P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil).
Idea principal: Nuestro Dios es un Dios Palabra que nos habla en Jesús.
Síntesis del mensaje: toda la liturgia de hoy está permeada de una palabra maravillosa: palabra. Palabra que descendió de los cielos cuando un profundo silencio y la noche envolvía todo (antífona de entrada). Palabra que puso su tienda aquí abajo y se encarnó en Cristo (1ª lectura y evangelio). Palabra que es Dios, es Vida, es Luz. Palabra que, acercándose a nosotros, nos elige para ser santos e inmaculados en su presencia (2ª lectura).
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, nuestro Dios es un Dios que nos habla. Los hombres y mujeres siempre han deseado que los dioses les dirigieran una palabra. El salmo hace notar que los ídolos de los paganos “tienen boca y no hablan, tienen ojos y no ven, tienen orejas y no oyen, tienen nariz y no huelen, tienen manos y no tocan, tienen pies y no andan, no tiene voz su garganta” (Sal 115, 5-7). En cambio, el profeta Baruc proclama la suerte de Israel que tiene un Dios que se comunica con sus fieles: “Felices somos, Israel, pues lo que agrada al Señor se nos ha revelado” (Bar 4, 4). Dios nos ha hablado por etapas. Primero, por medio de la naturaleza, en la obra maravillosa de la creación. Después, nos habló por medio de los profetas. Y finalmente, nos ha hablado por medio de su Hijo (cf. Heb 1, 1-4). Y nos habla porque quiere entrar en comunicación con nosotros, sus criaturas y sus hijos predilectos, y participarnos su amor y sus sueños. Dios no es un Dios mudo. Dios se ha hecho Palabra y pide unos oídos interiores para escucharla, un corazón para interiorizarla y rumiarla, como hizo María, y una voluntad para poner en práctica lo que esa Palabra me pide, me sugiere o me exige por mi bien.
En segundo lugar, Jesús es la Palabra eterna de Dios, que se ha hecho sonido para que le prestáramos atención y se ha hecho imagen para que lo viéramos entre nosotros. Jesús es la revelación de Dios Amor al hombre. Pero es también la revelación de Dios sobre el hombre mismo. Mirándole a Él aprenderemos qué somos y a qué dignidad estamos llamados: “A ser santos e irreprochables a sus ojos” (2ª lectura). Esta Palabra que es Jesús se nos ofrece, no se nos impone. Por eso algunos no lo recibieron, le cerraron las puertas de su casa cuando vino a este mundo. “No había mesón para Él”. Ignorar a la Palabra de Dios hecha carne no nos hace más inteligentes y libres, sino más ciegos y esclavos, más inhumanos. Y caeremos en lo que dijo el Papa Francisco en su viaje a Estados Unidos: en la cultura de la exclusión, del descarte, de la destrucción…y privaremos a nuestros hermanos de las tres T que el Papa mencionó: techo, trabajo, tierra. Esta Palabra encarnada “sigue golpeando nuestras puertas, nuestra vida. No lo hace mágicamente, no lo hace con artilugios, con carteles luminosos o fuegos artificiales. Jesús sigue golpeando nuestra puerta en el rostro humano, en el rostro del vecino, en el rostro del que está a nuestros lado” (Papa Francisco a los sin techo en la parroquia de san Patricio, Washington, 24 de septiembre 2015). Pero cuando escuchamos esta Palabra hay familias unidas en torno a esa Palabra, diálogo, inclusión, paz y reconciliación duradera, auténtica libertad, respeto del hermano –pobre, anciano, joven, niño- y del ambiente.
Finalmente, ¿qué tengo que hacer con esa Palabra? Esa Palabra que es Jesús, la tengo que interiorizar en mi corazón, dejarme plasmar por ella y comunicarla en mi medio ambiente. Primero, interiorizarla en la meditación diaria y contemplación de esa Palabra que es viva y eficaz; hasta que yo sea eco de esa Palabra. Segundo, dejarme plasmar por ella para que ella guíe mis pasos, ilumine mis pensamientos y enardezca y purifique mis afectos. Y finalmente, comunicarla por doquier con valentía y entusiasmo, pues todos tienen que escuchar esa Palabra que es Vida, y acabe con todos los fautores de muerte; Palabra que es Luz, e ilumine a quienes andan en tinieblas; Palabra que se encarnó para decirnos cómo comportarnos como hombres en nuestras relaciones con los demás. Los que reciban esta Palabra serán llamados hijos de Dios y se comportarán como hijos de Dios, santos e inmaculados en su Presencia. Todos necesitamos la luz de esa Palabra para no errar en el camino y responder con la verdad a todas esa ideologías que hoy pululan contrarias a la Ley de Dios y a la Ley Natural. Todos necesitamos el aliento de esa Palabra para no decaer el ánimo. Todos necesitamos el fuego de esa Palabra que queme nuestras impurezas y deshaga nuestros hielos de soberbia.
Para reflexionar: ¿Diariamente me encuentro con Dios y su Palabra, meditando la Sagrada Escritura? ¿Qué me dice a mí esa Palabra de Dios? ¿Por qué todavía esa Palabra no ha calado profundamente en mi ser, hasta el punto de encarnarse en mis pensamientos, afectos y voluntad? Y si me he encontrado con Dios Palabra, ¿trato de llevar esa Palabra a mi hogar, a mi trabajo, a mi facultad, a mi parroquia, a mis amistades? ¿Doy testimonio del poder eficaz de la Palabra en mi propia vida?
Para rezar:
Quiero, Señor, hacer de tu Palabra un camino para mi vida.
Quiero encontrarte en ella, Señor, Dios mío.
Quiero ser discípulo tuyo y ponerme a tu escucha cada día.
Abre mis ojos y mis oídos, Señor, a tu Palabra.
Fortaléceme con la fuerza de tu Palabra;
conviérteme con la Luz de tu Palabra;
límpiame con la pureza que Tu Palabra trae a mi interior;
condúceme con la sabiduría de Tu Palabra;
enséñame con la Verdad de Tu Palabra;
consuélame con la alegría de Tu Palabra;
vivifícame con la Vida Nueva de Tu Palabra;
sostenme con la firmeza de Roca de Tu Palabra.
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: arivero@legionaries.org
ZENIT - HSM
Comentario a la liturgia dominical
Domingo segundo de Navidad – Ciclo C – Textos: Eclo. 24, 1-4.12-16; Ef 1, 3-6.15-18; Jn 1, 1-18