Monseñor Romero, que construyó la paz con la fuerza del amor, dio testimonio de la fe con su vida entregada hasta el extremo. Por tanto, su beatificación es “motivo de gran alegría para los salvadoreños y para cuantos gozamos con el ejemplo de los mejores hijos de la Iglesia”.
Así lo indica el santo padre Francisco en la carta enviada a monseñor José Luis Escobar Alas, arzobispo de San Salvador, con ocasión de la beatificación del arzobispo Óscar Arnulfo Romero y Galdámez.
Monseñor Romero, que murió por odio a la fe, asesinado mientras celebraba misa en 1980, ha sido beatificado hoy en la plaza del Divino Salvador del Mundo en San Salvador.
En la misiva, Francisco recuerda que “el Señor nunca abandona a su pueblo en las dificultades, y se muestra siempre solícito con sus necesidades”.
El Pontífice afirma que el Señor concedió a la Iglesia de El Salvador “un obispo celoso que, amando a Dios y sirviendo a los hermanos, se convirtió en imagen de Cristo Buen Pastor”. De este modo, Francisco asegura que en tiempos de difícil convivencia, “monseñor Romero supo guiar, defender y proteger a su rebaño, permaneciendo fiel al Evangelio y en comunión con toda la Iglesia”. Según indica el Papa en su carta, el ministerio del entonces arzobispo de San Salvador, se distinguió por una particular atención a los más pobres y marginados. Y en el momento de su muerte, “recibió la gracia de identificarse plenamente con Aquel que dio la vida por sus ovejas”.
El Santo Padre de gracias a Dios porque “concedió al obispo mártir la capacidad de ver y oír el sufrimiento de su pueblo, y fue moldeando su corazón para que, en su nombre, lo orientara e iluminara, hasta hacer de su obrar un ejercicio pleno de caridad cristiana”.
La voz del nuevo beato –prosigue el Papa– sigue resonando hoy para recordarnos que la Iglesia, convocación de hermanos entorno a su Señor, es familia de Dios, en la que no puede haber ninguna división. Por eso, Francisco recuerda que la fe en Jesucristo, “cuando se entiende bien y se asume hasta sus últimas consecuencias genera comunidades artífices de paz y de solidaridad”. Y a esto es a lo que está llamada hoy la Iglesia en El Salvador, en América y en el mundo entero: “a ser rica en misericordia, a convertirse en levadura de reconciliación para la sociedad”, exhorta el Santo Padre.
Por otro lado, el Pontífice explica en su carta que monseñor Romero “nos invita a la cordura y a la reflexión, al respeto a la vida y a la concordia”.
De este modo, advierte que es necesario renunciar a “la violencia de la espada, la del odio”, y vivir “la violencia del amor, la que dejo a Cristo clavado en una cruz, la que se hace cada uno para vencer sus egoísmos y para que no haya desigualdades tan crueles entre nosotros”. Francisco reconoce que monseñor Romero supo ver y experimentó en su propia carne “el egoísmo que se esconde en quienes no quieren ceder de lo suyo para que alcance a los demás” y se preocupó de “las mayorías pobres”, pidiendo a los poderosos que convirtiesen “las armas en hoces para el trabajo”.
Finalmente, el Obispo de Roma afirma que este es un momento favorable para una verdadera y propia reconciliación nacional ante los desafíos que hoy se afrontan.