¿Una cena para dos? ¿Un fin de semana fuera de la ciudad? ¿Una joya de Tiffany? No, este año, los novios de Italia y del resto del mundo tendrán una manera especial para pasar el día de San Valentín: reuniéndose con el papa Francisco en la audiencia que les ha sido reservada. Una cita que – según los datos del Pontificio Consejo para la Familia, el organizador del evento – que superado todos los pronósticos y todos los récords de participación, hasta el punto de haberlo tenido que trasladar del Aula Pablo VI a la Plaza de San Pedro. 20 mil personas son, de hecho, las previstas; 28 los países de origen; 3 las parejas que dialogarán con el Papa; uno, el denominador común de todos: el deseo de que este amor dure para siempre y sea bendecido por Dios.
Para expresar «la alegría del sí para siempre» cuatro parejas de Roma que participarán han compartido con ZENIT su testimonio y sus expectativas de cara al encuentro con el Sucesor de Pedro. Chicos normales, con edades e intereses diferentes, unidos por el deseo de vivir un «noviazgo cristiano», encaminado, por tanto, a un futuro matrimonio y caracterizado por algunas decisiones importantes. Por encima de todo, la voluntad de vivir en castidad hasta que el Sacramento no selle su amor.
Una elección no fácil y contracorriente, y que para algunos podría parecer casi un pespunte moralista. Sin embargo, una opción que –como afirman Giacomo y Christina, estudiantes de ingeniería y novios desde la escuela– «nos ha hecho mucho más fuertes y nos ha ayudado mucho en los primeros tiempos a no usarnos el uno al otro y luego darnos la vuelta y marcharnos ante la primera dificultad». » En ocho años –dice Cristina– hemos aprendido a conocernos, a dialogar, a aceptar nuestros defectos y aunque seamos totalmente diferentes (yo ‘pegajosa ‘ y él ‘escorbútico’), seguimos estando juntos». Además, añade Giacomo, «vivir la castidad nos ayuda a no sentirnos ya casados, a tomar nuestras decisiones en libertad, a recordarnos que estamos en una fase de descubrir el plan de Dios para nuestras vidas, a tratar de hablar y abrirnos, algo que no siempre es fácil».
De hecho, no es sólo la castidad lo que marca la diferencia en un noviazgo cristiano, sino el diálogo. «La castidad es una consecuencia», explica Davide, de 23 años, con estudios de psicología, novio desde hace 5 años de Laura, en prácticas en un bufete de abogados, próximos al matrimonio. «La clave es hablar como novios para conocer a la otra persona. Es importante saber lo que piensa el otro, para conocer sus valores, sus ideas. A menudo, los matrimonios terminan tan rápido, porque las personas no se conocen». «Contrariamente a lo que se suele decir –prosigue Laura– la tumba del amor no es el matrimonio, sino el sexo, ya que el cuerpo dice ‘Soy tuya/o’, pero el espíritu dice otra cosa, porque sólo con el Sacramento las dos personas se pertenecen y se entregan totalmente el uno al otro hasta el final». «Nuestra experiencia, incluso de compromisos anteriores –añade– es que el sexo nos cierra al diálogo e impide el verdadero perdón, porque a menudo después de una pelea para resolverla se va a la cama en vez de hablar».
«Renunciar a algo, incluso a sí mismos, por el otro es la demostración del amor verdadero y lo cosa que hoy nos hace más firmes y felices», coincide la pareja, que entre otras cosas asegura sentir una gran emoción de participar en la Audiencia con Francisco, porque su compromiso nació bajo la mirada de otro papa, Benedicto XVI, durante la Jornada Mundial de la Juventud en Sydney en 2008. «Ambos salíamos de historias dolorosas anteriores –explican– y ambos estaban indecisos hasta el último momento sobre la posibilidad de embarcarse para Australia ante el precio del billete». Pero «el Señor nos ha ayudado a encontrar el dinero para el viaje y luego nos ha hecho ‘encontrarnos’ (a pesar de que nos conocemos desde hace muchos años). El Padre Eterno ya se había ‘inmiscuido’ y lo demuestra el hecho de que nos hemos comprometido oficialmente precisamente en el jardín de una parroquia: la Holy Spirit Catholic Church».
Incluso en el caso de Daniele y Margherita, pareja de 24 años, juntos desde hace dos años, «la chispa fue una JMJ». Para ellos, sin embargo, no fue un amor a primera vista, pasaron años antes de derribar el muro de la timidez y la vergüenza. «Una breve peregrinación a Fátima nos dio la oportunidad de romper el hielo …», dice Daniele, «en realidad ha sido ella la que ha dado el primer, mientras yo le contestaba con monosílabos. Salía de una experiencia en el seminario y no estaba ‘despierto’ desde este punto de vista. Dios ha hecho todo lo demás y también me ha querido hacer un buen regalo, ya que nos comprometimos en el día de mi cumpleaños». Como para las otras parejas, también en el corazón de estos dos chicos ha nacido pronto el sincero deseo de casarse. Hoy, asegura Daniele, «siento la necesidad de que el Papa confirme que es Dios realmente el que llevar adelante nuestro noviazgo. La Iglesia, de diferentes formas y con diferentes personas, hasta ahora siempre nos ha acompañado en nuestras elecciones. Ahora que esta unión se está convirtiendo en algo muy grande (a menudo parece mucho más grande que yo), necesito tener cerca a Cristo, porque sé que no puedo confiar en mis propias fuerzas. ¿Y quién mejor que su Vicario puede demostrar concretamente cómo Él está presente?».
Pero Dios no se manifiesta sólo en las peregrinaciones o en las JMJ; también un aperitivo en la playa puede ser una oportunidad para que se encuentren dos personas que, a pesar de venir de diferentes historias de vida, descubren una concordancia de valores y perspectivas. Es la historia de Adam y Emanuela, 33 años él, 27 años ella, novios desde hace casi siete meses, suficientes «para decir con la mano en el corazón que nos amamos y que no podríamos querer a ningún otro». «El Señor nos ve a lo largo , mucho más que nosotros», afirma Emanuela, que dice: «Al principio no salió como todos se esperan que vayan los noviazgos: no hubo despreocupación por mi parte, sino una serie de dudas y de temores que llevaba conmigo desde el pasado y que me han perseguido durante mucho tiempo, lo que ha socavado nuestra historia todavía tan frágil. Tenía miedo de crecer, de asumir mis responsabilidades –continúa– pero luego me he dado cuenta que Adam no estaba a mi lado por casualidad, sino porque el Señor tiene un plan para mi vida. Hoy, estamos seguros de que si hemos superado ese período ha sido sólo por la voluntad del Señor, que nos ha llevado a no darnos por vencidos».
Así que la elección de casarse pronto y «vivir un noviazgo cristiano», que –señala la pareja– «para nosotros significa vivir un noviazgo en el que nos conocemos, para entender si esa persona es la persona que realmente a pensado Dios; significa vivir como novios, precisamente, y no como casados, un período que sirve para comprenderse y expresarse con naturalidad y verdad, pensando que estamos llamados a hacer siempre Su voluntad y no la nuestra». «Tomar decisiones como la de no tener relaciones sexuales antes del matrimonio, por tanto, hacer sacrificios y aprender a esperar –subraya Adam– es bueno para nosotros, fortalece la unión y, sobre todo, no permite nublar el discernimiento sobre la persona. Todavía no nos pertenecemos, no somos una sola cosa y no queremos engañarnos haciendo ‘pruebas’ falsas de matrimonio, sino que esperamos al ‘verdadero’ en el que Dios sella nuestra unión».
Más allá de todo, lo que llama la atención de la experiencia de estas parejas es que – a pesar del actual torbellino de precariedades, incertidumbres, crisis económica y de valores, pero también de ataques a la familia, el divorcio-express, convivencias, uniones civiles, matrimonios » a plazo fijo» y así sucesivamente – esté todavía tan vivo en los jóvenes de algo más de veinte años el deseo de formar una familia. Evidentemente, más allá de las acostumbradas recomendaciones de los amigos y parientes («Esperad, sois ‘jóv
enes’, disfrutad de la vida, pensad en la carrera, construiros una seguridad económica …»), ha resonado fuerte la voz del papa Francisco cuando dijo: «Queridos jóvenes, no tengáis miedo a dar pasos definitivos en la vida. Tened confianza, el Señor no os abandona».
Traducción del original italiano por Iván de Vargas