Redescubrir la fe, la esperanza, la alegría

Enseñanza de Benedicto XVI en la homilía de apertura del Sínodo de los Obispos

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CIUDAD DEL VATICANO, domingo 7 octubre 2012 (ZENIT.org).- Pocas veces se han juntado en la Iglesia tantas actividades en un mes, lo que ha triplicado en Roma y el Vaticano la asistencia de miembros de la jerarquía, así como de fieles venidos de todo el mundo para las diferentes celebraciones. Este mes histórico empezó hoy en la plaza de san Pedro, la cual llena hasta los bordes, dejaba sentir la algarabía expresada en diferentes idiomas, trajes y estilos, con motivo de la inauguración de la XIII Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos sobre la Nueva evangelización. Y fue la ocasión para que que el papa Benedicto XVI declarara dos nuevos Doctores de la Iglesia, los santos Juan de Ávila e Hildegarda de Bingen.

Unido a esto, durante este mes se inaugurará también el Año de la fe, se proclamarán nuevos santos relacionados con la misión y la evangelización, y se conmemorarán los aniversarios del Vaticano II (50 años) y del nuevo Catecismo (20 años).

Es importante destacar que cada uno de estas actividades tendrán diversos eventos y ceremonias con la finalidad de profundizar y valorizarlos en su justa medida, como una herramienta de apoyo en los esfuerzos de la Iglesia católica por «recuperar lo que estaba perdido».

Durante la homilía pronunciada hoy, Benedicto XVI subrayó que el tema central del también conocido como «Sínodo de los Obispos», responde a una orientación programática que él ha querido darle a la vida de la Iglesia para el futuro, que involucre a las familias, las comunidades y los demás miembros e instituciones de la Iglesia.

Antes de profundizar en este tema, el santo padre recordó que la Liturgia de la Palabra, en la segunda lectura, presenta al cristiano al crucificado en gloria «de modo que toda nuestra vida, y en concreto la tarea de esta asamblea sinodal, se lleve a cabo en su presencia y a la luz de su misterio». Afirmó por eso que «la evangelización, en todo tiempo y lugar, tiene siempre como punto central y último a Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios (cf. Mc 1,1); y el crucifijo es por excelencia el signo distintivo de quien anuncia el Evangelio: signo de amor y de paz, llamada a la conversión y a la reconciliación». E invitó a los presentes a ser los primeros «en tener la mirada del corazón puesta en él, dejándonos purificar por su gracia».

La Nueva evangelización no es Misión Ad gentes

La lectura paulina fue ocasión para que el papa reflexionara sobre la «nueva evangelización», relacionándola con la evangelización ordinaria y con la misión ad gentes. Recordó que la Iglesia existe para evangelizar, y por eso los discípulos, fieles al mandato de Jesús, fueron por el mundo entero llevando esa Buena Noticia y fundaron comunidades que con el tiempo se han organizado bien, con la presencia de mucho fieles.

Destacó cómo, en determinados periodos históricos, Dios suscitó un renovado dinamismo de la actividad evangelizadora de la Iglesia. Describió diversas experiencias de evangelización, como la que se hizo en los pueblos anglosajones y eslavos, o en el continente americano, y en los pueblos de África, Asía y Oceanía.

Hoy, reconoció Benedicto XVI, «el Espíritu Santo ha suscitado en la Iglesia un nuevo impulso para anunciar la Buena Noticia, un dinamismo espiritual y pastoral que ha encontrado su expresión más universal y su impulso más autorizado en el Concilio Ecuménico Vaticano II». Y distinguió que a partir de este acontecimiento, se produjo un influjo beneficioso sobre dos «ramas» que se desarrollan a partir de ella.

Una de ellas fue la missio ad gentes, que no es otra cosa que el anuncio del Evangelio a aquellos que aun no conocen a Jesucristo y su mensaje de salvación; y, por otra parte, la nueva evangelización, «orientada principalmente a las personas que, aun estando bautizadas, se han alejado de la Iglesia, y viven sin tener en cuenta la praxis cristiana.»

Sobre este último aspecto, clarificó que la Asamblea sinodal inaugurada hoy, está dedicada a esta nueva evangelización, «para favorecer en estas personas un nuevo encuentro con el Señor, el único que llena de significado profundo y de paz nuestra existencia; para favorecer el redescubrimiento de la fe, fuente de gracia que trae alegría y esperanza a la vida personal, familiar y social.»

Con el fin de que esa orientación no disminuya el impulso misionero como tal, ni la actividad ordinaria de evangelización en las comunidades cristianas, aseveró que estos dos aspectos, junto a la nueva evangelización, «se completan y fecundan mutuamente».

La santidad en la vida ordinaria

El santo padre recordó también que una de las ideas clave del renovado impulso que el Concilio Vaticano II ha dado a la evangelización «es la de la llamada universal a la santidad, que como tal concierne a todos los cristianos (cf. Const. Lumen gentium, 39-42)».

Haciendo referencia a los nuevos doctores de la Iglesia recién proclamados, enseñó el papa que «los santos son los verdaderos protagonistas de la evangelización en todas sus expresiones». Porque ellos, añadió, «son los pioneros y los que impulsan la nueva evangelización: con su intercesión y el ejemplo de sus vidas, abierta a la fantasía del Espíritu Santo, muestran la belleza del Evangelio y de la comunión con Cristo a las personas indiferentes o incluso hostiles».

Y no solo son ejemplos para el trabajo hacia fuera, porque, en palabras de Benedicto XVI, ellos «invitan a los creyentes tibios, por decirlo así, a que con alegría vivan de fe, esperanza y caridad, a que descubran el «gusto» por la Palabra de Dios y los sacramentos, en particular por el pan de vida, la eucaristía».

Identificó también que la santidad florece entre los misioneros que anuncian la buena noticia a los no cristianos, tradicionalmente en los países de misión y actualmente en todos los lugares donde viven personas no cristianas. Porque, dijo el pontífice, «la santidad no conoce barreras culturales, sociales, políticas, religiosas. Su lenguaje –el del amor y la verdad–, es comprensible a todos los hombres de buena voluntad y los acerca a Jesucristo, fuente inagotable de vida nueva».

Nuevos doctores para la Iglesia

En otra parte de su homilía, flaqueado por dos grandes lienzos que destacaban en el frontis de la basílica de san Pedro, el santo padre invitó a admirar a los dos santos que hoy han sido agregados al grupo escogido de los doctores de la Iglesia. Destacó en san Juan de Ávila, hijo del siglo XVI, «su profundo conocimiento de las Sagradas Escrituras, con un ardiente espíritu misionero».

Como teólogo también él, el papa reconoció que el presbítero español «supo penetrar con singular profundidad en los misterios de la redención obrada por Cristo para la humanidad», reconociéndolo como «Hombre de Dios, que unía la oración constante con la acción apostólica». Recordó cómo estuvo dedicado a la predicación y al incremento de la práctica de los sacramentos, «concentrando sus esfuerzos en mejorar la formación de los candidatos al sacerdocio, de los religiosos y los laicos, con vistas a una fecunda reforma de la Iglesia».

Desde otro ángulo, quiso referirse a santa Hildegarda de Bilden –alemana como él–, como una importante figura femenina del siglo XII, quien «ofreció una preciosa contribución al crecimiento de la Iglesia de su tiempo, valorizando los dones recibidos de Dios y mostrándose una mujer de viva inteligencia, profunda sensibilidad y reconocida autoridad espiritual».

Recordó el modo en que el Señor la dotó de espíritu profético y de intensa capacidad para discernir los signos de los tiempos y cómo la monja y abadesa alimentaba un gran amor por la creación, cultivó la medicina, la poesía y la música. «Sobre todo», dijo «conservó siempre un amor grande y fiel por Cristo y su Iglesia».

Un aspec
to de gran importancia fue la invitación de Benedicto XVI a fijar la mirada «sobre el ideal de la vida cristiana, expresado en la llamada a la santidad», ya que esta actitud «nos impulsa a mirar con humildad la fragilidad de tantos cristianos, más aun, su pecado, personal y comunitario, que representa un gran obstáculo para la evangelización, y a reconocer la fuerza de Dios que, en la fe, viene al encuentro de la debilidad humana».

Y fue tajante al afirmar que «no se puede hablar de la nueva evangelización sin una disposición sincera de conversión». Porque, según la enseñanza paulina, «dejarse reconciliar con Dios y con el prójimo (cf. 2 Cor 5,20) es la vía maestra de la nueva evangelización».

Terminó su intervención encomendando los trabajos y el fruto de la Asamblea sinodal a la Virgen María, Estrella de la nueva evangelización, y «a la particular intercesión de los grandes evangelizadores, entre los cuales queremos contar con gran afecto al beato Papa Juan Pablo II, cuyo largo pontificado ha sido también ejemplo de nueva evangelización». (javv)

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ZENIT Staff

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