Le hizo ir a trabajar al Vaticano monseñor Piero Marini, maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias, en 1998. Se conocieron muchos años antes, el 13 de junio de 1987. Durante el tercer viaje de Juan Pablo II a Polonia, se confió a Konrad Krajewski, entonces seminarista, el aspecto litúrgico de la visita del Papa a Łódz, su ciudad.
Monseñor Marini estaba sorprendido porque este importante trabajo lo realizara un persona tan joven, todavía sin ordenar sacerdote.
La Misa organizada entonces por Krajewski pasó a la historia por un hecho curioso: el Papa quería fotografiarse con todos los niños de primera comunión que participaban, ¡y había 1500!
En cualquier caso todo fue bien y monseñor Marini recuerda siempre esta extraordinaria escena. Sin embargo Juan Pablo II quedó impresionado entonces por la espesa mata de pelo negro del joven ceremoniero.
Después de haber sido ordenado sacerdote en 1988, Krajewski fue a Roma para estudiar liturgia en el Instituto Litúrgico Anselmianum; el doctorado en liturgia lo realizó en la Universidad de Santo Tomás Angelicum.
En 1995 volvió a su ciudad para hacer de ceremoniero al servicio del arzobispo Władysław Ziółek; contemporáneamente enseñaba en el seminario. En 1998 su arzobispo recibió una carta de monseñor Marini con la petición de «prestar» por tres años a su ceremoniero al Vaticano, en vista de los preparativos para el gran Jubileo del Año 2000.
Y así, el padre Konrad con 35 años se encontró en la Oficina de las Celebraciones Litúrgicas del Pontífice. No le asustaba el trabajo litúrgico, que le gustaba mucho, sino el trabajo de oficina que también formaba parte de su nueva tarea.
Entro en seguida en sintonía con su jefe: de monseñor Marini apreciaba no solamente la profesionalidad sino antes que nada sus dotes humanas y espirituales. Para monseñor Krajewski comenzó un periodo de intenso trabajo: los preparativos de los viajes apostólicos en el lugar y todos los eventos del Año Santo.
Se hizo apreciar tanto que al acabar los tres años no volvió a Polonia: se quedó en el Vaticano, también porque Juan Pablo II, que tenía cada vez más problemas motores, necesitaba a una persona como él.
Para Krajewski vivir junto al Papa ha sido una lección continua de cómo ser sacerdote. Antes que todo aprendió que el sacerdote debe hablar siempre con Dios, debe rezar, para poder ser para la gente la imagen de Dios. Y en esto quería imitar al Papa. Una vez contó que antes de entrar en el confesionario (confiesa todos los días de las 15.00 a las 16.00) reza por todas las personas que vendrán a confesarse y después hace la misma penitencia que ha dado a las personas que ha confesado.
Monseñor Krajewski estuvo junto a Juan Pablo II durante siete años, hasta el final. En las páginas del Osservatore Romano reveló aquellos momentos dramáticos del 2 de abril de 2005: «estábamos de rodillas junto a la cama de Juan Pablo II. El Papa yacía en penumbra. La luz discreta de la lámpara iluminaba la pared, pero él era bien visible.
Cuando llegó la hora en la cual, pocos instantes después, todo el mundo lo supo, al improviso el arzobispo Dziwisz se levantó. Encendió la luz de la habitación, interrumpiendo así el silencio de la muerte de Juan Pablo II. Con voz conmovida, pero sorprendentemente estable con su típico acento montanaro, alargando una de las sílabas, comenzó a cantar: ‘Te alabamos, Dios, te proclamamos Señor’.
El atleta que caminaba y esquiaba en las montañas había dejado de caminar, el actor había perdido la voz. Poco a poco se le había quitado todo. Aunque el corazón sollozaba y el llanto apretaba la garganta, hemos cantado. A cada palabra, nuestra voz se hacía más fuerte y más segura. El canto proclamaba: ‘Vencedor de la muerte, has abierto a los creyentes el reino de los cielos’.
Así, con el himno del Te Deum, hemos glorificado a Dios, bien visible y reconocible en la persona del Papa. En un cierto sentido, esta es también la experiencia de todos aquellos que lo han visto durante el pontificado».
El padre Konrad desveló también que fue él junto con tres enfermeros los que vistieron al difunto Juan Pablo II, que «continuaban a hablar con el Papa como si estuvieran hablando a su propio padre. Antes de ponerle la sotana, la camisa, la casulla, le besaban, le acariciaban y le tocaban con amor y reverencia, como si se tratara de una persona de la familia. Su actitud no manifestaba solo la devoción al Pontífice: para mi representaba el tímido anuncio de una beatificación cercana.
Quizá es por esto que no me he dedicado nunca a rezar intensamente por su beatificación, desde el momento que había ya comenzado a participar de ella».
Cuando algún día después participó como ceremoniero en el funeral de Juan Pablo II y veía a los fieles que pedían con voz fuerte que Wojtyla fuera hecho «Santo súbito» no pensaba que le habría tocado también la alegre tarea de preparar la solemne ceremonia de la beatificación de «su» Papa.
Ha servido en el pontificado de Benedicto XVI hasta la renuncia, que tuvo lugar en febrero de 2013. En su testamento Juan Pablo II pedía que rezaran por él. Monseñor Konrad se ha tomado esta petición muy en serio: justo después de la muerte del Pontífice comenzó a celebrar la santa misa en su tumba en las grutas vaticanas (sucesivamente en la Basílica), cada jueves a las 7.
Con el pasar del tiempo esa misa se convirtió en una cita fija para muchos sacerdotes y fieles polacos residente en Roma pero también para los peregrinos.
El jueves por la tarde monseñor Krajewski organiza en su apartamento también las vísperas para sacerdotes, religiosas, amigos y conocidos: después de las oraciones hay una cena para toda la gente que él llama «la familia del jueves».
Porque el padre Konrad quiere ser antes que nada un sacerdote, no un empleado, incluso si es un empleado vaticano.
Cuando con ocasión del Año de la Fe le han preguntado qué era necesario hacer para llegar a la gente alejada de la Iglesia respondió: «Somos útiles para la iglesia cuando somos santos, cuando con nuestro comportamiento y estilo de vida no ‘escondemos’ a Dios sino, al contrario, lo desvelamos, lo ‘mostramos’. Si vivimos según los diez mandamientos, Dios ‘respira’ dentro de nosotros y la gente alrededor se da cuenta. Porque el bien es contagioso».
Para ser sacerdote según el corazón de Jesús, monseñor Konrad comenzó a ocuparse de los últimos: por la noche iba a encontrar a la gente (no todos son vagabundos) que dormían en los alrededores de la plaza de San Pedro, bajo los soportales de vía de la Conciliación.
(sigue mañana martes 18)