El Papa en Sta. Marta: un hombre de gobierno no utiliza a Dios y a su pueblo

Francisco propone imitar al rey David a la hora de afrontar los momentos difíciles de la vida

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No utilizar a Dios y al pueblo para defenderse en los momentos de dificultad. Es lo que ha subrayado el papa Francisco en la misa de esta mañana en la Casa de Santa Marta. Al comentar la actitud del rey David ante la traición de su hijo Absalón, el Santo Padre ha invitado a elegir siempre el camino de la confianza en Dios.

El rey David huye porque su hijo Absalón le ha traicionado. El Pontífice ha centrado su homilía en la Primera Lectura, del Libro Segundo de Samuel, que narra la historia de esta «gran traición» y sus consecuencias. David está triste porque «también el pueblo” estaba con el hijo y contra el rey. Y siente «como si este hijo estuviese muerto». Pero, ¿cuál es, entonces, la reacción de David «ante esta traición de su hijo»? El Papa señala tres actitudes. Ante todo, David, “un hombre de gobierno, toma la realidad como es y sabe que esta guerra va a ser muy dura» y “que habrá muchos muertos”. Por lo tanto , «toma la decisión de no hacer morir a su pueblo”. Él, ha observado el Santo Padre, “podía luchar en Jerusalén contra las fuerzas de su hijo»,  pero elige que Jerusalén no sea destruida:

«David, esta es la primera actitud, para defenderse no utiliza ni a Dios ni a su pueblo, y esto significa el amor de un rey para su Dios y su pueblo. Un rey pecador -conocemos la historia- pero un rey con este amor tan grande: estaba tan apegado a su Dios y tan apegado a su pueblo y no utiliza para defenderse ni a Dios ni a su pueblo. En los momentos difíciles de la vida pasa tal vez que uno en la desesperación tratando de defenderse como puede use también a Dios y a su pueblo. Él no, la primera actitud es esa: no usar a Dios y a su pueblo».

Por lo tanto, David decide huir. Su segunda actitud es «penitencial”. Sube a la montaña “llorando», caminando «con la cabeza cubierta y los pies descalzos». Y toda la «gente que estaba con él se cubrían la cabeza y, subiendo, lloraba». Es realmente «un camino penitencial». «Tal vez –ha sido la reflexión del Papa- en su corazón había pensado tantas cosas malas, tantos pecados, que había hecho», piensa no ser “inocente”. También piensa que no es justo que el hijo le traicione, pero reconoce que no es un santo y «elige la penitencia»:

«Esta subida al monte nos hace pensar a aquella otra ascensión de Jesús, también Él apenado, con los pies descalzos, con su cruz subía el monte. Esta actitud penitencial. David acepta estar de luto y llora. Nosotros, cuando tal cosa sucede en nuestra vida siempre intentamos -es un instinto que tenemos- justificarnos. David no se justifica, es realista, trata de salvar el arca de Dios, su pueblo, y hace penitencia por ese camino. Es un grande: un gran pecador y un gran santo. Cómo van juntas estas dos cosas… ¡Dios lo sabe!».

Y en el camino, ha añadido el Pontífice, aparece otro personaje: Simei, que arroja piedras contra David y contra todos sus siervos. Es un «enemigo» que va maldiciendo a David. Uno de los amigos del rey dice, entonces, querer matar a este «desgraciado», a este «perro muerto». Pero David lo detiene: «en lugar de elegir la venganza contra tantos insultos, decide confiar en Dios». Más bien, dice que dejen a Simei que lo maldiga, porque «el Señor se lo ha ordenado”. Y añade: «Él siempre sabe lo que está pasando, el Señor lo permite”. «Tal vez -piensa también David- el Señor mirará mi aflicción y me hará el bien a cambio de la maldición de hoy”. Por tanto, la tercera actitud de David es la confianza en el Señor. El comportamiento de David, ha revelado el Papa, también nos puede ayudar, «porque todos pasamos en la vida» por momentos de oscuridad y de prueba. He aquí las tres actitudes de David: «No negociar con Dios» y «nuestra pertenencia»; «aceptar la penitencia y llorar por nuestros errores»; y finalmente «no buscar, nosotros, hacer justicia con nuestras propias manos, sino confiar en Dios»:

«Es hermoso escuchar esto y ver estas tres actitudes: un hombre que ama a Dios, ama a su pueblo y no lo negocia; un hombre que se reconoce pecador y hace penitencia; un hombre que está seguro de su Dios y confía en Él. David es santo y lo veneramos como un santo. Le pedimos que nos enseñe estas actitudes en los malos momentos de la vida».

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ZENIT Staff

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