Así descubrí la tumba del apóstol Felipe

Entrevista con el arqueólogo Francesco D’Andria

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Por Renzo Allegri

ROMA, lunes 30 abril 2012 (ZENIT.org).- El tres de mayo la Iglesia recuerda a san Felipe y Santiago el Menor. Dos apóstoles que formaron parte de los doce. Grandes santos, por tanto, pero no muy recordados por el pueblo cristiano.

De san Felipe se habló mucho el verano pasado cuando se dio la noticia de que, en Hierapolis, en Frigia, se encontró la tumba del apóstol. Es un extraordinario hallazgo arqueológico que ha interesado y entusiasmado a los estudiosos del todo el mundo.

“El valor de este hallazgo es indudablemente de altísimo nivel –dice el profesor Francesco D’Andria, director de la misión arqueológica que ha realizado el descubrimiento–. No sólo por lo que se refiere a la tumba del apóstol sino sobre todo porque en torno a aquella tumba hemos localizado y en parte descubierto un nuevo gran complejo arqueológico que se extiende por toda la colina oriental de Hierapolis. Un complejo que demuestra que san Felipe, en Hierapolis, en los primeros siglos de la historia cristiana, gozaba de grandísima popularidad y el culto a el atribuído era máximo”.

Nacido en Apulia, en 1943, licenciado en la Universidad Católica de Milán en Clásicas y especializado en Arqueología, el profesor D’Andria es docente de arqueología en la Universidad del Salento-Lecce y director de la “Escuela de Especialización en Arqueología” de aquella universidad. Desde hace más de treinta años, trabaja en Hierapolis, a la búsqueda de la tumba de san Felipe y desde 2000 es director de aquella misión científica. Al profesor D’Andria hemos pedido que nos hable de san Felipe y del excepcional hallazgo que con su equipo de investigadores ha llevado a cabo. “Noticias históricas sobre san Felipe hay pocas –dice el profesor D’Andria–. De los Evangelios se sabe que era natural de Betsaida, en el lago de Genezaret, pertenecía por tanto a una familia de pescadores. Juan es el único de los cuatro evangelistas que lo cita varias veces. En el capítulo primero de su Evangelio, cuenta que Felipe entró en el grupo de los apóstoles desde el principio de la vida pública de Jesús, llamado directamente por el Maestro. En orden de llamada, es el quinto tras Santiago, Juan, Andrés y Pedro. En el capítulo sexto, cuando narra el milagro de la multiplicación de los panes, Juan refiere que, antes de realizar el prodigio, Jesús se dirige a Felipe preguntándole cómo se podía dar de comer a toda aquella gente y Felipe le respondió que 200 denarios de pan no serían suficientes ni siquiera para dar un trozo a cada uno. Y en el capítulo 12, siempre Juan refiere que tras la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, algunos griegos querían hablar con el Maestro y se dirigieron a Felipe. Y durante la última cena, cuando Jesús habla del Padre (“Si me conocéis a mí, conoceréis también al Padre”), Felipe le dice: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”. De los Hechos de los Apóstoles, sabemos que Felipe estaba presente con los otros en el momento de la Ascensión de Jesús y el día de Pentecostés, cuando se verificó la bajada del Espíritu Santo. Las informaciones escritas se detienen en aquél día. Todo el resto proviene de la tradición”.

¿Qué dice además la tradición?

–D’Andria: Tras la muerte de Jesús, los apóstoles se dispersaron por el mundo para difundir el mensaje evangélico. Y según la tradición y antiguos documentos escritos por los Santos Padres, sabemos que Felipe desempeñó su misión en Scizia, en Lidia, y, en los últimos años de su vida, en Hierapolis, en Frigia. Polícrates, que hacia finales del siglo segundo era obispo de Éfeso, en una carta escrita al papa Víctor I, recuerda los personajes importantes de la propia Iglesia, entre ellos los apóstoles Felipe y Juan. De Felipe dice: “Fue uno de los doce apóstoles y murió en Hierapolis, como dos de sus hijas que envejecieron en virginidad… Otra hija suya… fue sepultada en Éfeso”.

“Todos los estudiosos están de acuerdo en considerar que estas informaciones de Polícrates son absolutamente fiables. La Carta, que se remonta a cerca del 190 después de Cristo, cien años después de la muerte de Felipe, es un documento fundamental para las relaciones entre la Iglesia Latina y la Iglesia Griega.

Se refiere a la disputa sobre la fecha de la celebración de la Pascua. Y en aquella carta, Polícrates, que era el patriarca de la Iglesia griega, reinvindica la nobleza de los orígenes de la Iglesia en Asia, afirmando que así como en Roma están los trofeos (los restos mortales) de Pedro y Pablo, en Asia están las tumbas de los apóstoles Felipe y Juan. Además, de aquella carta sabemos que Felipe pasó los últimos años de su vida en Hierapolis, con dos de sus tres hijas, que ciertamente le ayudaban en su obra de evangelización. Eusebio de Cesarea, en su Historia Eclesiástica, refiere que Papías, que fue obispo de Hierapolis al inicio del siglo tercero, conoció a las hijas de Felipe y de ellas supo detalles importantes de la vida del apóstol, entre ellos también el relato de un milagro estrepitoso: la resurrección de un muerto”.

¿Se sabe cómo y cuándo murió el apóstol?

–D’Andria: La mayor parte de los antiguos documentos afirman que Felipe murió en Hierapolis, en el año 80 después de Cristo, cuando tenía cerca de 85 años. Murió mártir por su fe, crucificado boca abajo como san Pedro. Fue sepultado en Hierapolis. En la antigua necrópolis de aquella ciudad fue encontrada una inscripción que alude a una iglesia dedicada a san Felipe. En una fecha no precisada, el cuerpo de Felipe fue llevado a Constantinopla para sustraerlo al peligro de profanación por parte de los bárbaros. Y en el siglo sexto, bajo el papa Pelagio I, trasladado a Roma y sepultado, junto al apóstol Santiago, en una iglesia edificada a propósito para ellos. La iglesia, que se llamaba “de los santos Santiago y Felipe”, de estilo bizantino, en 1500 fue transformada en una magnífica iglesia renascimental que es la actual que se llama “De los santos apóstoles”.

¿Cuándo se iniciaron las investigaciones de la tumba de Felipe en Hierapolis?

–D’Andria: En 1957, gracias al profesor Paolo Verzone, que era docente de ingeniería en el Politécnico de Turín y gran apasionado de investigaciones arqueológicas. Entre las repúblicas italiana y turca, fue estipulado un acuerdo que permitía a nuestro equipo de arqueólogos hacer búsquedas en Hierapolis. Y el profesor Verzone fue el primer director de aquella misión. Empezó enseguida naturalmente a buscar la tumba del apóstol Felipe. Concentró las excavaciones en un monumento que era ya en parte visible y conocido como la iglesia de San Felipe, y descubrió una extraordinaria iglesia octogonal. Una auténtica obra maestra de la arquitectura bizantina del siglo V, con arcos maravillosos en travertino.

Todo este conjunto de construccionesm realizadas con tanto cuidado y detalle, hacía pensar que eaquella era una gran iglesia de peregrinación, un santuario muy importante, y el profesor Verzone lo identificó como el Martyrion, es decir la iglesia martirial de san Felipe y por tanto pensaba que hubiera sido construida sobre la tumba del santo. Hizo por tanto realizar varias excavaciones en la zona del altar mayor, pero no encontró nunca nada que hiciera pensar en la tumba.

Yo mismo pensaba que la tumba se encontraba en la zona de la iglesia, pero en 2000, cuando llegué a director de la misión arqueológica italiana de Hierapolis por concesión del Ministerio de Cultura de Turquía, cambié de opinión.

¿Por qué?

–D’Andria: Todas las excavaciones realizadas en tantos años no habían dado ningún resultado. Hice todavía indagaciones también a través de prospecciones geofísicas, es decir especiales exploraciones del subsuelo, y no obteniendo nada me convencí de que había que buscar en otra parte. Siempre
en la zona, pero en otra dirección.

¿Y hacia dónde dirigió sus investigaciones?

–D’Andria: Mis colaboradores y yo estudiamos atentamente una serie de fotos satelitares de la zona, y los reconocimientos de un grupo de bravos topógrafos del CNR-IBAM dirigidos por Giuseppe Scardozzi, y comprendimos que el Martyrion, la iglesia octogonal, era el centro de un complejo devocional amplio y articulado, Identificamos una gran calle procesional que llevaba a los peregrinos de la ciudad hasta la iglesia octogonal, el Martyrion en cima de la colina; los restos de un puente que permitía a los peregrinos atravesar un valle por donde discurria un torrente; vimos que a los pies de la colina partía una escalera en travertino, con amplios escalones en pendiente que llevaba a la cima.

Al inicio de la escalera identificamos otro edificio octogonal que no se veía en superficie sino sólo con las fotos satelitares. Excavamos alrededor de aquél edificio y nos dimos cuenta de que era un complejo termal.

Este fue un descubrimiento iluminador que nos hizo comprender que toda la colina estaba en un recorrido de peregrinación con varias etapas. Siguiendo nuestras excavaciones, encontramos otra escalinata que llegaba directamente al Martyrion, y sobre la plaza, junto al Martyrion, había una fuente donde los peregrinos hacían otras abluciones con agua, y allí cerca un pequeño llano, frente al Martyrion, donde se veían trazas de edificios. El profesor Verzone no había osado afrontar una excavación en aquella zona porque era un inmenso cúmulo de piedras. En 2010, empezamos a hacer un poco de limpieza y vinieron a la luz elementos de extrema importancia.

¿De qué tipo?

–D’Andria: Un arquitrabe de mármol de un ciborio con un monograma sobre el que se leía el nombre de Teodosio. Pensé que fuera el nombre del emperador y por tanto aquél arquitrabe permitía datar la iglesia martirial entre el IV y el V siglo. Luego, poco a poco encontramos trazas de un ábside. Excavando y limpiando vino a la luz la planta de una gran iglesia. Mientras que el Martyrion era de planta octogonal, esta era de planta basilical, con tres naves. Iglesia estupenda, con capiteles en mármol, refinadas decoraciones, cruces, frisos, ranmas vegetales, palmas estilizadas dentro de nichos y un pavimento central con teselas de mármol con motivos geométricos de colores: todo referible al siglo V, es decir la edad de la otra iglesia, el Martyrion. Pero, en el centro de esta maravillosa construcción lo que nos entusiasmaba y conmovía era algo desconcertante que nos cortaba el aliento.

¿Y era?

–D’Andria: Una típica tumba romana que se remontaba al siglo I después de Cristo. Su presencia podía, en cierto sentido, estar justificada por el hecho de que en aquella zona, antes de que los cristianos construyeran el santuario protobizantino, había una necrópolis romana. Pero examinando bien su posición, constatamos que aquella tumba romana se encontraba en el centro de la iglesia. Por tanto, la iglesia, en el siglo V, había sido construída justo en torno a aquella tumba romana pagana, para protegerla, porque aquella tumba era evidentemente importantísima. Y enseguida pensamos que quizá aquella podía ser la tumba donde se depositó el cuerpo de san Felipe tras su muerte.

¿Y encontraron confirmaciones de esta suposición?

–D’Andria: Ciertamente. En el verano de 2011, afrontamos una excavación en extensión en la zona de esta iglesia con la coordinación de Piera Caggia, investigadora arqueóloga del IBAM-CNR, y emergieron elementos extraordinarios que confirmaron plenamente nuestras suposiciones. La tumba estaba englobada en una estructura sobre la que hay una plataforma a la que se llega por una escalera de mármol. Los peregrinos, entrando en el nártex, subían a la parte superior de la tumba, donde había un lugar para la oración y descendían por el lado opuesto. Y vimos que las superficies marmóreas de los escalones estaban completamente consumidas por el paso de miles y miles de personas. Por tanto, la tumba recibía un tributo extraordinario de veneración.

En la fachada de la tumba, en torno a la entrada, se ven agujeros de clavos que ciertamente servían para sostener un cierre metálico aplicado. Además, hay encajes en el pavimento que hacen pensar e una ulterior puerta de madera: todas precauciones que indican que en aquella tumba había un tesoro inestimable, es decir el cuerpo del apóstol.

Y en la fachada, sobre los muros hay numerosos grafitos con cruces que han de algún modo sacralizado la tumba pagana.

Excavando junto a la tumba encontramos bañeras de agua para inmersiones individuales, que ciertamente servían para las curaciones. Los peregrinos enfermos, tras venerar la tumba, eran sumergidos en aquellas bañeras, justo como se hace en Lourdes.

Pero la confirmación principal, diría matemática, que atestigua sin sombra de duda que aquella construcción es verdaderamente la tumba de san Felipe, viene de un pequeño objeto que se encuentra en el museo de Richmond en Estados Unidos. Un objeto en el que hay imágenes que antes de ahora no se lograba descifrar plenamente, mientras que ahora tienen un significado evidente.

¿De qué objeto se trata?

–D’Andria: es un sello en bronce de cerca de diez centímetros de diámetro, que servía para autentificar el pan de san Felipe a distribuir a los peregrinos. Se han encontrado iconos que representan a san Felipe con un gran pan en la mano. Y este pan, para distinguirlo del pan común era marcado con aquél sello de modo que los peregrinos supieran que se trataba de un pan especial, a conservar con devoción.

En aquél sello hay imágenes. Está la figura de un santo con el manto del peregrino y una inscripción que dice “San Felipe”. En el borde corre el trisaghion en griego: antigua frase de alabanza a Dios: Agios o Theos, agios ischyros, agios athanatos, eleison imas (Santo Dios, Santo fuerte, Santo immortal, ten piedad de nosotros). Todos los especialistas de la historia bizantina que conocen aquél sello han dicho siempre que provenía de Hierapolis. Pero lo más extraordinario está en el hecho de que la figura del santo es presentada entre dos edificios: el de la izquierda está cubierto por una cúpula, y se comprende que representa el Martyrion octagonal; el que está a la derecha del santo, tiene un techo a dos aguas como el de la iglesia de tres naves que ahora hemos descubierto. Los dos edificios están en la cima de una escalinata. Parace justo que se tratara de una fotografía del complejo existente entonces en torno a la tumba de san Felipe. Una fotografía hecha en el siglo VI. Además, la iglesia con el techo a dos aguas, en la imagen del sello tiene un elemento emblemático: una lámpara colgada a la entrada, típico signo de que servía para indicar el sepulcro de un santo. Por tanto, ya en aquél sello se indica que la tumba se encontraba en la iglesia basilical y no en el Martyrion.

Todos estos descubrimientos los han hecho en tiempos recientes

–D’Andria: Diría recientísimos. Los hicimos entre 2010 y 2011. Sobre todo 2011 ha sido el año de las mayores emociones para nosotros: descubrimos la segunda iglesia y la tumba de Felipe. Concluímos un trabajo iniciado hace 55 años. La noticia ha dado la vuelta al mundo. Y ha atraído a Hierapolis a estudiosos y curiosos. Entre otros, a finales de agosto pasado, llegaron cientos de chinos, numerosos coreanos y periodistas de diversas nacionalidades.

El 24 de noviembre pasado, tuve el honor de presentar el descubrimiento en la Academia Pontificia Arqueológica de Roma, ante estudiosos y representantes del Vaticano. También el patriarca de Constantinopla, Bartolomé, primado de la Iglesia ortodoxa, quiso recibirme para saber los detalles del descubrimiento, y el 14 de noviembre, fiesta de san Felipe para la Iglesia ortodoxa, quiso celebrar la misa justo en la tumba hallada en Hier
apolis. Y yo estaba presente, emocionado, como no me había sucedido nunca, también porque los cantos de la liturgia griega resonaban después de mil años entre las ruinas de la iglesia.

En los próximos meses, reanudaremos los trabajos y estoy seguro de que nos esperan otras importantes sorpresas.

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ZENIT Staff

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