El Santo Padre ha enviado un mensaje a los participantes a la Asamblea General de la Academia Pontificia para la Vida, con ocasión del vigésimo aniversario de su institución.
Tal y como recuerda Francisco en el mensaje, la tarea específica de esta Academia es «estudiar, informar y formar acerca de los principales problemas de biomedicina y de derecho, relativos a la promoción y a la defensa de la vida, sobretodo en la relación directa que éstos tienen con la moral cristiana y las directivas del Magisterio de la Iglesia».
De este modo, los miembros de la Academia se proponen dar conocer que «ciencia y técnica, puestas al servicio de la persona humana y de sus derechos fundamentales, contribuyen al bien integral de la persona».
El Papa afirma que el tema elegido por la Academia para su discusión estos días: «Envejecimiento y discapacidad», es de gran actualidad y muy apreciado por la Iglesia. “En nuestra sociedad existe la tiranía de una lógica económica que excluye y a veces mata, y de la que muchas personas hoy en día son víctimas, comenzando por las personas mayores”, ha observado Francisco. El Pontífice señala que debido a la denominada cultura del “descarte”, a los excluidos ya no se les “explota” sino que pasan a ser desechos, “sobras”.
Francisco advierte que demasiado a menudo se olvida que «las relaciones entre hombres son siempre relaciones de dependencia recíproca, que se manifiesta con grados diferentes durante la vida de una persona y emerge mayormente en las situaciones de ancianidad, de discapacidad, de sufrimiento en general».
Ante este tipo de discriminaciones, el Santo Padre plantea la cuestión antropológica sobre el valor del hombre y las bases en que se asienta. “La salud -subraya- es sin duda un valor importante, pero no determina el valor de la persona. La salud no es una garantía de felicidad: ésta, de hecho, puede abundar, incluso en presencia de problemas de salud». Por lo tanto, -añade- «la falta de salud y la discapacidad no son una buena razón para excluir, o peor aún, para quitar de en medio a una persona”, y destaca cómo “la privación más grave que las personas mayores sufren no es el debilitamiento del cuerpo y la discapacidad que puedan tener, sino el abandono, la exclusión y la privación de amor”.
Asimismo resalta el papel de la familia. “Maestra de acogida y solidaridad es, sin embargo, la familia: es en el seno de la familia donde la educación perfila de manera sustancial las relaciones de solidaridad; en la familia se puede aprender que la pérdida de la salud no es una razón para discriminar ciertas vidas humanas; la familia enseña a no caer en el individualismo y a equilibrar el yo con el nosotros. Ahí es donde el “cuidar” se convierte en la base de la existencia humana y en una actitud moral que promover, a través de los valores de compromiso y solidaridad”.
Para concluir el mensaje, el Pontífice argentino recuerda que «una sociedad es realmente acogedora frente a la vida cuando reconoce que ésta es valiosa, incluso en la vejez, en la discapacidad, en la enfermedad grave e incluso cuando se está apagando; cuando enseña que la llamada a la realización humana no excluye el sufrimiento, sino que, enseña que la persona que está enferma y que sufre es un regalo para toda la comunidad, una presencia que llama a la solidaridad y la responsabilidad»
Finalmente, bendice el trabajo de la Academia para la Vida, «a menudo cansado porque implica ir a contra corriente pero siempre precioso porque está atento a conjugar rigor científico y respeto por la persona humana”.