LA PLATA, Sábado 7 abril 2012 (ZENIT.org).- Con motivo de la Pascua de Resurrección, el arzobispo de La Plata en Argentina, monseñor Héctor Aguer, se refirió a esta celebración como aquella mediante la cual “se recrea nuestra vida”, porque “desde la vertiente dela Resurrección, nos ilumina acerca de la realidad humana, nos revela quién es el hombre”.
A continuación, la reflexión completa del alto prelado argentino.
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La Pascua Cristiana que celebramos cada Semana Santa encuentra su momento culminante en la Vigilia Pascual.En la celebración nocturna, entre el sábado y el domingo, se nos permite ver, incluso estéticamente, el tránsito de la muerte a la vida, de la Pasión y la Sepultura del Señor a la Gloria dela Resurrección, a la Luz Pascual. La Vigilia que precede al santo día de Pascua es la clave para interpretar el sentido de esta fiesta central del calendario cristiano.
La semana pasada recordábamos que el Misterio Pascual tiene dos vertientes y puede ser representado como las dos hojas de un díptico: una es la Pasión y la Muerte y otra es la Resurrección y la Gloria. El tránsito del sábado al domingo, que se representa litúrgicamente en la gran Vigilia del año, muestra precisamente eso: cómo se resuelve el drama de la Pasión en la gloria de la Resurrección.
También tendríamos que considerar aquí qué significa respecto de la imagen de Dios y respecto de la imagen del hombre el punto central de la Pascua Cristiana. Respecto de Dios. El poder de Dios, su gloria, su majestad, su belleza, ahora se verifican en la humanidad de Jesucristo Resucitado.
La tradición de la Iglesia, a partir dela Sagrada Escrituray del cumplimiento de las Profecías, muestrala Resurrecciónde Jesús como una nueva creación, que sólo puede ser obra de Dios. Mas aún, la liturgia pascual nos ilustra acerca de una historia de la salvación que comienza con la primera creación y que alcanza su punto culminante en la nueva creación que esla Resurrecciónde Cristo, el comienzo de los últimos tiempos.
Ya no es posible esperar una revelación ulterior, una manifestación ulterior de Dios, porque ya todo ha sido dicho enla Resurrecciónde Jesucristo. Es allí donde Dios manifiesta su poder creador renovando el universo en primer lugar en la humanidad del Hijo hecho hombre, y a partir de él en la gracia que renueva espiritualmente a los que se unen a él por la fe y el bautismo.
Dios ha enviado a su Hijo al mundo para que el que crea en Él no muera sino que tenga vida eterna. Es esa vida eterna la que aparece, entonces, en la manifestación pascual de Jesús. Y tambiénla Pascua, en este sentido, desde la vertiente dela Resurrección, nos ilumina acerca de la realidad humana, nos revela quién es el hombre.
El hombre, decía Heidegger, es un “ser para la muerte”. Esa definición es correcta, pero no dice toda la verdad, dice sólo su mitad. El hombre es, en efecto, un ser para la muerte; a causa del pecado vamos a la muerte, pero el hombre es sobre todo un ser para la resurrección y para la vida eterna. Y allí está la originalidad del mensaje cristiano.
Nosotros no nos damos a nosotros mismos esa plenitud que es la resurrección y la vida eterna sino que la recibimos de Dios. Esto es importante también en el contexto cultural, el que influye en nuestra mentalidad de hombres de este tiempo. Estamos acostumbrados a que todo lo construimos nosotros. Somos dueños de la naturaleza, la transformamos y hacemos lo que queremos con ella, la hemos puesto a nuestro servicio.
El hombre de hoy se cree autocreador, autor absoluto y excluyente de la historia: cambia las costumbres, incluso altera las propiedades naturales de su condición humana. ¿Adónde llevará semejante desmesura?
El Siglo XX es una parábola interesante acerca de dónde conduce el humanismo sin Dios, que ha endiosado al hombre. Ha acabado en la ruina, en el fracaso, y ahora nos encontramos sumidos en un desconcierto muy grande, y sin embargo el hombre persevera frecuentemente en esa idea de que es autocreador. La gracia pascual nos muestra que nuestra verdadera realización, el futuro de la humanidad y de la historia es un don de Dios, así como la resurrección es la mayor de las obras divinas.
La última página deLa Biblia, el final del Apocalipsis, nos muestra la situación definitiva de la creación en la figura dela Jerusalénque desciende del cielo, una ciudad nueva totalmente impregnada de la luz de Dios, pero que desciende del Cielo como un don. No todo lo fabricamos nosotros. Podemos fabricar muchas cosas, pero no todo, y especialmente no nos fabricamos a nosotros mismos. Nuestro futuro definitivo es objeto de esperanza, porque es un don de Dios.
La Pascua del Señor nos ayuda a reubicar una especie de esperanza puramente terrestre, para abrirnos a la gratuidad del don de Dios, que tiene que ser multiplicado en la gratuidad de nuestro amor, ofrecido a todos.
+ Héctor Rubén Aguer – Arzobispo Metropolitano de La Plata