El 11 de febrero de 2013 prometía ser un lunes particularmente tranquilo, en el consistorio el papa Benedicto XVI decretó como previsto, la inscripción en el Libro de los Santos de Santa Catalina de Siena Montoya y Upegui, y María Guadalupe García Zavala. Talmente tranquilo que la Sala de Prensa de la Santa Sede estaba casi vacía.
Lo que nadie esperaba eran las siguentes palabras de Benedicto XVI: “He convocado a este Consistorio, no sólo para las tres causas de canonización, sino también para comunicar una decisión de gran importancia para la vida de la Iglesia”.
Y llegó el anuncio: “Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino”.
Y prosiguió: “Por esto, siendo muy consciente de la seriedad de este acto, con plena libertad, declaro que renuncio al ministerio de Obispo de Roma, Sucesor de san Pedro, que me fue confiado por medio de los cardenales el 19 de abril de 2005, de forma que, desde el 28 de febrero de 2013, a las 20.00 horas, la sede de Roma, la sede de San Pedro, quedará vacante y deberá ser convocado, por medio de quien tiene competencias, el cónclave para la elección del nuevo Sumo Pontífice».
Ver el texto completo de la renuncia
“El Papa esperó este consistorio con la participación de gran cantidad de cardenales presentes –dijo momentos después el portavoz vaticano, padre Federico Lombardi- y lo leyó en latín».
“El Papa estará en la plenitud de sus funciones hasta el 28 de enero a las 20 horas. Desde ese momento es sede vacante” indicó el portavoz, que añadió: «No existen dudas sobre su renuncia, visto que “lo ha hecho del modo válido previsto por el derecho canónico”.
Gestos precursores de la renuncia
El 28 de abril de 2009, el papa Benedicto XVI viajó a L’Aquila, Italia, para orar por las víctimas del terremoto. En la basílica de Nuestra Señora de Collemaggio, donde está la reliquia del papa Celestino V, Benedicto XVI depositó allí el palio que le fue entregado el día de su entronización.
Celestino V (1209/10-1296) fue elegido papa tras una sede vacante de años y tres meses debido a la división del colegio cardenalicio entre los candidatos apoyados por las familias Colonna y Orsini. Tras cinco meses como pontífice, renunció voluntariamente a su pontificado para retornar a su vida de ermitaño. Reunido el cónclave, en un día eligieron a su sucesor, Bonfiacio VIII.
Y cuando Benedicto XVI volvió a esta región, con motivo del “perdón de Celestino V” en su homilía dijo: “Han pasado ochocientos años desde el nacimiento de san Pedro Celestino V, pero permanece presente en la historia, en razón de los célebres acontecimientos de su época y de su pontificado y, sobre todo, de su santidad”.
Más todavía, el Papa quiso indicar “varias enseñanzas” de la vida del papa Celestino que son “válidas también para nuestra época”. Hay que ver en él, dijo, un “buscador de Dios” que “en el silencio exterior pero sobre todo en el interior, logró percibir la voz de Dios, capaz de orientar su vida”. Además “San Pedro-Celestino, aún llevando una vida de eremita, no se ‘encerró en sí mismo’ sino que estaba cogido por la pasión de aportar la buena noticia del Evangelio a sus hermanos. Y el secreto de su fecundidad pastoral se encontraba precisamente en el hecho de “permanecer” con el Señor, en la oración”.
Tras la perplejidad normal que puede suscitar un acto histórico de tal envergadura, vino el cónclave, y el papa Francisco. Hoy sólo a un año de distancia parece todo más claro.