Este domingo II de Adviento ha coincidido con la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. Estamos a pocos días de la Natividad del Señor y debemos preguntarnos qué sentido y relación guardan ambas solemnidades. El Martirologio Romano nos da la respuesta diciendo que María es realmente llena de gracia y bendita entre las mujeres en previsión del nacimiento y de la muerte salvífica del Hijo de Dios. También, en el prefacio de la Misa propia: “preservaste a la Virgen María de toda mancha de pecado original, para que en la plenitud de la gracia fuese digna madre de tu Hijo y comienzo e imagen de la Iglesia, esposa de Cristo, llena de juventud y de limpia hermosura. Purísima había de ser, Señor, la Virgen que nos diera el Cordero inocente que quita el pecado del mundo.” En el mismo designio en el que Dios decidió la encarnación del Hijo se encuentra la elección de la Madre del Verbo encarnado. La forma de la encarnación afecta a la forma de la maternidad. Por ello pueden estar ligadas también la maternidad y la corredención (o colaboración en la redención de la humanidad) en María.

La fiesta de la Inmaculada Concepción fue introducida en el calendario universal por Clemente XI en 1708. Muchas personas piadosas y universidades hacían voto de defender este privilegio de la Virgen. Los reyes españoles sobresalieron, por ejemplo Felipe IV, en pedir al Papa la declaración del dogma, que finalmente fue proclamado en 1854 por la bula “Ineffabilis Deus” de Pío IX: “declaramos, afirmamos y definimos que ha sido revelada por Dios, y de consiguiente, qué debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles, la doctrina que sostiene que la santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original, en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, salvador del género humano.” Esta definición reforzó –a juicio de Juan Mª Laboa- la autoridad pontificia y estimuló los estudios teológicos mariológicos. El 25 de marzo de 1858, relata santa Bernardita Soubirous (canonizada el 8 de diciembre de 1933) que ante la pregunta acerca de su nombre, la Señora le dijo, en la gruta de Massabielle (Lourdes), en patois: “Que soy era Immaculada Councepciou”.

Hace poco asistí a algo más que una película, de Juan Manuel Cotelo, “Mary’s land – Tierra de María” (http://www.maryslandmovie.com/). Se trata de una invitación, una sugerencia a estar abierto, disponible, a recibir con el corazón, sin negar o censurar en nada la razón, los testimonios de diversas personas que dicen haber tenido encuentros con la Virgen María. Nada más, y nada menos. También en el caso del libro de Jesús García, “Estamos de vuelta. Peregrinos españoles dan testimonio tras su asombrosa experiencia de Medjugorje” trata de relatos sorprendentes y comunes al mismo tiempo, que vivieron personas que se han visto cambiadas por lo que allí les sucedió. Ambos autores se cuestionan cómo es posible que alguien tenga a partir de ese momento verdadera paz, serenidad, orden, alegría, amor,… en su vida.

Según el P. Justo A. Lofeudo, aunque el Papa Francisco ha dicho recientemente que la Virgen no es una jefa de correos que distribuye cartas personales a cada uno, en lugares como en Medjugorje supuestamente se trata de mensajes universales, dados a todos. En ningún caso, aún en la reciente nota de Mons. Viganó, Nuncio en los Estados Unidos, la Iglesia afirma ni niega la autenticidad de las manifestaciones en forma de apariciones sobrenaturales y revelaciones. Lo que sí requería y requiere, debido al reconocimiento de fieles de todo el mundo, es atención y cuidado pastoral. Roma debe dar un juicio definitivo sobre Medjugorje si el resultado de las investigaciones fuera negativo, es decir en caso de fraudes y negaciones y desviaciones a la verdad de la fe y de la moral. Dice el P. Justo también que aún cuando hubiera indicios de verosimilitud y de buenos frutos y que todo haga pensar en una intervención graciosa del Cielo, mientras continúen apariciones y mensajes, la Iglesia no podrá dar un juicio definitivo.

La Iglesia nos propone ahora mirar a una mujer cuya vida puede resumirse en el “fiat voluntas Tua” (“hágase Tu voluntad”) con el que aceptó su misión (Giussani). María participa plenamente de la concepción que Jesús tiene de la vida, de la necesidad de vivir en la verdad, ser todo de Dios. Nosotros nos confrontamos con un ideal que nos supera, somos pecadores mirados por Cristo. Por ello hemos de pedir a María ser así transfigurados. Mejorémonos, superémonos, convirtámonos continuamente a Él, a través de gestos y signos concretos que expresen la nueva humanidad que a través de Ella, nuestra madre inmaculada, se nos ha dado.