“Quien sirve y dona, parece un perdedor a los ojos del mundo”. Pero, en realidad, “precisamente perdiendo la vida, la encuentra”. Porque “una vida que se desprende de sí, perdiéndose en el amor, imita a Cristo: vence la muerte y da la vida al mundo. Quien sirve salva”. Al contrario “quien no vive para servir, no sirve para vivir”. Así lo ha recordado el papa Francisco en la misa celebrada esta mañana en la basílica vaticana, por los cardenales y obispos fallecidos durante este año.
Ha invitado a pensar con gratitud también “en la vocación de estos sagrados ministros: como indica la palabra, es sobre todo lo de ministrare, es decir, servir”. Por eso mismo, ha indicado que mientras pedimos por el premio prometido a los “siervos buenos y fieles”, “estamos llamados a renovar la elección de servir en la Iglesia”.
A propósito, el Santo Padre ha recordado que Jesús vino “para servir y no para ser servido” y no puede “ser otra cosa que un pastor preparado para dar la vida por sus ovejas”.
Por otro lado, ha subrayado que el Evangelio nos recuerda que “Dios amó tanto al mundo”. Francisco ha explicado que “se trata realmente de un amor tan concreto, tan concreto que ha tomado sobre sí nuestra muerte”. Para salvarnos –ha proseguido– nos ha alcanzado allá donde habíamos acabado, alejándonos de Dios dador de vida: en la muerte, en el sepulcro sin salida.
Del mismo modo, el Pontífice ha recordado que el abajamiento que el Hijo ha cumplido, arrodillándose como un siervo hacia nosotros para asumir todo lo que es nuestro, hasta abrirnos las puertas de la vida. Haciendo referencia al Evangelio en el que se compara a Cristo con la “serpiente levantada”, el Santo Padre ha indicado que esta imagen lleva al episodio de las serpientes venenosas que en el desierto atacaban al pueblo en camino. De este modo, ha recordado que los israelitas que habían sido mordidos por las serpientes, no morían sino que vivían si miraban a la serpiente de bronce que Moisés, por orden de Dios, había levantado en un hasta. Una serpiente que salva de las serpientes. “La misma lógica está presente en la cruz, a la que Cristo se refiere hablando con Nicodemo. Su muerte nos salva de nuestra muerte”, ha precisado Francisco.
Además, el Santo Padre ha asegurado que a nuestros ojos la muerte aparece oscura y angustiante. Pero Jesús no ha huído de ella, “sino que la ha tomado plenamente sobre sí con todas sus contradicciones”.
Al respecto, ha observado que este estilo de Dios, que nos salva sirviéndonos y aniquilándose, nos enseña mucho. “Nosotros nos esperaremos una victoria divina triunfante; Jesús sin embargo nos muestra una victoria muy humilde”, ha añadido.
Levantado en la cruz — ha indicado– deja que el mal y la muerte se ensaña contra Él mientras continúa amando. Y para nosotros “es difícil aceptar esta realidad”. El Papa ha asegurado que es un misterio, “pero el secreto de este misterio, de esta humildad extraordinaria está en la fuerza del amor”.
El Santo Padre ha explicado que en la Pascua de Jesús vemos juntos a la muerte y al remedio de la muerte y esto es posible “por el gran amor con el que Dios nos ha amado, por el amor humilde que se abaja, por el servicio que sabe asumir la condición de siervo”. Así, Jesús no ha quitado el mal, sino que lo ha transformado en bien. “No ha cambiado las cosas con palabras, sino con hechos; no en apariencia, sino en sustancia; no en superficie, sino a la raíz” ha explicado. El Papa ha asegurado que Jesús “ha hecho de la cruz un puente hacia la vida”. Y también nosotros — ha indicado– podemos vencer con Él, si elegimos el amor solícito y humilde, que permanece victorioso para la eternidad.
Finalmente, el Pontífice ha advertido que “nosotros somos llevados a amar lo que necesitamos y deseamos. Dios, sin embargo, ama hasta el final al mundo, es decir, a nosotros, tal y como somos”. Y así, ha invitado a los presentes a no inquietarse por lo que “nos falta aquí abajo, sino por el tesoro de allí arriba; no por lo que nos sirve, si no por que verdaderamente sirve”. Y así ha concluido deseando “que sea suficiente para nuestra vida la Pascua del Señor, para quedar libres de los afanes de las cosas efímeras, que pasan y desvanecen en la nada”, ser “siervos según su corazón: no funcionarios que prestan un servicio, sino hijos amados que donan la vida por el mundo”.