“Amarás, pues, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Estas palabras que yo te mando hoy estarán en tu corazón.” (Dt 6,5-6). Aquí no se refiere al órgano corporal que es un músculo hueco que bombea sangre, por el que pasan en 24 horas unos 5 litros y medio a través de unos 96.000 kilómetros de vasos sanguíneos. En lenguaje bíblico se trata de la sede de la vida física pero también de la voluntad, pensamientos, recuerdos, emociones, afectos, memoria, conciencia moral y religiosa, decisión ante la fe, es decir la persona humana en toda su interioridad.
Pero sí es cierto que lo mismo que a cada estructura corporal le corresponde una función, podemos pensar en lo que nos puede sugerir la primera para reflexionar acerca de la segunda. Está situado en el centro de un circuito en forma de 8. Está hecho para representar nuestra necesidad de un amor infinito. Sus movimientos de sístole (contracción) y diástole (dilatación) reflejan la necesidad de dar y acoger, de amar y ser amados, y en paz, como la secuencia de seis pasos del ciclo cardíaco también ejemplifica, desde un llenarse de sangre las aurículas relajadas hasta un vaciarse, también relajados, los ventrículos.
También la presión sanguínea que se mueve entre nuestras sístoles (máximas) y diástoles (mínimas), nos puede hacer pensar en la tensión moral que tenemos en nuestra vida, que más que por normas ha de ser motivada por amor, que es difusivo y pide autenticidad a cada momento. La naturaleza del corazón físico también suscita su capacidad metafórica respecto de la realidad trascendente del amor.
Si esto es así con nuestro corazón, ¿cómo podemos vivir e interpretar bien el Sacratísimo Corazón de Jesús y el Inmaculado Corazón de María? Esos títulos que tienen no nos deben impedir nunca un aprendizaje de mansedumbre y humildad, una confianza y una meditación tan necesarios, acerca de ellos, para nuestra vida cristiana. ¿cómo son las interioridades reales de Jesús y de María? ¿cómo aman?
El Corazón de Jesús, “siendo manso y humilde de corazón, exaltado en la cruz fue hecho fuente de vida y amor, del que se sacian todos los hombres” (elog. del Martirologio Romano). Así se nos da en la Eucaristía siempre.
Dios preparó en el corazón de la Virgen María una “digna morada al Espíritu Santo” y de ese modo le pedimos a Él que, por intercesión de Ella, lleguemos a ser “templos dignos de la gloria de Dios.” (Oración colecta de la Memoria del Inmaculado Corazón de María).
Para asegurar la unión plena con Dios, nuestro destino bueno, no pueden bastarnos los gestos externos, una especie de “filacterias” protectoras, sino que hemos de ir más allá, a la verdad de un amor indiviso. Hemos de renovarnos por entero para amarLe con todo el corazón, con toda el alma, con toda nuestra mente. (Cf. Mt 22,37).