Ofrecemos por su actualidad el artículo firmado por el obispo de Guarabira Francisco de Assis Dantas de Lucena, publicado en página web de la Conferencia Episcopal de Brasil, en el que aborda este tiempo de Carnaval y la próxima Cuaresma.
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El carnaval puede ser vivido de diversas maneras. No tuvo su origen en Brasil, como muchos piensan, sino en Grecia. Era una fiesta de alegría pagana. En Brasil, el carnaval es cosa seria. Hay quien habla de que el ritmo normal de la vida en el país sólo comienza después del carnaval. Es tiempo en el que vale todo. Vale caer a fondo en el placer sin frenos, en la bebida, en las drogas. Y todo eso equivocadamente y en nombre de la alegría. ¿Qué alegría es esa que, al final de la jarana, se acaba?
Pero está el Carnaval verdadero, marcado por una alegría verdadera. En ese Carnaval se ahorra el placer corresponsable, la bebida, las drogas, para celebrar la vida. El católico puede conmemorar el carnaval, siempre que respete los principios cristianos, sin entregarse a los excesos permisivos tan difundidos en nuestros días. Quien no participa en las festividades públicas, procure alegrarse junto a su familia y amigos. Esto tiene que ser rescatado.
Las diócesis, las parroquias y las comunidades de este país promueven un carnaval diferente, repleto de la alegría que Dios quiere para todos sus hijos. En todo caso, es carnaval. Quien piensa hacer fiesta que la haga con respeto al prójimo y a los valores. Muchos deciden pasar el Carnaval en la tranquilidad del campo, de la playa. Otros en retiro espiritual, en una experiencia de Dios, profunda y transformadora. Otros todavía se van a quedar en casa y asistir al espectáculo de creatividad, de luz y de de colores, promovido por las escuelas de samba.
Pasados los días de Carnaval tiene inicio el tiempo de Cuaresma con la imposición de las cenizas sobre nuestras cabezas y oyendo esta llamada de Jesús: “¡Convertíos y creed en el Evangelio!” Estas palabras, indican un entero programa de vida, preparándonos para celebrar la Pascua. Así en la oración, en el ayuno, en el ejercicio de la caridad fraterna, en la penitencia, caminamos al encuentro del Cristo pascual.
En la Cuaresma nos ejercitamos en la revisión de vida, en la conversión en nuestras prácticas religiosas, para que no sean solo manifestaciones formales y exteriores de religiosidad –“para ser vistos por los hombres”– sino que sean la expresión de una vida que se vuelve sinceramente hacia Dios. Y, durante la Cuaresma, realizamos la Campaña de la Fraternidad. Esta señala una reflexión específica para ejercitarmos en la caridad; este año, es la juventud. Queremos juntos encontrar caminos para acoger e integrar a nuestra juventud. Nuestra respuesta generosa al llamamiento debe ser: “Héme aquí, envíame” (Is 6,8). Convirtámonos, y en los desafíos de este mundo, volvámonos misioneros al servicio de la juventud.