El metropolita Hilarión de Volokolasmk, presidente del Departamento de Relaciones Exteriores Eclesiásticas del Patriarcado de Moscú, ha asegurado que la Iglesia ortodoxa rusa reza para que no se derrame más sangre en Ucrania. «La Iglesia ortodoxa rusa une a los fieles tanto de Rusia como de Ucrania. Estamos rezando para que no haya más sangre en este país y esperamos que nadie utilice esta complicación política para introducir todavía más una separación más profunda en la vida de los ucranianos según el criterio religioso», ha precisado.
Así lo ha indicado tras la presentación de los libros ‘Libertad y responsabilidad: en busca de la armonía. Derechos humanos y dignidad de la persona’ y ‘El misterio de la fe. Una introducción a la Teología Ortodoxa’, ambos de la editorial Nuevo Inicio, que ha tenido lugar hoy en el Aula Juan Pablo II de la parroquia de la Concepción de Nuestra Señora de Madrid.
Las declaraciones del metropolita Hilarión se deben a la reciente oleada de asaltos a edificios públicos y las proclamas secesionistas en el este de Ucrania, que han vuelto a poner este país bisagra al rojo vivo. Tras ver como el presidente Vladimir Putin y los soldados rusos le arrebataban la estratégica península de Crimea, la nueva Ucrania surgida de la revuelta del «Maidán» afronta ahora otro momento crítico y la amenaza de partirse en dos por el eje que traza el río Dnieper.
Tras el asalto a edificios estatales en las ciudades más importantes del este rusófilo, el Gobierno interino dio un ultimátum a los milicianos que han llevado a cabo esas acciones antes de lanzar lo que Kiev denomina una «operación antiterrorista». Pero, hoy, cumplido el plazo, los únicos que han dado un paso al frente han sido los enmascarados prorrusos.
No parece que Kiev esté en condiciones de aplicar la fuerza en la mitad oriental, que da toda la impresión de escapar a su control. El primer ministro Yatseniuk y sus hombres saben que no pueden contar con la lealtad de muchos de los encargados de mantener el orden en estos territorios. De hecho, hay indicios de que las disueltas «berkut» han encontrado una nueva causa a la que servir tras la caída de Yanukovich. Otro factor que disuade a las autoridades de Kiev es la amenaza de una intervención rusa. El presidente Vladimir Putin ha dejado claro en reiteradas ocasiones que se reserva el derecho a intervenir en defensa de los ciudadanos rusos allí donde se encuentren.
A nadie le interesa una guerra abierta en Ucrania. Tampoco que el país se parta en dos. Lo que quieren occidentales y rusos es poder mantenerla como área de influencia y negocio. Y lo que quieren los ucranianos es que el país salga adelante y no acabar matándose entre ellos. Todas las partes parecen asumir que el único entendimiento posible pasa por un diálogo en el que participen norteamericanos, europeos, rusos y representantes de las dos Ucranias.
A pesar de la reciente escalada de tensión, si las cosas no se tuercen estas negociaciones arrancarán el próximo jueves en Ginebra. Según diversos analistas, una solución factible podría pasar por una articulación federal del Estado y la convocatoria de un referéndum en todo el país para validarlo. El presidente de transición, Alexander Turchinov, ha dicho hoy que estaría dispuesto a aceptar esta fórmula y el ministro de Exteriores ruso, Serguei Lavrov, también se ha referido a ella para reclamar que se tenga en cuenta la opinión de los ucranianos del este.