El santo padre: no podemos resignarnos a un Oriente Medio sin cristianos

El papa a la Plenaria de la Congregación de las Iglesias Orientales: La cátedra de Pedro vela para que la variedad sirva a la unidad en vez de dañarla

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El santo padre, tras reunirse con los patriarcas de las Iglesias Orientales esta mañana, ha recibido también a los participanets de la Plenaria de la Congreación para las Iglesias Orientales, encuentro que se ha celebrado en Roma del 19 al 21 de noviembre.

Francisco ha recordado que «Cristo es la luz de los pueblos» y que de oriente a occidente toda la Iglesia da este testimonio del Hijo de Dios, esta Iglesia que, como evidencia la Constitución dogmática sobre la Iglesia del Concilio Ecuménico Vaticano II, «está presente en cada nación de la tierra […], de hecho, todos los fieles esparcidos por el mundo están en comunión en el Espíritu Santo».

Asimismo ha explicado que «el memorable Concilio Vaticano II también tuvo el mérito de recordar explícitamente como en las antiguas liturgias de las Iglesias Orientales, en su teología, espiritualidad y disciplina canónica ‘resplandece la tradición que viene de los apóstoles a través de los padres y que constituye parte del patrimonio divinamente revelado e indiviso de la Iglesia universal'».

El santo padre se ha manifestado complacido de acoger a los patriarcas y los arzobispos mayores, junto con los cardenales, arzobispos metropolitanos y los obispos miembros de la congregación para las Iglesias Orientales.

Francisco ha indicado que esta sesión plenaria tiene como objetivo recuperar la gracia del Concilio Vaticano II y del Magisterio posterior sobre el oriente cristiano. «De la evaluación del camino recorrido surgirán orientaciones para sostener la misión encomendada por el Concilio a los hermanos y hermanas de Oriente, es decir, ‘la de promover la unidad de todos los cristianos , especialmente los orientales’, ha observado el papa. Así, ha afirmado que «el Espíritu Santo los ha guiado en esta tarea sobre los senderos, no fáciles de la historia, alimentando su fidelidad a Cristo, a la Iglesia universal y al sucesor de Pedro, incluso a un alto precio y no pocas veces hasta el martirio». Por ello «¡la Iglesia entera os lo agradece!» ha exclamado el pontífice.

A continuación, Francisco, siguiendo las huellas de sus predecesores, ha querido reafirmar que “dentro de la comunión eclesiástica, existen legítimamente Iglesias particulares, que gozan de tradiciones propias, permaneciendo inmutable el primado de la cátedra de Pedro, que preside la asamblea universal de la caridad, protege las diferencias legítimas y simultáneamente vela para que las divergencias sirvan a la unidad en vez de dañarla. Sí, la variedad auténtica, legítima, la inspirada por el Espíritu no daña la unidad, sino que la sirve; el Concilio nos dice que esta variedad es necesaria para la unidad”.

El papa les ha contado a los presentes que los patriarcas y arzobispos mayores le han hablado esta mañana de la situación de las diversas Iglesias orientales, y de las que ha destacado “la vitalidad renovada de las que han estado oprimidas durante largo tiempo por los regímenes comunistas, el dinamismo misionero de las que se refieren a la predicación del apóstol Tomás, la perseverancia de las que viven en Oriente Medio, a menudo en la condición de ‘pequeño rebaño’, en entornos marcados por la hostilidad y el conflicto y también por las persecuciones encubiertas».

Por otro lado ha mencionado un tema tratado en la plenaria: el problema de la diáspora, uno de los puntos claves de la plenaria, dado su aumento significativo en todos los continentes. Por ello, el santo padre ha reiterado que hay que hacer todo lo posible para «facilitar la atención pastoral tanto en los territorios propios, como allí donde las comunidades orientales se han establecido desde hace tiempo, fomentando al mismo tiempo la comunión y la fraternidad con las comunidades de rito latino. Para ello será útil insuflar nueva vitalidad en los órganos consultivos que ya existen entre las Iglesias particulares y con la Santa Sede”.

Un pensamiento especial ha dedicado el papa en su discurso a “la tierra bendita donde Cristo vivió, murió y resucitó», añadiendo que «en ella la luz de la fe no se ha extinguido; al contrario, resplandece con fuerza. Es la ‘luz de Oriente’ que ‘ha iluminado a la Iglesia universal, desde que apareció sobre nosotros un sol naciente, Jesucristo, nuestro Señor'» . Por consiguiente, ha matizado el papa, «cada católico tiene una deuda de gratitud con las Iglesias que viven en esa región. De ellas podemos aprender, entre otras cosas, la paciencia y la perseverancia, del ejercicio diario, a veces marcado por la fatiga, del espíritu ecuménico y del diálogo interreligioso. El contexto geográfico, histórico y cultural en el que viven desde hace siglos, las ha hecho interlocutoras naturales de muchas otras confesiones cristianas y de otras religiones”.

El pontífice ha observado que «gran preocupación suscitan las condiciones de vida de los cristianos que, en muchas partes de Oriente Medio sufren gravemente las consecuencias de las tensiones y conflictos. Siria, Iraq, Egipto y otras zonas de Tierra Santa, a veces se llenan de lágrimas». «El obispo de Roma – ha afirmardo él mismo – no descansará mientras haya hombres y mujeres, de cualquier religión, menoscabados en su dignidad, sin lo necesario para la supervivencia, privados del futuro, obligados a la condición de prófugos y refugiados”.

En consecuencia, Francisco ha hecho un llamamiento junto a los pastores de las Iglesias de Oriente, para que «sea respetado el derecho de todos a una vida digna y a profesar libremente la propia fe». Y ha afirmado que «no nos resignamos a pensar en un Oriente Medio sin cristianos, que desde hace dos mil años confiesan el nombre de Jesús, insertados como ciudadanos de pleno derecho en la vida social, cultural y religiosa de las naciones a las que pertenecen».

El dolor de los más pequeños y los más débiles, junto al silencio de las víctimas plantea una pregunta insistente: ¿Cuánto queda de la noche?.  Y Francisco dirigiéndose a toda la Iglesia ha exhortado a la oración, «que sabe conseguir del corazón misericordioso de Dios, la reconciliación y la paz. La oración desarma la necedad y genera un diálogo allí donde hay un conflicto abierto. Si es sincera y perseverante, hará que nuestra voz humilde y firme sea capaz de ser escuchada incluso por los líderes de las naciones».

El papa ha concluido con el pensamiento puesto en Jerusalén, “donde todos hemos nacido espiritualmente», deseando “todo el consuelo para que sea realmente profecía de esa convocación definitiva, de oriente a occidente, dispuesta por Dios”.

(RED/RL)

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ZENIT Staff

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