Con el fin de orar ante los restos del siervo de Dios Odorico D’Andrea, muerto en olor de santidad a fines del siglo pasado, los obispos miembros de la Conferencia Episcopal de Nicaragua llegaron este martes 17 en peregrinación hasta la capilla del Tepeyac en el pueblo de San Rafael del Norte, diócesis de Jinotega, ubicada en el departamento del mismo nombre.
Al término de la visita que contó con la presencia del nuncio apostólico, el obispo del lugar y presidente del episcopado, monseñor René Sándigo, expresó que se sentían «muy gozosos de estar ahí y de que los fieles sintieran la cercanía de sus pastores, así como ellos se sienten uno con ellos».
La ocasión fue propicia para que escucharan a los pobladores, quienes pidieron a los obispos que ayudaran a encaminar la causa de canonización de tan amado pastor.
Fama de santidad
En esta ciudad nicaragüense ubicada al norte-centro del país, el franciscano de origen italiano murió en 1990 tras consagrar 36 años de su vida entre los nicaraguenses, que hoy ven en él a un modelo de pastor «con olor a ovejas» y a quien aún recuerdan los pobladores por su sencillez, humildad y atención a los más necesitados.
Otro hecho que hizo crecer la atención sobre del padre Odorico fue que diecisiete años después de su muerte, al exhumar su cuerpo, este fue encontrado incorrupto y sin olor fétido, a pesar de que no había sido preservado con ninguna sustancia antes de su sepultura. Estaba allí presente el entonces obispo de la diócesis de Jinotega, monseñor Carlos Enrique Herrera.
Tal evidencia, unida a la fama de santidad y sus obras apostólicas, llevó a que en el año 2002 fuera introducida su causa de beatificación por monseñor Sergio Goretti, obispo de Asís en Italia, cuna del franciscanismo.
Apóstol de la paz y de la vida
Al hoy siervo de Dios se le ha considerado como un «profeta y reconciliador de la paz en Nicaragua», en el tiempo de la guerra interna. Cuenta la historia que de modo providencial, mientras celebraba la misa en la Naranja, agrupando a los grupos armados de los Contras y del Ejército Popular Sandinista, estos terminaron dándose un abrazo de paz.
Las noticias de la época recogieron que durante la celebración, los dos grupos armados se sentaron, y muy respetuosamente, ante la gran autoridad moral y religiosa del padre Odorico, asistieron a la misa; y el momento cumbre llegó cuando ambos bandos se estrecharon en un fraternal abrazo durante el saludo de la paz.
Desde su alejada posición, aunque con el celo pastoral de un gigante, D’Andrea fue un gran gestor en la construcción de carreteras, ermitas, escuelas, centros de salud, hospitales, templos y una casa de retiros para los pobladores a él encomendados. También trabajó mucho para dotar de agua potable y luz eléctrica a las comunidades, contribuyendo así al desarrollo integral de las familias y personas.
Al siervo de Dios, que fundó la congregación de las Hermanas Franciscanas Peregrinas del Inmaculado Corazón de María, se le atribuye el don de profecía, clarividencia y bilocación, todo lo cual es parte del estudio diocesano para la causa de beatificación ya en curso.