Miles de luces de las velas que sujetaban en sus manos los fieles alrededor del Coliseo de Roma iluminaban el Vía Crucis, que el santo padre Francisco ha presidido en esta noche de Viernes Santo. El Papa ha escuchado en silencio durante las meditaciones de cada estación, que han sido escritas por monseñor Renato Corti, obispo emérito de Navora. El tema sobre el que ha versado el Vía Crucis ha sido “La Cruz, cima luminosa del amor de Dios que nos protege. Llamados, también nosotros, a proteger por amor”.
La persecución religiosa o a causa de la injusticia, la familia, el sufrimiento o la explotación infantil, serán algunos de los temas meditados durante este acto. Para cargar la cruz a lo largo de las 14 estaciones ha habido personas procedentes de Irak, Siria, Nigeria, Egipto, China, así como familias, enfermos, religiosas latinoamericanas de las Hijas de Nuestra Señora de la Piedad y del Instituto secular Virgen de la Anunciación. La cruz ha sido portada, estación por estación, desde dentro del histórico monumento romano hasta el Palatino, donde estaba el Santo Padre.
En el Vía Crucis, tal y como se ha dicho en la introducción, ha habido “una referencia constante al don de estar protegidos por el amor de Dios, sobre todo por Jesús crucificado, y a la tarea de cuidar, también nosotros, por amor, de toda la creación, de todos los hombres, especialmente de los más pobres, de nosotros mismos y nuestras familias, para hacer brillar la estrella de la esperanza”.
En la primera estación, se ha pedido: “Señor Jesús, nosotros somos todavía más frágiles en la fe que los primeros discípulos. También nosotros corremos el riesgo de traicionarte, cuando tu amor debería alentarnos a amarte cada vez más. Nos hace falta oración, vigilancia, sinceridad y verdad. Así, la fe crecerá. Y será fuerte y gozosa”.
A continuación, en la segunda estación se ha recordado que también en nuestros días “hay hombres y mujeres que son encarcelados, condenados e incluso asesinados simplemente por ser creyentes o por su compromiso en favor de la justicia y la paz. Ellos no se avergüenzan de tu cruz. Son ejemplos admirables para que los imitemos”. A este punto se ha hecho referencia a el paquistaní Shahbaz Bhatti, Ministro de las Minorías, fue asesinado por un grupo de hombres armados el 2 de marzo de 2011. Y a la luz de este testimonio, se ha rezado para que Jesús conforte interiormente a los perseguidos.
Y llega la tercera estación, Jesús cae bajo el peso de la cruz. En la resonancia se ha pedido “en este día no podemos parecernos al fariseo que se ensalza a sí mismo, sino al publicano que no se atreve siquiera a levantar la cabeza. Como él, te pedimos con confianza, a ti que eres el Cordero de Dios, perdón por nuestros pecados de pensamiento, palabra, obra y omisión”.
Jesús se encuentra con su Madre en la cuarta estación. En este momento se ha recordado el drama que Jesús afrontas junto a tu Madre “por una callejuela de Jerusalén, nos hace pensar en tantas tragedias familiares de nuestro mundo. Hay para todos: madres, padres, hijos, abuelos y abuelas. Es fácil juzgar a los demás, pero lo más importante es saber ponerse en su lugar y ayudarles en la medida de lo posible. Lo intentaremos”.
En la quinta estación se recuerda el encuentro con el Cirineo. Y así se ha indicado en la meditación que “quizás también para algunos de nosotros el encuentro contigo sucedió de modo fortuito. Pero luego se ha hecho más profundo. Consideramos un gran don de tu gracia que no falten entre nosotros cirineos, que lleven la cruz de los otros. Lo hacen con perseverancia. Los motiva el amor. Su presencia es fuente de esperanza”.
Sexta estación, encuentro con la Verónica. Palabras de la resonancia dedicadas a las mujeres. “Esta tarde, entre nosotros, la presencia femenina es significativa. En los Evangelios, las mujeres tienen un lugar destacado. Os ayudaron a ti y a los apóstoles. Algunas de ellas estuvieron presentes en tu pasión. Y fueron las primeras en anunciar tu resurrección. El genio femenino nos lleva a vivir la fe con afecto hacia ti. Nos lo enseñan todos los santos. Queremos seguir sus huellas”.
Jesús cae por segunda vez en la séptima estación. En este momento se ha evocado “el dolor de cuantos sufren la crueldad de la violencia, el odio de palabras falaces o se encuentran con corazones de piedra que hacen llorar y llevan a la desesperación”. “El corazón del hombre –el corazón de cada uno de nosotros– espera otra cosa: el cuidado del amor. Tú, Jesús, nos lo enseñas a todos los hombres de buena voluntad”, se ha indicado.
Las mujeres de Jerusalén se encuentran con Jesús en la octava estación. “También hoy, viendo nuestras ciudades, tendrías motivos para llorar. Quizás también nosotros estamos ciegos y no comprendemos el camino de paz que tú nos indicas”, se ha recitado. Pero ahora, “sentimos como una llamada tuya lo que dijiste en el Sermón de la Montaña”: dichosos los limpios de corazón, dichosos los que trabajan por la paz…
En la novena estación Jesús cae de nuevo, por tercera vez. Y así, “ante tu amor y el amor del Padre, nos preguntamos si no nos estaremos dejando contagiar por el mundo, que considera tu pasión y muerte ‘necedad y escándalo’, siendo así que es ‘fuerza y sabiduría de Dios’. “¿No estaremos siendo cristianos tibios, cuando tu amor es un misterio de fuego?”, se ha preguntado.
Jesús es despojado de sus vestiduras en la décima estación. La túnica de Jesús lleva a meditar “en un momento de gracia y también en todas las veces que se viola la dignidad del hombre”. Por eso, “Tú nos haces pedir humildemente perdón a cuantos sufren estos ultrajes y rezar para que finalmente se despierte la conciencia de los que oscurecen el cielo en la vida de los demás. Ante ti, Señor Jesús, renovamos nuestro propósito de ‘vencer el mal con el bien’”.
En la siguiente estación, undécima estación, Jesús es clavado en la Cruz. Una estación que ha invitado a preguntarse, “¿Cuándo quedará abolida la pena de muerte, vigente aún hoy en numerosos Estados? ¿Cuándo desaparecerá todo tipo de tortura y la muerte violenta de personas inocentes?”.
Duodécima estación: Jesús muere en la Cruz. “En la cruz, Jesús, rezaste. Así viviste el momento culminante de tu vocación y misión.2Te dirigiste a tu Madre y al discípulo Juan. A través de ellos, nos hablabas también a nosotros. Nos confiaste a tu Madre. Nos pediste que la acogiéramos en nuestra vida, para que nos cuidase a nosotros igual que cuidó de ti”, se ha observado.
Siguiente estación, decimotercera, Jesús es bajado de la cruz. En este punto se ha meditado: “Contemplando tu rostro, el nuestro no podrá ser distinto del tuyo. Nuestra debilidad será fuerza y victoria si manifiesta la humildad y de la mansedumbre de nuestro Dios”.
Y finalmente, decimocuarta y última estación, Jesús es puesto en el sepulcro. En la última reflexión, las palabras en boca de María: “Juan ha permanecido junto a mí. Al pie de la cruz, mi fe ha sufrido una dura prueba. Como en Belén y después en Nazaret, también ahora medito todas estas cosas en silencio. Confío en Dios. No he perdido mi esperanza de madre. Confiad también vosotros. Para todos vosotros pido la gracia de una fe fuerte. Para aquellos que atraviesan días de oscuridad, el consuelo”.