En su cuarta meditanción, en los Ejercicios Espirituales que están celebrándose en la Curia Roma, con la presencia de Benedicto XVI, el predicador, cardenal Gianfranco Ravasi habló sobre cómo la potencia de la presencia divina que anima la liturgia consigue fecundar también el desierto de la historia y de la existencia humana.
Comentando la gran epifanía de Dios en la liturgia, explicó que «naturalmente consideramos la liturgia así como surge dentro del salterio, pero en la práctica es también la representación de nuestra liturgia y esta realidad que es tan fundamental en la vida de la Iglesia».
Llamando la atención sobre los salmos 120 y 134, dijo que son cantos que «expresan la sensación de gloria profunda del peregrino, algo análogo que no somos capaces del todo de vivir de manera espiritual y sentimental».
Recordó que la liturgia debe tener siempre dos características, por un lado, misterio, transcendencia y presencia de lo divino, y por otra parte debe ser comprensible, iluminante y un signo abierto a la asamblea que participa. Las dos dimensiones a la vez, Dios y hombre juntos. Y recurre a la imagen de la «tienda del encuentro», como un espacio para compartir Dios y el hombre. Señala que nuestra liturgia es «una mirada constante hacia lo Alto, pero una mirada dirigida a los hermanos». El cardenal recurre de nuevo, como en las predicaciones precedentes, a la dimensión vertical y horizontal en la reunión de la asamblea. La dimensión vertical que se dirige a lo Alto y una horizontal que se dirige a los hermanos.
Habló también del sacramento de la reconciliación como de «un componente que permite necesariamente acceder al culto. También Jesús en su liturgia de ingreso lo quiere recordar, centrada en el único mandamiento, el del amor. Lo dice en el discurso de la montaña y en la afirmación «recuerda si tienes algo contra tu hermano, deja tu don delante del altar y ve a reconciliarte con tu hermano». Lo recuerda san Pablo, en el capítulo 11 de la carta a los corintios, «quien beba del cáliz del Señor de forma indigna, será culpable ante el cuerpo y la sangre del Señor, que cada uno se examine a sí mismo y después coma del pan y beba del cáliz». Por eso, señaló, para estar en comunión con Dios es necesario estar en comunión entre nosotros.
Citó al sociólogo canadiense Marshall Mcluhan, cuando habla de su conversión y dice «tenemos que evitar que la conversión sea algo muy retórico, es algo profundamente interior que debe cambiar la vida».
Dios es infinito pero nosotros somos limitados, por eso Dios baja y se revela y se encuentra con nosotros, que necesitamos el espacio. Así nace el espacio sagrado, que es principio casi fundamental. El hombre quiere encontrar algo que tenga a la vez la diversidad del creador, busca un centro, y este centro normalmente está representado en un piedra fundamental que es el templo de Dios.»Y por eso, añadió, el «templo es el lugar que permanece como el signo que remite a la trascendencia».
Evocando de nuevo una imagen, la de las alas de los querubines que protegen el templo y al pueblo, dice: «esta seguridad, esta confianza que se encuentra entrando en la liturgia, entrando en el templo, encontráis también la paz del alma y el silencio. Es algo que emociona siempre».
Al finalizar la predicación, recuerda nuevamente que «la dimensión de la verticalidad y de la horizontalidad hacen que la liturgias sea verdaderamente nuestra realidad profunda».