El Señor quiso sufrir la tentación para enseñarnos con su ejemplo

Palabras de Benedicto XVI en el Ángelus del I Domingo de Cuaresma

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CIUDAD DEL VATICANO, domingo 26 febrero 2012 (ZENIT.org).- A las doce de hoy, I Domingo de Cuaresma, Benedicto XVI se asomó a la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico Vaticano para recitar el Ángelus con los fieles y los peregrinos llegados a la plaza de San Pedro. Ofrecemos las palabras del papa al introducir la oración mariana.

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¡Queridos hermanos y hermanas!
En este primer domingo de Cuaresma, encontramos a Jesús que, después de haber recibido el bautismo en el río Jordán por Juan el Bautista (cf. Mc. 1,9), es tentado en el desierto (cf. Mc. 1,12-13). La narración de san Marcos es concisa, desprovista de detalles que leemos en los otros dos evangelios de Mateo y de Lucas. El desierto del que se habla tiene diversos significados. Puede indicar el estado de abandono y de soledad, el «lugar» de la debilidad del hombre, donde no existe apoyo ni seguridad, donde la tentación se hace más fuerte. Pero también puede indicar un lugar de refugio y amparo, como lo fue para el pueblo de Israel, escapado de la esclavitud egipcia, donde se puede experimentar de una manera especial la presencia de Dios. Jesús «permaneció en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás.» (Mc. 1,13). San León Magno comenta que «el Señor ha querido sufrir el ataque del tentador para defendernos con su ayuda y enseñarnos con su ejemplo» (Tractatus XXXIX, 3 De ieiunio quadragesimae: CCL 138 / A Turnholti, 1973, 214-215) .

¿Qué puede enseñarnos este episodio? Como leemos en el libro de la Imitación de Cristo, «el hombre nunca está totalmente libre de la tentación, mientras viva… pero con la paciencia y con la verdadera humildad nos haremos más fuertes que cualquier enemigo.» (Liber I, c. XIII , Ciudad del Vaticano 1982, 37); la paciencia y la humildad para seguir todos los días al Señor, aprendiendo a construir nuestra vida no fuera de él o como si no existiera, sino en Él y con Él, porque es la fuente de la vida verdadera. La tentación de quitar a Dios, de poner orden solos en sí mismos y en el mundo, contando solo con las propias capacidades, ha estado siempre presente en la historia del hombre.

Jesús proclama que «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca»(Mc. 1,15), anuncia que en él sucede algo nuevo: Dios habla al hombre de una manera inesperada, con una cercanía única, concreta, llena de amor; Dios se encarna y entra en el mundo del hombre a tomar sobre sí el pecado, para vencer el mal y traer a la persona al mundo de Dios. Pero este anuncio está acompañado de la obligación de corresponder por un regalo así de grande. De hecho, Jesús añade: «Conviértanse y crean en el Evangelio» (Mc. 1,15); es una invitación a tener fe en Dios y a adecuar cada día de nuestras vidas a su voluntad, dirigiendo todas nuestras acciones y pensamientos hacia el bien. El tiempo de Cuaresma es el momento preciso para renovar y mejorar nuestra relación con Dios mediante la oración diaria, los actos de penitencia, las obras de caridad fraterna.

Roguemos fervientemente a la Santísima Virgen María, que acompañe nuestro camino cuaresmal con su protección y nos ayude a inculcar en nuestros corazones y en nuestra vida las palabras de Jesucristo, para convertirnos a Él. Encomiendo también a vuestras oraciones, la semana de ejercicios espirituales que esta tarde empezaré con mis colaboradores de la Curia Romana.

Traducido del italiano por José Antonio Varela V.

©Librería Editorial Vaticana

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ZENIT Staff

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