David Le Breton es profesor de sociología en la Universidad de Estrasburgo y ha sido el encargado de realizar la primera conferencia de la Asamblea Plenaria del Pontificio Consejo de la Cultura sobre el tema “Culturas juveniles emergentes” que se celebra en Roma del 6 al 9 de febrero.
En su ponencia habló de cómo cada adolescente está marcado por su connotación sexual, clase social, lugar en el que vive, origen cultural, convicciones religiosas y de sus padres, su historia personal y su contexto relacional. Uno no se asemeja a otro, pero en las circunstancias sociales en las que vivimos, son muchos los aspectos que les unen. Su intervención ha afrontado sobre todo la relación de los adolescentes con su cuerpo y con el universo del consumismo.
El profesor comenzó definiendo la adolescencia como un periodo de reorganización simbólica y afectiva, un periodo de turbulencia que resulta incómodo para el joven y para su padres. Además, da vida a un debate intenso y es un momento de crecimiento físico y psíquico y de ampliar las relaciones con los otros.
Señaló que uno de los problemas de la sociedad actual es «la aparición de una moda hiper-sexualizada que lleva a las chicas a vestirse y a asumir unos comportamientos que les confieren un aspecto de jóvenes mujeres, mientras que a menudo son preadolescentes». En este aspecto, afecta mucho la publicidad que «tomando nota de la inversión de las generaciones, muestra pequeñas mujeres y pequeños hombres de diez años o incluso menos, desencantados y dando lecciones a sus padres que no comprenden nada del mundo de hoy».
Al contrario –ha matizado- sucede con los jóvenes que han superado ampliamente los 20 años que «indican la persistencia de una posición juvenil». En muchos casos esto sucede de una manera dolosa porque «su situación de precariedad no permite conseguir su autonomía por la desocupación, en una sucesión de trabajos eventuales».
A propósito de esto, los psicoanalistas hablan del síndrome de «Peter Pan». El profesor ha matizado que «la adolescencia es para estos jóvenes no tanto la ruptura con la infancia, sino más bien la voluntad de prolongarla lo máximo posible, manteniendo las ventajas materiales de la tutela de la familia, dejando en su interior una libertad de movimiento».
El estatuto contemporáneo del niño y del adolescente en la familia y el vínculo social no facilita tampoco la transmisión y el espíritu crítico, puesto que muchos niños están siendo ‘adultizados’. «Un niño que se convierte en hijo o hija de sí mismo no tiene la misma relación con el mundo que otro que reconoce y es reconocido en una filiación y una pertenencia a una familia, a un contexto social que proporciona civilización y leyes».
En la relación con los padres, es necesario tener en cuenta que «el joven marca su cuerpo como pertenencia a sí mismo. El proceso de distanciamiento de los jóvenes con los padres conoce una serie de fases, necesita paciencia por parte de los padres, que se preocupan por estos cambios inesperados. Al mismo tiempo, el amor está todavía ahí, y el joven necesita que sus padres le tranquilicen en esta conquista de la autonomía».
La comunicación es otro de los puntos fundamentales en el desarrollo de los jóvenes aunque «no impide sentirse solo, aún estando rodeado de personas», además el foco de la autoestima se desplaza hacia la mirada de los otros no ya hacia la de los padres». También el look se convierte en una forma primaria de socialización, «la apariencia exterior es la máxima expresión de la autoestima y del sentido de identidad».
Otro aspecto a tener en cuenta, ha remarcado Le Breton, son las conductas de riesgo que caracterizan la alteración del gusto de vivir de una parte de la juventud contemporánea. Estas conductas «son intentos de desvincularse de la impotencia para volver a ser los actores de la propia existencia, incluso pagando el precio (lógica del sacrificio)». La multiplicación de estas conductas de riesgo es un fenómeno sociológico y «se trata de formas de búsqueda desesperada del sentido, de ritos íntimos de contrabando que no gozan del consenso de la sociedad y que los profesionales pretenden prevenir». Además de ser «un modo radical de tirar fuera el sufrimiento, de forzar el pasaje para acceder a otra sensación de sí mismos».
La clave para actuar frente a estas conductas de riesgo es darse cuenta que estos comportamientos son apelaciones a la vida y también reclamaciones de ayuda, por eso «solicitan un reconocimiento, un acompañamiento al joven, una compresión del hecho de que estas conductas son el signo de un sufrimiento intenso». De ahí la importancia de convencer a los jóvenes de que su existencia es preciosa y alejarles de estos juegos de muerte para llevarles al juego de vivir.