Necesitamos Su mirada para convertirnos

Catequesis para la familia, semana del 16 de septiembre de 2013

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La invitación que se nos hace esta semana, desde las lecturas evangélicas de comienzo (Lc 15, 1-32) y fin de la misma (Mt 9, 9-13), para meditar y poner en práctica, es a la conversión personal y al reconocimiento de la misericordia divina.

Nadie está libre de pecado. Porque con frecuencia fallamos por acción u omisión en nuestros juicios, en lo que decimos y hacemos, todos necesitamos el perdón, que restaura las relaciones deterioradas, bloqueadas o rotas con nosotros mismos, con los demás y con Dios.

El primer paso es el reconocimiento de esa cruz que llevamos, que nos hace caer una y otra vez en las mismas faltas. Se trata de ser pacientes con nosotros mismos, pues es preciso poner los medios para ir corrigiéndonos.

En segundo lugar hay que ver si usamos con los demás una lupa de aumento sobre sus supuestas limitaciones, negligencias o hasta maldades. Somos injustos al aplicar a determinadas personas que no nos caen bien mayor rigor o severidad en los juicios que a los que nos parecen más simpáticos o agradables, o hacia nosotros mismos.

Por último, pero quizá debiéramos tener presente desde el comienzo es cómo actúa la misericordia divina ante nuestras infidelidades a Su Amor. Su paciencia, su búsqueda, su mirada limpia de prejuicios, y su abrazo desinteresado, ¡qué poco tienen que ver con nuestras reacciones (muchas veces instintivas) respecto de a las ofensas, molestias o simples desavenencias por parte de las personas a las que debiéramos querer más!

Una vez más los distintos grupos de personas de esas citas evangélicas anteriores nos dan ejemplo de cuál debe ser nuestro proceder. En Lc 15, 1-2 se nos dice que solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: “Ese acoge a los pecadores y come con ellos”. ¿Nos acercamos a Jesús para escucharle, o nos molesta que acoja, perdone y esté con aquellos que creemos que no se lo merecen? Nos pasa eso con más frecuencia de lo que pensamos. Muchas veces nos parece injusta la misericordia tan infinita que no sólo perdona la ofensa sino que llega hasta el olvido.

Si así comienza esta semana, la terminamos con un santo apóstol y evangelista que fue precisamente publicano, empleado en el cobro de impuestos para los romanos. Se trata de Mateo, cuya fiesta celebramos el sábado 21. No se nos dice cuánto tiempo estuvo mirándole Jesús sentado en el mostrador de los impuestos, ni cuánto tiempo tardó en decirle Sígueme, pero sí que cuando se lo dijo se levantó y lo siguió. Mateo tendría mala fama o aceptación entre los suyos, pero Jesús con su mirada y llamada la anuló plenamente. Todo un ejemplo a seguir en nuestro tiempo: dejarnos mirar y acoger por Jesús para mirar y acoger así a los demás, como Mateo, porque Él es nuestro mayor tesoro.

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Luís Javier Moxó Soto

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