Por Andrea Baciarlini*
ROMA, viernes 6 abril 2012 (ZENIT.org).– «Vayan y prepárenos la Pascua para que la comamos» (Lc. 22,8).Llega la gran fiesta, la noche de las noches, el centro de la vida cristiana, el tiempo litúrgico de 50 días inaugurado por la gran vigilia, durante la cual la asamblea de los fieles revive en plenitud toda su experiencia de fe en los diversos momentos y tiempos rituales de la misma, como experiencia fundadora y basilar de su misma fe y existencia.
En este tiempo se propone por lo tanto la oportunidad de reflexionar sobre cómo esta liturgia no sea solo una experiencia ritual que se concluye en sí, sino que sea la matriz misma simbólica, semántica y espacial del edificio cultural cristiano, lo que determina sus espacios y sus ámbitos, plasmándolo en todos sus “fuegos litúrgicos”.
Todo esto de manera tal que el edificio cristiano sea imago ecclesiae, osea proyección espacial y temporal de la visión ontológica que la asamblea cristiana tiene de sí misma. Se inicia en la noche la gran vigilia con la liturgia del fuego, que inaugura la celebración de la vigilia y que se celebra en el exterior del edificio litúrgico, en un lugar muchas veces indefinido y anónimo, que denuncia la frecuente falta de reflexión proyectual sobre el mismo.
Aquí el pueblo de Dios se reúne entorno al fuego nuevo, que inaugura el nuevo tiempo con el encendido del cirio pascual que iluminará y guiará toda la procesión litúrgica que se concluirá dentro del aula, donde con la introducción del melódico canto del Pregón Pascual, se realizará la vigilia por toda la noche, así como se hizo de generación en generación desde los tiempos del pueblo de Israel antes, y desde la comunidad cristiana después.
Entretanto este lugar, lejos de ser banal e indefinido, en realidad posee características formales y espaciales que lo distinguen de todos los otros espacios externos del edificio cultural: que debe ser amplio, acogedor, colocado en la proximidad de la entrada de la iglesia; debe prever un lugar dedicado a la preparación del fuego y debe permitir reunirse a la asamblea cristiana.
Este lugar identificado en el espacio anterior, el atrio, es el mismo que contendrá a la asamblea antes y después de las celebraciones durante todo el año litúrgico, siendo el lugar destinado para el ágape fraterno, elemento imprescindible del trípode de la vida cristiana, enriquecido a propósito con la presencia de aquellos elementos naturales que lo vuelven gozoso, aumentando el valor espiritual del estar juntos a los hermanos (Sal. 133), anticipación del libre congregarse de la asamblea celeste y festiva que se realizará en el cielo.
Qué experiencia entusiasmante en esos hermosos atrios de tantas iglesias históricas, sean basílicas paleocristianas, iglesias medioevales o del renacimiento, o maravillosas iglesias barrocas o neoclásicas que han conservado este elemento insustituible, el cual con discreción y acogedor amor junta a la asamblea cristiana preparándola a las celebraciones litúrgicas.
Asamblea cristiana que después de haber sido congregada toma forma y se prepara disponiéndose en procesión debajo del nártex, o sea el pórtico anterior a la entrada, y aquí ya ordenada, se pone en marcha la procesión litúrgica inicial que la llevará desde afuera hasta el interior. Se cruza el majestuoso portal de entrada (signo de Cristo puerta, límite entre lo sacro y lo profano, división entre el externo y el interno del aula de la celebración) en etapas, con una breve pausa en las cuales se canta el “Christus lux mundi … Deo gratias”, en memoria de las etapas del pueblo de Dios en el desierto, que evocan su peregrinar.
Etapas por lo tanto que normalmente son entendidas por quien guía la procesión, y de los cuales seguramente han tenido en consideración aquellos que en los valiosos recorridos procesionales de los mosaicos cosmatescos, han querido indicar con sus motivos geométricos –sólo aparentemente decorativos pero en realidad fuertemente dotados de expresividad simbólica y semántica–, las pausas de la procesión, de manera que los ministros sepan donde realizarlas y puedan guiar con solemne dignidad tal rito.
Introducidos en el aula de la celebración, la liturgia se realiza entorno al ambón, en donde el diácono vestido de blanco como los ángeles del sepulcro vacío, anuncia el misterio pascual cantando: Hæc nox est, in quā, dēstructīs vinculīs mortis, Chrīstus ab īnferīs victor ascendit.
Es justamente el ambón, con su tribuna elevada y envolvedora, que hace presente al pueblo fiel que el sepulcro está vacío y que la luz del evangelio se dirige a las tinieblas para destruirlas.
Qué emoción intensa y viva, visitar el complejo ambón de San Clemente en Roma, donde tenemos tres puestos diversos: el primero más bajo para el antiguo testamento; el segundo más alto y separado del primero por los graduus (donde se cantaba el salmo gradual) y dirigido hacia el presbiterio, porque sobretodo a ellos se dirigen las epístolas de los apóstoles.
La tercera, para finalizar, la más elevada y rica de todas, contiene en el centro frontal una gran piedra oscura que indica el sepulcro vacío, que se dirige hacia las tinieblas del Norte para destruirlas con la luz del evangelio.
A continuación el presidente celebrante, desde su sede en el presbiterio elevado en el ábside, comienza la celebración. Como en el Apocalipsis «el Cordero en medio de los ancianos», conduce a todo el pueblo en oración y lo exhorta colegialmente unido a los otros ministros reunidos a su alrededor en la sede común o Synthronos, más abajo del presidente, en donde están sentados ordenadamente.
Cuánto amor por la liturgia han tenido los constructores de tantas iglesias paleocristianas y bizantinas, como Santa Irene en Constantinopla o Santa María en Cosmedin en Roma, o la catedral de Torcello, que han diseñado y realizado en el ábside de los presbíteros, ricos de símbolos, capaces de acoger a tantos ministros ordenados de manera jerárquica según sus funciones, entorno a quien preside toda la celebración, dejando este lugar solamente en el momento de los ritos eucarísticos en el altar.
De hecho gran parte de la celebración se realiza entorno a estos fuegos litúrgicos que dan así dinamismo a la liturgia, volviéndola viva y animada, nunca estática ni teatral.
Avanzando en la liturgia se llega al corazón de la Vigilia, que es el momento solemne de la administración del sacramento del bautismo, que esta noche se administra como tono principal y solemne, ya que da nuevos hijos a la iglesia, regenerándola y renovándola en el tiempo.
Tal sacramento viene también revivido con la renovación de las promesas bautismales de todos los fieles, quienes se reúnen alrededor de la fuente bautismal cerca al ingreso de la iglesia, desde donde los neófitos avanzarán en procesión hasta el altar para completar ritualmente el sacramento apenas recibido.
Por lo tanto todos los fieles se reúnen festivamente alrededor al evento articular de la pascua: la venida sacramental de nuestro señor Jesucristo en las sagradas especies eucarísticas en el altar, centro de todas las acciones litúrgicas y del congregarse de los fieles que el antiguo misal romano llamaba con buena razón circumstantes.
Para subrayar esta intensa presencia del Espíritu Santo, en la tradición oriental y en la latina más antigua, el altar es visiblemente cubierto por una envoltura material, el Ciborio, recordando la “carpa de la reunión” del desierto.
Así, toda la asamblea de los fieles, ya avisada de la claridad proveniente de la Fenestrella Orientis puesta en el ábside, de que la noche llega a su término y que resplandece la estrella de la mañana, estrella que no conoce ocaso y que lleva consigo el amanecer de la aurora, llena del Espíritu Santo, participará corporalmente al sacramento Culmen
et Fons de la vida cristiana en las sagradas especies eucarísticas.
Se revive así íntimamente el misterio del amor con el amado divino esposo, el cual anhela a la par de la esposa del cántico de los cánticos, y como ella levantando la mirada de esperanza al firmamento expresada por la cúpula con decoraciones siderales, puede finalmente cantar: ¡Maranathà, ven señor Jesús! “Llévame en pos de ti: ¡Corramos!, ¡Con razón eres amado!” (Ct. 1,4).
Terminada la vigilia de la celebración, se sale al externo del Aula litúrgica, como María Magdalena que en el jardín, envuelta por el amor y abrazando los pies de Cristo grita feliz “Rabbuni”, también ella en el interior del hortus conclusus del claustro grita feliz su casto amor al Resucitado.
Con tal grito se inaugura este tiempo nuevo de la victoria pascual que la iglesia celebra y anuncia a todo el mundo: Christus resurrexit! Christus vere resurrexit!
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* Andrea Baciarlini es arquitecto y profesor de Historia del Arte en Roma. Además de ocuparse de arquitectura civil ha realizado numerosos proyectos en el sector de la arquitectura litúrgica y eclesiástica.
Entre estos, la restauración y rehabilitación litúrgica, en Roma, de la Capilla de San Columbano en las Grutas Vaticanas; la iglesia de Santa María en Vallicella; de Santa María Liberadora, de la Capilla de los Mártires de Irlanda en el Pontificio Colegio Irlandés, de la Casa General de los Hermanos Cristianos de Irlanda y, la restauración del complejo de San Giovanni en Porta Latina.
Durante muchos años enseñó en la Pontificia Universidad de Santo Tomás (Angelicum) y en el Pontificio Instituto de San Anselmo en Roma.
Traducido del italiano por H. Sergio Mora