ROMA, viernes 23 marzo 2012 (ZENIT.org).- Nuestra columna «En la escuela de san Pablo…» ofrece el comentario y la aplicación correspondiente para el 5º domingo de Cuaresma.
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Pedro Mendoza LC
«El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente, y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen». Heb 5,7-9
Comentario
La carta a los Hebreos nos presenta a Cristo Jesús como Sumo Sacerdote (4,14–5,10). En 4,14-16, con una forma de exhortación, el autor de la carta afirma que Cristo es nuestro Sumo Sacerdote a quien debemos acudir, robustecidos en la fe. Como fundamento de esta exhortación anuncia dos cualidades distintivas de este Sumo Sacerdote: su capacidad de compasión y su radical solidaridad con nosotros, excepto en el pecado. En la sección siguiente (5,1-4) ofrece una definición descriptiva del Sumo Sacerdote de la antigua alianza según la función y las condiciones que le eran atribuidas. Tres eran las características esenciales: a) su condición de elegido de entre los hombres para tomarse cuidado de los hombres en lo que se refiere a Dios; b) la finalidad: para ofrecer dones y sacrificios por los pecados; y c) la modalidad: recibir la investidura directamente de Dios. Pero en la formulación de esta definición toma como punto de referencia la experiencia de Cristo, releída bajo la óptica del sacerdocio bíblico. Por ello, a continuación, aplica esta definición a Cristo (5,5-10), quien por una parte continúa, pero por otra trasciende infinitamente la mediación sacerdotal de la antigua alianza. Aquí es donde se coloca la lectura de este 5º domingo de Cuaresma.
A partir del cap. 5 el autor nos ayuda a comprender el sacerdocio de Cristo a partir especialmente de su actitud de solidaridad y compasión en relación con los pecadores. Después de haber señalado el derecho que tenía Cristo Jesús al sacerdocio, ahora nos muestra su ofrecimiento sacerdotal hecho en los días de su vida mortal. Como el Sumo Sacerdote ofrecía dones y sacrificios por los pecados (v.1), Jesús también hizo su ofrecimiento –oraciones y súplicas acompañadas de poderosos clamores y lágrimas (v.7a). La descripción realizada por el autor abraza no un episodio fortuito de la vida terrena de Jesús, sino más bien toda la pasión contemplada en su conjunto como un abrumador acto de intercesión (vv.7-9). De esta forma apreciamos la donación total de Jesús que se concreta en un sufrimiento extremo y en la muerte, pero este sufrimiento y agonía son sacerdotales.
¿Qué es lo que ofreció? Ofreció «ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte» (5,7). La materia de la ofrenda de Jesús son los sucesos dramáticos que ponían en juego su vida y con ella toda su obra y la revelación misma de su persona (cf. Mt 27,40). La finalidad de su plegaria no aparece concretada. Pero podemos intuir que se trataba no de evitar la muerte en cuanto tal, aunque su naturaleza se resistiera a ella. Más bien, aceptada con su amor esa prueba de la muerte, la plegaria de Jesús estaba dirigida a invertir el curso de los acontecimientos mediante un triunfo sobre la muerte.
No obstante la vehemencia y los gritos que acompañaron la oración de Cristo, ésta continuó siendo una plegaria auténtica de «respeto religioso» (es la traducción más correcta de la última palabra del v.7, y corresponde a lo que la biblia llama «el temor de Dios»). Por consiguiente, en su plegaria Cristo se mantuvo siempre en actitud de apertura y disponibilidad a la iniciativa divina. Por eso fue escuchado. Su ofrenda resultó agradable al Padre, quien respondió transformando el curso de los acontecimientos, de una manera paradójica. En efecto, Cristo muriendo triunfó sobre la muerte (cf. 2,14). La transformación de esos acontecimientos no fue desde el exterior, por medio de una intervención divina milagrosa, sino desde dentro de ellos mismos, gracias a la adhesión de Cristo a la acción transformadora de Dios.
Profundizando un poco más en esta acción transformadora de Dios vemos cómo esa plegaria de Cristo en la agonía, hecha diálogo con el Padre, desembocó en la unión de sus voluntades (cf. Mt 26,42) y en la realización de una obra común (cf. Jn 16,30). Por una parte, el Padre actúa escuchando al Hijo. Y, por otra parte, el Hijo responde cumpliendo la voluntad del Padre. De este modo paralelo y paradójico el autor de la carta a los Hebreos expresa este misterio de la pasión, permitiéndonos asomarnos en el corazón de las personas divinas que en él intervienen. Describe la pasión a la vez como una plegaria escuchada y como una obediencia dolorosa. Cristo «ofreció plegarias […] y fue escuchado» (Heb 5,7), pero al mismo tiempo «con lo que padeció experimentó la obediencia» (5,8).
La última frase del texto de la lectura dominical expresa el resultado de la ofrenda obediente de Cristo: ésta le convirtió en el Sumo Sacerdote perfecto (5,9). El resultado es maravilloso y sobreabundante en gracias. No solamente quedó transformado el acontecimiento de la pasión y muerte de Cristo que, en vez de trocarse en catástrofe se convirtió en triunfo, sino que en ese acontecimiento la humanidad misma de Jesús quedó transformada. Al abrazar el culmen del sufrimiento humano y al abrir este sufrimiento a la acción de Dios, Cristo «llegó a la perfección» y se convirtió en «causa de salvación eterna» para todos los que aceptan ser conducidos por Él. En otras palabras, se convirtió en el perfecto mediador.
Aplicación
Permitir a Cristo ser para nosotros «causa de salvación eterna».
La liturgia de este 5º domingo de Cuaresma nos ayuda a comprender la dimensión universal del sacrificio de Cristo, que celebraremos en el Triduo pascual. El Evangelio nos hace ver que la fe en Cristo comienza también a difundirse entre los paganos, como sucede con aquellos griegos que «deseaban ver a Jesús». En esa prospectiva universal se coloca la 1ª lectura en la que el profeta Jeremías anuncia la Nueva Alianza, una alianza universal: «Todos me conocerán», dice Dios. Del mismo modo, en la 2ª lectura, el autor de la carta a los Hebreos retoma y profundiza, con la descripción del desenlace de la pasión de Jesús, en su salvación alcanzada a todos los hombres.
La primera lectura (Jer 31,31-34) nos presenta el gesto sorprendente de la misericordia de Dios que busca al hombre para salvarlo. En el momento más terrible de la historia del pueblo hebreo, que por su infidelidad ha sufrido la destrucción del templo y de Jerusalén y el exilio, el Señor no renuncia a su plan de salvación. Él proyecta en esas circunstancias una Nueva Alianza con su pueblo, mucho más bella que la Alianza del Sinaí: «He aquí que días vienen –oráculo de Yahveh– en que yo pactaré con la casa de Israel (y con la casa de Judá) una nueva alianza» (v.31). Su Alianza nueva será universal, pues todos los hombres podrán gozar de los dones y beneficios que ella conlleva, y se fundará no sobre lazos de raza o nación de pertenencia, sino sobre la unión íntima establecida con Dios, a quien todos «conocerán».
En el Evangelio de este domingo (Jn 12,20-33), san Juan nos refiere un episodio del último período de la vida pública de Jesús. Mientras se encuentra en Jerusalén con ocasión de la fiesta de Pascua, algunos griegos que habían subido para dar culto durante esta fiesta se acercan a uno de sus discípulos, a Felipe, y le expresan su deseo de ver al Maestro. Ante estos hechos, Jesús confirma que «ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo de hombre». Es a través de ese gesto como el Maestro reconoce que su «hora de glorificación» ha llegado. Esto es: ha llegado el mome
nto de llevar a término su sacrificio redentor, «siendo levantado de la tierra». De este modo «atraeré a todos hacia mí» y su salvación alcanzará a todos los hombres que lo acojan con fe.
La pasión de Cristo es un evento extraordinario de su amor por nosotros. El pasaje de la carta a los Hebreos (5,7-9) lo presenta como el momento más expresivo de esa capacidad suya de compasión y de esa radical solidaridad suya con nosotros, excepto en el pecado, que caracterizan al Sumo Sacerdote de la Nueva Alianza. Su amor se ha traducido en la donación más generosa y plena: nos ha amado hasta dar su vida por nosotros. Nuestra respuesta está llamada a ser la de una plena acogida en la fe y el amor de su sacrificio redentor por nosotros. En él tenemos la muestra más contundente de su amor universal, pues Cristo quiere ser para nosotros y para cada hombre «causa de salvación eterna».