Guerra justa

James L. Heft, sacerdote marianista y profesor en la Universidad del Sur de California, analizaba la doctrina de la guerra justa y cómo la interpretaba Juan Pablo II.

Según Heft, Juan Pablo II desarrolló una comprensión de las enseñazas de la guerra justa que hizo más difícil justificar la guerra, y también las encuadró en un marco ético que hacía hincapié en los medios no violentos de resolución de conflictos.

Esta tendencia se inició mucho antes de Juan Pablo II, explicaba Heft. Tras la pérdida por parte de la Iglesia católica de los Estados Pontificios y su poder temporal, esta se vio libre para defender mejor los derechos de los demás y la llevó a oponerse a guerra con mayor intensidad. Este desarrollo fue especialmente evidente en la encíclica de Juan XXIII Pacem in Terris, publicada en 1963.

El 4 de octubre de 1965, el Papa Pablo VI, dirigiéndose a las Naciones Unidas, exclamaba: “¡No más guerra, la guerra nunca más!”.

Heft describía cómo en sus encíclicas y discursos Juan Pablo II defendía los derechos humanos y se oponía repetidamente a la guerra. No descartaba enteramente el uso de la fuerza, pero lo limitaba y circunscribía cuidadosamente.

Los acontecimientos de 1989, que determinaron la liberación sin guerra de Europa del Este, confirmaron las convicciones del Papa en la fuerza de los métodos no violentos, afirmaba Heft. Algo que mencionaba dos años después en su encíclica “Centessimus Annus”. En años posteriores Juan Pablo II se opondría con firmeza a la invasión de Irak.

Heft señalaba, sin embargo, que Juan Pablo II apoyó con cautela el derrocamiento del gobierno talibán de Afganistán. En su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz del 2002, afirmó que hay un derecho a defenderse contra el terrorismo. Junto a esto, también defendió la intervención humanitaria en la antigua Yugoslavia.

En general, la conciencia de Juan Pablo II de las consecuencias de la guerra le hizo muy reacio a apoyar la violencia, aunque no es correcto presentarlo como un pacifista, concluía Heft.

Religión y resolución de conflictos

Tratando el tema de la paz, Robert B. Lloyd abordaba la cuestión de los enfoques para la resolución de conflictos basados en la religión. Lloyd, profesor adjunto en la Universidad de Pepperdine, señalaba que personalidades, como la antigua secretaria de estado norteamericana, Madeleine Albright, habían afirmado que la diplomacia basada en la religión es una herramienta útil de política exterior.

Lloyd centraba su atención en el cristianismo. El mundo no ha carecido de mediadores, señalaba, pero el mediador cristiano difiere debido a la formación recibida en una comunidad religiosa concreta.

Lloyd hablaba de la larga historia de mediación de la Iglesia católica. El Tratado de Tordesillas de 1494, auspiciado por el Papa Alejandro VI, resolvió el conflicto entre España y Portugal por el control de las tierras recién descubiertas en Asia, África y las Américas.

Más recientemente, en 1984, se firmó un tratado entre Chile y Argentina para resolver una disputa sobre las islas del Canal de Beagle. La mediación de la Iglesia ayudó a resolver un conflicto que llevó a los dos países al borde de la guerra.

Lloyd también hacía referencia a la Comunidad de San Egidio de Roma. Desempeñó un papel clave en la medicación para poner fin a una guerra de 15 años en Mozambique.

¿Hay algo que distinga la mediación cristiana? Lloyd identificaba algunas diferencias. Los cristianos hacen hincapié en la reconciliación o en la construcción de nuevas relaciones donde no existían, afirmaba.

Otra preocupación es el resultado justo. El tema importante de la justicia que se encuentra en las Escrituras proporciona una motivación adicional para los cristianos, si se les compara con otros mediadores.

Una tercera característica mencionada por Lloyd es la preferencia por la negociación y, sobre todo, por establecer líneas de comunicación que no habían existido entre las partes en conflicto.

Como sus colegas laicos, los mediadores cristianos no siempre tienen éxito, pero Lloyd señalaba que esto muestra cómo una fuerte identidad religiosa no sólo es fuente de conflicto sino también un medio de paz y reconciliación.

Por el padre John Flynn, L. C.