Sobre estas piedras

Fiesta de San Pedro y San Pablo, apóstoles

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Hechos de los Apóstoles 12, 1-12: “El Señor me ha librado de las manos de Herodes”

Salmo 33: “El Señor me libró de todos mis temores”
2 Timoteo 4, 6-8. 17-18: “Ahora sólo espero la corona merecida”
San Mateo 16, 13-19: “Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”

En aquel tiempo, cuando llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?” Ellos le respondieron: “Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o alguno de los profetas”.

Luego les preguntó. “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Simón Pedro tomó la palabra y le dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.

Jesús le dijo entonces: ¡Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre, que está en los cielos! Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella. Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo” Mateo 16, 13-19

Es un gran personaje pero su figura queda disimulada por su apariencia: pequeño, silencioso, con su vestimenta purépecha. Sin embargo, a la hora de tomar decisiones es el primero que se compromete, el primero que arriesga vida y bienes, el primero que con palabra clara denuncia injusticias y corrupción. Cuando lo eligieron como representante le pregunté por qué nunca se había apuntado como candidato o había intentado dirigir a su comunidad. Y me respondió con mucha serenidad: “Quien anhela autoridad, acaba en corrupción. En mi tradición me enseñaron que nunca luchara por el poder pero que siempre estuviera dispuesto a servir. Es lo que trato de hacer”. Hombres y mujeres que sirven, que viven su pasión por la verdad, por el Evangelio, por la justicia, son quienes construyen una nueva sociedad. Hombres y mujeres que se entregan como Cristo, que siguen sus pasos, que imitan su ejemplo.

¿Cómo fue naciendo la Iglesia? Cuando Cristo sube a los cielos y al contemplar a quienes son sus discípulos tan pequeños, tan insignificantes, muchos pensarían que ha terminado todo, que su propuesta del Reino se acabaría y todo quedaría en bonitos recuerdos. Y de aquellos hombres y mujeres de barro, el Espíritu fue haciendo surgir su Iglesia. Si quisiéramos, humanamente, decir quiénes son de los personajes que más han influido en la construcción de la Iglesia y en la difusión del Evangelio de Jesús, indudablemente aparecerían los nombres de Pedro y Pablo, los dos santos que en este día recordamos. Ellos asumen la misión de Jesús, se involucran y arriesgan su vida por el Evangelio. Los Hechos de los Apóstoles nos narran su vida y cada uno de ellos va realizando las mismas acciones que Jesús realizaba: una pasión grande por proclamar el Evangelio; una entrega constante a los más pobres, un amor incondicional a la naciente Iglesia. Repiten los mismos actos de Jesús, consuelan, curan, resucitan a los muertos y atienden a los más necesitados. Ofrecen una entrega sin condiciones a la naciente comunidad, sin importar peligros, sin importar cárceles o golpes. El Papa Francisco nos invita a reflexionar si nuestro rostro y nuestro actuar corresponden y se parecen al actuar de Cristo; si su Iglesia es fiel al sueño de Jesús.

¿De dónde sacan fortaleza estos dos grandes hombres para ir abriendo caminos insospechados a la Iglesia naciente? Indudablemente su fortaleza brota del encuentro con Jesús que cambió radicalmente su vida. Pedro, el pescador de Galilea, el hombre intrépido y atrabancado, sin miramientos se entrega en amor pleno a Jesús pero después tiene que ir descubriendo el verdadero significado del Reino, el sentido de la cruz y la resurrección, y aprende, no sin dificultad, a irse “amoldando” a la voluntad y al proyecto de Jesús. Cristo le cambia sus intereses y perspectivas, le despoja de sus concepciones de mesías, de su ambición, le rompe la fuerza de su espada y le entrega unas llaves que abren un reino diferente. Su encuentro con Jesús, cada día, es como la gota de agua que poco a poco va martillando la roca hasta romperla y transformarla. Cristo cambia a Pedro, su corazón y sus intereses. Pablo también se encuentra con Jesús pero de un modo muy diferente, de golpe y porrazo. Jesús lo tumba del caballo de sus seguridades, le quita la espada de su poder, las cartas de autorización quedan sin efecto y es constituido, como él mismo dice, como un aborto, pero un nuevo apóstol. Su fuerza es la de Jesús. El encuentro con Jesús transforma.

La confesión de fe de Pedro: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”, que hoy escuchamos, y las numerosas confesiones de fe que nos presentan las cartas de Pablo, son la base de toda su vida y su predicación. No es sólo un formulario bonito, expresado en una frase acuñada por la primitiva Iglesia, es la vivencia y la experiencia que a diario tienen que proclamar a pesar de las cárceles y los golpes. Por eso cada día en lugar de permanecer encadenados, se les abren nuevos horizontes para llevar la Buena Nueva del “Cristo muerto y resucitado, del Cristo Hijo de Dios vivo”. El texto de este día es considerado el centro del evangelio tanto por su situación, a medio libro, como por su contenido; pero es también considerado el centro de la vida de todo cristiano. Nuestra confesión de fe debe brotar de un encuentro profundo con Jesús en su Palabra, en los hermanos, en la Eucaristía y en la vida. No podremos ser discípulos si no tenemos un verdadero encuentro con Jesús. También hoy Cristo nos hace la pregunta que le hacía a Pedro: “Y para ti ¿quién soy?”. Pero no espera una respuesta aprendida del catecismo o heredada de nuestros padres, sino experimentada en carne propia. ¿Quién es para nosotros Jesús? De esto dependerá todo nuestro actuar.

Pedro y Pablo son dos hombres que en distintos momentos recibieron la misión de cuidar la Iglesia de Jesús, son conscientes que no es obra personal y se entregan a ella por completo. “El Evangelio que anuncio no lo he recibido de manos de hombres sino por revelación de Jesucristo”, afirmará Pablo. “En el nombre de Jesús, el Nazareno, camina”, le dirá Pedro al paralítico. Todo lo hacen en nombre de Jesús y con un gran amor a una Iglesia que apenas empieza a caminar. Dos hombres que se reconocen pecadores, pequeños y limitados, y sin embargo llevan el don precioso de la salvación a todos los hombres. Nunca se cansan de proclamar el Evangelio y nunca se cansan de manifestar su amor a los hermanos porque el encuentro con Jesucristo en los pobres, es una dimensión constitutiva de nuestra fe en Cristo.

En la fiesta de estos dos grandes apóstoles contemplamos su pasión por el Evangelio y el dinamismo e iniciativa para ser misioneros llenos de alegría. Aparecen íntimamente unidos a Jesús pero también muy comprometidos con los hermanos que sufren y que anhelan recibir la Buena Nueva. Son un bello modelo para cada uno de nosotros, piedras sobre las que Jesús hoy quiere construir su Iglesia. Nosotros también, pequeños y pecadores, tenemos una tarea importante en su proyecto. Hemos de responder con nuestra vida las preguntas que Cristo mismo nos hace: ¿Quién soy para ti? ¿Cómo y dónde vivimos el encuentro diario con Él? ¿Cuál es nuestro compromiso misionero? ¿Qué estilo de Iglesia estamos construyendo?

Padre Dios, Padre bueno, que confiaste tu Iglesia a los Apóstoles Pedro y Pablo, concédenos pasión por el Evangelio y caridad con el hermano para que sigamos contruyendo tu Iglesia. Amén.

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Enrique Díaz Díaz

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