ROMA, jueves 8 marzo 2012 (ZENIT.org).- El Colegio Pontifico Norteamericano, ubicado en el Janículo --la octava colina de Roma--, fue anfitrión este jueves de un panel de actualidad y urgencia: Construyendo puentes de oportunidad: Migración y diversidad, organizado por la embajada de los Estados Unidos de Norteamérica ante la Santa Sede.
Al evento acudieron académicos, diplomáticos, religiosos y periodistas, quienes siguieron con atención las intervenciones de un destacado panel integrado por el presidente del pontificio consejo de la Cultura, cardenal Gianfranco Ravasi, por el observador permanente de la Santa Sede ante la ONU, el arzobispo Silvano María Tomasi, CS, y por el doctor Demetrios Papademetriou , presidente y cofundador del Migration Policy Institute, con sede en Washington DC. Como moderador estuvo el embajador estadounidense ante la Santa Sede, el teólogo Miguel H. Díaz, un símbolo real de la integración y de la diversidad, dada sus raíces cubanas.
El escenario no podía ser más propicio, más aún si tenemos en cuenta que en el colegio norteamericano se preparan casi 230 seminaristas de Estados Unidos, quienes al volver se dedicarán a atender entre sus fieles a un número cada vez mayor de católicos hispanos, los cuales viven en esas tierras no solo trayendo problemas --como a veces se les cataloga--, sino portando su fe viva, sus esperanzas, su buena fama para el trabajo, y también nuevos hijos en un país que envejece. Una población migrante que, según estimaciones para el año 2050, será el 29% del total de los residentes en Estados Unidos, superando al doble a los afroamericanos y reduciendo la brecha con los blancos no hispanos en tan solo 23%.
Una atención especial tendrá que darse a los de raíz hispana de la llamada segunda generación (con un padre nacido fuera) o la de tercera (cuyos ambos padres son nacidos en EUA). Esto con el fin de rescatar bases culturales que van desde el idioma y las tradiciones, hasta los valores de la fe católica, la familia y la solidaridad, todos muy arraigados en las comunidades latinoamericanas de origen, aunque exista un riesgo latente de perderlas progresivamente si no hay un acompañamiento serio al respecto.
Lo que los técnicos ven como fenómeno a resolver, la Iglesia lo ve como potencialidad; esta fue una idea clarísima que salió en el debate de hoy. En su intervención, el cardenal Ravasi expuso tres modelos por los que pasa todo proceso migratorio: el modelo de la movilización, que lleva a un pueblo con su cultura hasta donde está el otro, generando a veces desencuentros y rechazo, aunque a veces aceptación y acogida como se ve en la biblia. Otro es el modelo de la interculturalidad, que tiene la característica de ser estático, donde cada cultura o grupo étnico tiene su espacio, conviven, pero no siempre se integran. Y finalmente existe el modelo intercultural --muy hablado y recomendado hoy en día--, que resulta ideal por su dinamismo, ya que es allí donde nos confrontamos con el otro, rescatamos sus valores; en que no imponemos sino proponemos lo nuestro, y donde las visiones diferentes del mundo se entrecruzan para hacer brotar la reciprocidad, el diálogo y la coexistencia. Fue así que el alto prelado recomendó para todo ello, una "gramática del encuentro".
El arzobispo Silvano Tomasi intervino respaldado por su experiencia de casi una década en el trabajo pastoral con los migrantes en la Conferencia Episcopal de Estados Unidos, y en la misma Santa Sede, hasta que fue destinado a importantes cargos como nuncio apostólico en Etiopia y Eritrea y más recientemente en Naciones Unidas, donde su última gestión exitosa fue la incorporación de la Santa Sede como miembro pleno de la Organización Internacional para las Migraciones, con sede en Ginebra.
En su exposición explicó que la lectura que se tiene de los gobiernos es que el tema migratorio pasa por políticas de fronteras, seguridad, leyes punitivas en los parlamentos y de los gobiernos locales, así como en políticas laborales precisas para los extranjeros. Lo que no se constata mucho es lo relativo a mecanismos de integración del migrante con la sociedad que lo acoge, su desarrollo integral o la poca actuación local de los gobiernos y organismos, que muchas veces siguen las tendencias globales. El experimentado diplomático fue enfático al afirmar que los migrantes tienen en la iglesia a un aliado, que siempre los ha visto como parte de una ‘gran familia humana’, reconociendo de inmediato su aporte constructivo allí donde emigran, pues en la mayoría de los casos son portadores de una identidad rica de valores, son solidarios y saben integrarse, compartiendo y asimilando cultura.
Finalizó el debate con la contribución del presidente Papademetriou sobre las realidades que acompaña su institución en Estados Unidos, resaltando que a través de las décadas han habido medidas legislativas que han protegido paulatinamente al migrante en lo referido al derecho al voto, al estudio o recibiendo los debidos subsidios por pobreza o desocupación. Destacó que en Canadá, el multiculturalismo es hoy un derecho reconocido por la constitución, lo que es promovido desde las diversas esferas de la sociedad.
Es oportuno sacar a relucir lo expresado a nuestra agencia en agosto de 2010 por el obispo de Little Rock en Arkansas, monseñor Anthony Taylor, en el sentido de que si hay necesidad de sobrevivencia para uno mismo o para su familia, entonces "emigrar no es un pecado".
Por José Antonio Varela Vidal