Siria: Esperamos con valentí­a el alba de un nuevo día

Un monje sirio cuenta a Ayuda a la Iglesia Necesitada su experiencia como párroco en Knayeh

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«Fue el día más difícil de mi vida y lo afronté con valentía, confiando totalmente en Dios, para que me sugiriera las palabras que debía dirigir a mis fieles». Así el padre Firas Lufti, monje sirio que pertenece a la Custodia de Tierra Santa, recuerda cuando celebró los funerales del padre François Murad, el religioso asesinado en Siria el pasado mes de junio.

El hermano Firas cuenta a Ayuda a la Iglesia Necesitada los meses que ha pasado como párroco en Knayeh, en el valle del Orontes, casi en la frontera con Turquía. Y cuenta la jornada del 23 de junio, cuando tuvo que dirigirse al cercano pueblo de Ghassanieh para recuperar el cuerpo sin vida de padre François. «A las seis de la mañana algunos fieles llamaron a mi puerta para decirme que el convento de Ghassanieh había sido bombardeado y que François había muerto. Mi pensamiento fue inmediatamente a las tres monjas y al otro religioso, el padre Philippe, que vivían en el convento de San Antonio de Padua». Al llegar al lugar, el hermano Firas entendió que no se trataba de un bombardeo, ya que el exterior del edificio no había sufrido daños. Sin embargo, el interior de la iglesia estaba devastada: los bancos y las estatuas destruidas, el tabernáculo abierto. Dentro del convento yacía el cadáver del padre François, cubierto con su sangre. «No le había matado un misil del gobierno como me habían dicho, sino con disparos de armas de fuego». Junto al cuerpo, tres hombres armados. Por su acento era fácil deducir que no eran sirios. «Me informaron también de un checheno en el edificio que continuaba insultando al pobre padre François. Por suerte no me vio, si no podría haberme matado también a mí».

En otra habitación del convento, en el piso superior, estaban las tres hermanas del Rosario «aterrorizadas y destrozadas». Afortunadamente aquel día, el padre Philippe, el párroco, se encontraba en Latakia y así salvó su vida. La noticia de la muerte del religioso difundió el terror en la pequeña comunidad cristiana local. «Aún si yo mismo lo necesitaba – recuerda hermano Firas –  intenté infundir valentía y confortar a los fieles. Durante el funeral no fue fácil encontrar las palabras justas, palabras que no fueran interpretadas como un mensaje a favor del gobierno o de los rebeldes. Yo no estoy con ninguno, si no con el Señor y con mis hermanos, que son ciudadanos sirios y en cuento tal tienen derecho a habitar en esta tierra y vivir con dignidad en su propio país».

El valle del Orente es un zona controlada actualmente por los rebeldes después de la retirada del ejército leal. De las tres parroquias franciscanas situadas en la región, Ghassanieh vive la situación más dramática: aquí se encuentran mucho milicianos qaedisti, la mayoría extranjeros, procedentes de Afganistán y Chechenia. En Jacoubieh hay unos cuarenta grupos rebeldes, compuestos en su mayoría por sirios y a menudo en lucha entre ellos. Knayeh es, sin embargo, una zona controlada en su mayoría por el ejército sirio libre, aunque si bien aquí no faltan «elementos fanáticos que desean imponer la sharia». «Cuando llegué a Knayeh el pasado mes de abril – afirma el hermano – encontré una situación terrible. Casi cada noche estaba obligado a salir a controlar si alguno había quedado herido o muerto por los misiles que caían continuamente sobre el pueblo». Son cerca de trescientos los cristianos que han elegido quedar en el pequeño país después de la retirada del ejército sirio oficial. «Son personas que han querido tomar partido, sin embargo, el gobierno les considera cómplices del terrorismo y los rebeldes creen que, por ser cristianos, están unidos al régimen. Por otro lado, cuando los grupos de la oposición necesitan dinero, roban a los cristianos». Los habitantes del pueblo no tiene ya de qué vivir: muchos han perdido el trabajo y a los agricultores se les ha despojados de sus cosechas. Por suerte las familias pobres pueden contar con la solidaridad del convento franciscano de San José. Cada mes los monjes donan harina, arroz, azúcar y ofrecen hospitalidad a quién lo necesite, sea cual sea su fe. «Nuestro convento ha hospedado incluso a alauitas y sunitas juntos, haciendo posible su reconciliación». Muchos llegan a Knayeh también por los cariñosos cuidados de sor Patrizia, religiosa italiana del Sagrado Corazón Inmaculado de María. «No obstante la falta de medicinas y las terribles condiciones psicológicas  en las que vive, sor Patrizia ha decidido quedarse en Soria para sanar enfermedades y secar las lagrimas de quien necesite su ayuda. Muchos musulmanes recorren varios kilómetros para que ella les cure, porque están convencidos de que su mano está bendecida».

Pensando en el futuro de su país, el hermano Firas cree que la paz se puede alcanzar a través del compromiso concreto de todas las partes implicadas: no solamente el régimen y la oposición, si no también todos los sujetos internacionales que apoyan y financian a una u otra parte. Una oportunidad se podría representar por la posible conferencia de Ginebra, que precisamente se ha pospuesto recientemente. «En Siria se combate una guerra mundial a expensas de los ciudadanos inocentes. Cada día causa más dolor, amargura, muertos y destrucción, pero no debemos perder la confianza en el futuro. Esto es lo que he aprendido en los meses vividos en Knayeh: debemos continuar esperando con valentía el alba de un nuevo día».

Traducido del italiano por Rocío Lancho García

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ZENIT Staff

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