Vivimos en una época donde la búsqueda afanosa del beneficio, la concentración en intereses particulares y los efectos de políticas injustas frenan iniciativas nacionales o impiden una cooperación eficaz en el seno de la comunidad internacional. Así lo advierte el Santo Padre en su mensaje con ocasión de la Jornada Mundial de la Alimentación, que este año tiene como tema Protección social y agricultura para romper el ciclo de la pobreza rural. El mensaje está dirigido al director general de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura (FAO), José Graziano da Silva.
De este modo, el Santo Padre asegura que en este sentido, “queda mucho por hacer por lo que se refiere a la seguridad alimentaria, que se divisa aún como una meta lejana para muchos”. Este doloroso escenario –indica el Papa– está reclamando con urgencia que se retome la inspiración que condujo al nacimiento de esta Organización y nos compromete a buscar los medios necesarios para librar a la humanidad del hambre y promover una actividad agrícola capaz de satisfacer las necesidades reales de las diversas áreas del planeta.
Asimismo, observa que es un objetivo ambicioso, pero improrrogable, “que se debe perseguir con renovada voluntad en un mundo donde aumentan las diferencias en los niveles de bienestar, ingresos, consumos, acceso a la asistencia sanitaria, educación y por lo que concierne a una mayor esperanza de vida”. Y precisa que “somos testigos, a menudo mudos y paralizados, de situaciones que no se pueden vincular exclusivamente a fenómenos económicos, porque cada vez más la desigualdad es el resultado de esa cultura que descarta y excluye a muchos de nuestros hermanos y hermanas de la vida social, que no tiene en cuenta sus capacidades, llegando incluso a considerar superflua su contribución a la vida de la familia humana”.
Subrayando la importancia del tema elegido para esta Jornada, el Pontífice asegura que es “un problema que pone de relieve la responsabilidad hacia los dos tercios de la población mundial que carece de protección social, incluso mínima”. Un dato aún más alarmante –advierte– por el hecho de que la mayoría de esas personas viven en las zonas más desfavorecidas de aquellos países donde ser pobre es una realidad olvidada y la única fuente de supervivencia está ligada a una escasa producción agrícola, a la pesca artesanal o a la cría de ganado en pequeña escala. La carencia de protección social –afirma Francisco– afecta sobre todo a los pequeños agricultores, ganaderos, pescadores y agentes forestales, obligados a vivir precariamente, porque el fruto de su trabajo depende con frecuencia de condicionamientos naturales, que a menudo escapan de su control, y a la falta de medios para enfrentar las malas cosechas o para obtener las herramientas técnicas necesarias. Asimismo, advierte que paradójicamente incluso cuando la producción es abundante, “se encuentran con serias dificultades para el transporte, la comercialización y el almacenamiento de los frutos de su trabajo”.
En el mensaje, el Santo Padre precisa que “las condiciones de las personas hambrientas y malnutridas pone de manifiesto que no es suficiente ni podemos contentarnos con un llamado general a la cooperación o al bien común”. E invita a preguntarse “¿Es aún posible concebir una sociedad en la que los recursos queden en manos de unos pocos y los menos favorecidos se vean obligados a recoger sólo las migajas?”
Por eso, condena que “la falta de protección social es un factor negativo en sí mismo y no puede restringirse sólo a las posibles amenazas para el orden público, puesto que la desigualdad afecta a los elementos fundamentales del bienestar individual y colectivo, como, por ejemplo, la salud, la educación, la calidad de vida, la participación en los procesos de decisión”.
Y así, haciendo referencia a los más desfavorecidos, el Papa argentino recuerda que “son personas, no números, y reclaman que las apoyemos, para poder mirar el futuro con un mínimo de esperanza”. Piden a los gobiernos y a las instituciones internacionales –precisa– que actúen cuanto antes, haciendo todo lo posible, aquello que dependa de su responsabilidad.
El Pontífice pide una solidaridad transformada en gestos tangibles, “que requiere compartir y no sólo una mejor gestión de los riesgos sociales y económicos o una ayuda puntual con motivo de catástrofes y crisis ambientales”. Y “es esto lo que se pide a la FAO, a sus decisiones y a las iniciativas y programas concretos que se lleven a cabo en los distintos lugares”, observa.
Por otro lado, Francisco menciona la función que la protección social puede desarrollar para favorecer la familia, “en cuyo seno sus miembros aprenden desde el inicio lo que significa compartir, ayudarse recíprocamente, protegerse los unos a los otros”. Garantizar la vida familiar –prosigue– significa promover el crecimiento económico de la mujer, consolidando así su papel en la sociedad, como también apoyar el cuidado de los ancianos y permitir a los jóvenes continuar su formación escolar y profesional, para que accedan bien capacitados al mundo laboral.
Reconociendo que “la Iglesia no tiene la misión de tratar directamente estos problemas desde el punto de vista técnico”, el Santo Padre asegura que los aspectos humanos de estas situaciones no la dejan indiferente. Asimismo, asegura que ante las dificultades, no puede prevalecer el pesimismo o la indiferencia. Y reconoce que lo que hasta ahora se ha hecho, no obstante la complejidad de los problemas, es ya motivo de aliciente para toda la Comunidad internacional, para sus instituciones y sus líneas de acción. A propósito menciona la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, aprobada recientemente por las Naciones Unidas. Por esta razón, el Papa manifiesta su deseo de que no se quede sólo en un conjunto de reglas o de posibles acuerdos. Y confía en que “inspire un modelo diverso de protección social, tanto en el plano internacional como nacional”.