Por Nieves San Martín
NAVARRA, jueves 4 octubre 2012 (ZENIT.org).- Entre los expertos nombrados por Benedicto XVI para asistir al próximo Sínodo de la Nueva Evangelización, del 7 al 28 de octubre en Roma, se encuentra el profesor Antonio Aranda Lomeña, de la Universidad de Navarra, España. Especialista en teología dogmática, ha cultivado preferentemente la teología trinitaria, la cristología y la antropología teológica.
En una entrevista exclusiva concedida a ZENIT, el profesor Antonio Aranda Lomeña explica en qué consiste el próximo Sínodo sobre la Nueva Evangelización, cuáles son los motivos para que haya sido convocado y por qué es necesaria una pastoral de “autoevangelización” en zonas descristianizadas que se convierten en “territorio de misión”.
Así mismo, refiere cuál es la tarea fundamental de un experto en el Sínodo y los frutos que espera de esta convocatoria de Benedicto XVI. Uno de ellos, tal como dijera Benedicto XVI en la carta apostólica Porta Fidei: «Redescubrir la alegría de creer».
Antonio Aranda Lomeña nació en Córdoba, en 1942; Es sacerdote de la Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei, desde 1971; es licenciado en Matemáticas; doctor en Teología; profesor ordinario de Teología Dogmática; miembro correspondiente de la Real Academia de Doctores, del Consejo directivo de la Sociedad Mariológica Española, y del Comité Científico y del Comité Asesor del Instituto Histórico Josemaría Escrivá; ha sido decano de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz en Roma, 1994-1998, así como director de las revistas Scripta Theologica (1989-1993) y Annales Theologici (1995-1998).
¿Por qué se habla tanto en la Iglesia de una «nueva evangelización»? ¿Qué se quiere indicar con esa expresión?
–Prof. Aranda Lomeña: Es una pregunta importante, que no puede contestarse brevemente. Permítame que me extienda, remitiéndome también a la enseñanza del Papa actual y de sus inmediatos predecesores.
Después de veinte siglos de anuncio ininterrumpido del Evangelio y de intenso protagonismo del cristianismo en todo el mundo, se ha planteado en la Iglesia la necesidad de llevar a cabo una ‘nueva evangelización’, cuyos primeros destinatarios son los ciudadanos y las sociedades de algunos países occidentales de antigua raíz cristiana. Iglesias particulares, eficaces portadoras del mensaje evangélico por todo el mundo durante siglos, se ven convertidas hoy en “zona de misión” en virtud del crecido grado de descristianización en que se desenvuelve la existencia de muchos de los bautizados. De evangelizadoras han pasado a verse, en cierto modo, como altamente deficitarias de evangelización y obligadas en realidad a promover una pastoral de “autoevangelización”.
Como ha escrito Benedicto XVI: “El siervo de Dios Pablo VI observaba con clarividencia que el compromiso de la evangelización ‘se está volviendo cada vez más necesario, a causa de las situaciones de descristianización frecuentes en nuestros días, para gran número de personas que recibieron el bautismo, pero viven al margen de toda vida cristiana; para las gentes sencillas que tienen una cierta fe, pero conocen poco los fundamentos de la misma; para los intelectuales que sienten necesidad de conocer a Jesucristo bajo una luz distinta de la enseñanza que recibieron en su infancia, y para otros muchos’ (Pablo VI, Ex. ap. Evangelii nuntiandi, n. 52). Y, con el pensamiento dirigido a los que se han alejado de la fe, añadía que la acción evangelizadora de la Iglesia ‘debe buscar constantemente los medios y el lenguaje adecuados para proponerles o volverles a proponer la revelación de Dios y la fe en Jesucristo’ (ibidem, n. 56). El beato Juan Pablo II puso esta ardua tarea como uno de los ejes de su vasto magisterio, sintetizando en el concepto de ‘nueva evangelización’, que él profundizó sistemáticamente en numerosas intervenciones, la tarea que espera a la Iglesia hoy, especialmente en las regiones de antigua cristianización. Una tarea que, aunque concierne directamente a su modo de relacionarse con el exterior, presupone, primero de todo, una constante renovación en su seno, un continuo pasar, por decirlo así, de evangelizada a evangelizadora” (Benedicto XVI, Carta ap. Ubicumque et semper).
Como señalaba Juan Pablo II en Christifideles laici, n. 34, y de manera semejante en otros muchos pasajes de su magisterio: “Enteros países y naciones, en los que en un tiempo la religión y la vida cristiana fueron florecientes y capaces de dar origen a comunidades de fe viva y operativa, están ahora sometidos a dura prueba e incluso alguna que otra vez son radicalmente transformados por el continuo difundirse del indiferentismo, del laicismo y del ateísmo. (…) Sólo una nueva evangelización puede asegurar el crecimiento de una fe límpida y profunda, capaz de hacer de estas tradiciones una fuerza de auténtica libertad. Ciertamente urge en todas partes rehacer el entramado cristiano de la sociedad humana. Pero la condición es que se rehaga la trabazón cristiana de las mismas comunidades eclesiales que viven en estos países o naciones”.
En ese sentido, Benedicto XVI, haciéndose cargo de la preocupación de sus venerados predecesores, ha señalado: “Considero oportuno dar respuestas adecuadas para que toda la Iglesia, dejándose regenerar por la fuerza del Espíritu Santo, se presente al mundo contemporáneo con un impulso misionero capaz de promover una nueva evangelización. Esta se refiere sobre todo a las Iglesias de antigua fundación, que viven realidades bastante diferenciadas, a las que corresponden necesidades distintas, que esperan impulsos de evangelización diferentes” (Carta ap. Ubicumque et semper).
Es decir, la nueva evangelización es hoy necesaria no sólo porque, después de dos mil años, gran parte de la familia humana aún no reconoce a Cristo, sino también porque la situación en que la Iglesia y el mundo se encuentran plantea particulares desafíos a la fe religiosa y a las verdades morales que derivan de ella. Puesto que apremia construir en todas partes el entramado cristiano de la sociedad, urge también renovarlo donde sea preciso invitando a los bautizados a redescubrir el contenido y el significado de su propia identidad como personas cristianas y como Iglesia.
Usted asiste como experto al Sínodo. ¿Cuál será su tarea fundamental a diferencia de la de los Padres sinodales o los auditores?
–Prof. Aranda Lomeña: Los expertos tienen como función la de ayudar al Secretario Especial del Sínodo en aquellas tareas que, de acuerdo con sus conocimientos y capacitación, les sean requeridas.
Hay quien ha expresado su escepticismo ante este tipo de convocatorias en Roma, abogando más bien por sínodos continentales. ¿Qué piensa de ello?
–Prof. Aranda Lomeña: En realidad, no sabría qué decir acerca de un tal escepticismo, que me parece infundado. El Sínodo, que es un órgano consultivo al servicio del ministerio universal del Romano Pontífice, es convocado por el Papa y, como es lógico, reunido oportunamente junto a él en Roma. En un documento de conocimiento público, como es el Reglamento del Sínodo de los Obispos, se indica con precisión la tipología de las asambleas sinodales (cfr. cap.
III, art. 4), distinguiendo –lo digo sucintamente– entre asambleas generales ordinarias (o extraordinarias), «cuando la materia a tratar, por su naturaleza e importancia, en relación al bien de la Iglesia universal, parece requerir la doctrina, la prudencia y el parecer de todo el Episcopado católico»; o asambleas especiales, «cuando la materia de mayor importancia se refiera al bien de la Iglesia, en relación a una o más regiones particulares». No es infrecuente que, tras una asamblea especial del Sínodo, el propio Santo Padre acuda a la región respectiva para entregar su Exhortación apostólica postsinodal.
¿Qué frutos espera de esta convocatoria de Benedicto XVI?
–Prof. Aranda Lomeña: Algo ya he señalado al respecto en la respuesta a la primera pregunta, pero podemos añadir algo más. Uno de los grandes retos a los que se enfrenta hoy la tarea evangelizadora de la Iglesia consiste en reavivar en los fieles cristianos el sentido de su vocación bautismal, es decir, el reto de formarles bien y propagar entre todos ellos la llamada a la santidad y al apostolado. “Hoy es necesario –ha escrito Benedicto XVI– un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe” (Carta ap. Porta Fidei, n. 7). Ese es un punto importante, en el que fijar la atención, junto con otros de carácter teológico y pastoral. La convocatoria del presente Sínodo es un signo elocuente de que estamos en el tiempo oportuno para ahondar, de modo ordenado y sistemático –contando con la ayuda del Espíritu Santo–, en el significado, los presupuestos, las etapas y los modos de proceder de cara a la nueva evangelización.
Puede hablarnos de por dónde va ahora su actividad investigadora en el amplio campo de la teología?
–Prof. Aranda Lomeña: Yo he dedicado muchos años a trabajar, de manera principal, en el campo de la teología dogmática, prestando atención en especial a la reflexión trinitaria, a la cristología y a la antropología teológica. En estos últimos años, por razones diversas, tanto de carácter docente como de dirección de trabajos de investigación, me vengo ocupando también de la teología de la identidad cristiana, así como, en relación con ella, y siempre desde los fundamentos dogmáticos antes señalados, de algunos aspectos de la acción evangelizadora de la Iglesia.