Resucitar en esperanza

Llamado al pueblo mexicano a no dejarse amedrentar por las fuerzas del mal

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SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, domingo 15 abril 2012 (ZENIT.org).- Ofrecemos un artículo de nuestro colaborador el obispo de San Cristóbal de las Casas, México, monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, en el que analiza la esperanza como fruto de la resurrección.

+Felipe Arizmendi Esquivel

HECHOS

Hay personas pesimistas, amargadas, decepcionadas, deprimidas, casi derrotadas; no ven una luz en el oscuro túnel de sus vidas; unos consideran el suicidio como única salida; otros se refugian en el alcohol y la droga; se compensan y consuelan con aventuras emocionales que les engañan para no sentirse tan mal, sobre todo para no reconocerse como responsables del problema que causan o sufren en el hogar, en la escuela, en el trabajo, en las relaciones humanas.En estos tiempos de campañas electorales, la forma clásica de intentar atraer votos es juzgar, condenar, descalificar, menospreciar lo que han hecho otros, pintar un panorama desolador del país y considerarse a sí mismos como la mejor opción para que la situación cambie; pareciera que cada quien tiene recetas infalibles y las únicas valederas, como si el pecado (corrupción, mentira, orgullo, envidia, opresión, doble cara, intriga, etc.) no fuera una realidad en cada persona, partido e institución. ¡Ni en la Iglesia, fundada por Jesucristo, estamos exentos de pecado! Esto hace que algunos ya en nada creen, en nadie confían.

CRITERIOS

El papa Benedicto XVI, en su visita a nuestro país, nos invitó a no dejarnos aprisionar por la desesperanza, el negativismo, la apatía, la violencia, la inseguridad, el narcotráfico y la pobreza, sino vivir la esperanza que nos da la fe en Cristo resucitado, quien siempre vive con nosotros y nos enseña cómo cambiar, cómo vencer los obstáculos, cómo construir una sociedad nueva.

Entre otras cosas, nos dijo: “Como peregrino de la esperanza, les digo con san Pablo: ‘No se entristezcan como los que no tienen esperanza’ (1 Ts 4,13). La confianza en Dios ofrece la certeza de encontrarlo, de recibir su gracia, y en ello se basa la esperanza de quien cree. Y, sabiendo esto, se esfuerza en transformar también las estructuras y acontecimientos presentes poco gratos, que parecen inconmovibles e insuperables, ayudando a quien no encuentra en la vida sentido ni porvenir. Sí, la esperanza cambia la existencia concreta de cada hombre y cada mujer de manera real. La esperanza apunta a ‘un cielo nuevo y una tierra nueva’ (Apoc 21,1), tratando de ir haciendo palpable ya ahora algunos de sus reflejos. Además, cuando arraiga en un pueblo, cuando se comparte, se difunde como la luz que despeja las tinieblas que ofuscan y atenazan. 

El discípulo de Jesús no responde al mal con el mal, sino que es siempre instrumento del bien, heraldo del perdón, portador de la alegría, servidor de la unidad. Se ha de superar el cansancio de la fe y recuperar la alegría de ser cristianos, de estar sostenidos por la felicidad interior de conocer a Cristo y de pertenecer a su Iglesia. De esta alegría nacen también las energías para servir a Cristo en las situaciones agobiantes de sufrimiento humano, para ponerse a su disposición, sin replegarse en el propio bienestar. El mal no puede tanto. No hay motivos para rendirse al despotismo del mal. La situación actual plantea ciertamente retos y dificultades de muy diversa índole. Pero sabiendo que el Señor ha resucitado, podemos proseguir confiados, con la convicción de que el mal no tiene la última palabra de la historia, y que Dios es capaz de abrir nuevos espacios a una esperanza que no defrauda (cf. Rm 5,5). Deseo reiterar con energía y claridad un llamado al pueblo mexicano a ser fiel a sí mismo y a no dejarse amedrentar por las fuerzas del mal, a ser valiente y trabajar para que la savia de sus propias raíces cristianas haga florecer su presente y su futuro”.

PROPUESTAS

No tenemos ejércitos para combatir la delincuencia; no somos legisladores ni gobernantes para impulsar cambios estructurales; no ofrecemos recetas fáciles ni evasiones espiritualistas.

Ofrecemos a Jesucristo como camino seguro para transformar personas, familias, delincuentes, líderes y sociedad, para que haya justicia, verdad, respeto entre todos, paz y solidaridad. Por ello, como nos pidió el papa, nos proponemos “hacer que nuestro Señor Jesucristo sea cada vez más conocido, amado y seguido en estas tierras, sin dejarse amedrentar por las contrariedades”.

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ZENIT Staff

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