P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil).
La Cuaresma del año 2016 está enmarcada en el año de la misericordia. Bien sabemos que Dios es Misericordia y lo ha demostrado a lo largo de los siglos. Pero también sabemos que la misericordia presupone que nosotros nos reconozcamos pecadores, nos acerquemos a Dios, le pidamos perdón sinceramente y nos propongamos la enmienda de vida. Dios concede misericordia generosamente y sin límites a quien está arrepentido. Depende de nosotros el abrir nuestro corazón a esa misericordia de Dios mediante el corazón contrito y humillado, dispuesto a comenzar de nuevo y volver al camino recto, dejando la vida y los senderos de pecado.
Algunas notas para entender la Cuaresma guiados por el evangelio de san Lucas en este ciclo C:
Las primeras lecturas nos presentan los grandes momentos y acontecimientos de la historia de la salvación, según el plan histórico de Dios, desde el principio hasta la llegada de Jesús.
Las segundas lecturas de Pablo siempre dan ese tono moral, aplicando el mensaje de la primera lectura a la vida de cada uno de nosotros.
Los evangelios tienen una línea clásica: las tentaciones de Jesús, la transfiguración en el monte (común a los otros evangelistas en el ciclo A y B). Los otros domingos tienen un tono de conversión para demostrar la gran misericordia de Dios.
Comentario para este primer domingo de Cuaresma:
Idea principal: El desierto de la Cuaresma nos invita a centrar nuestra vida en lo esencial: en la fe que debemos profesar con la boca y con la vida (1ª y 2ª lecturas). Fe que será probada por el enemigo de nuestras almas, el Demonio, que nos tentará en los tres puntos más flacos que todos cargamos como herencia del pecado original: tener, poder y gloria (evangelio).
Síntesis del mensaje: Ayudados por los recursos pedagógicos de la Cuaresma –ambientación más austera, cantos apropiados, el silencio del aleluya y del Gloria- y sobre todo por las oraciones y lecturas bíblicas, nos disponemos a emprender, en compañía de Jesús, su “subida a la Cruz”, para vivir una vez más la Pascua, el paso a una vida nueva. Cristo quiere comunicarnos un año más su vida nueva que inyectará en nosotros su santidad. Pero pide de nosotros secundar esa vida nueva con la oración y el sacrificio para ser fuertes ante las tentaciones diarias de Satanás en el desierto de nuestra vida, renovando nuestra fe en el Señor. No podemos negociar con el maligno. Vivir de otra manera, o sea, “de bautismo, soy cristiano y, de profesión, pagano” es una incoherencia y tentaríamos a Dios.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, vamos al desierto. El desierto reduce al hombre a lo esencial, despojándolo de lo superfluo, y a quedarse con las cosas fundamentales: agua, comida, camino justo, ropa apropiada para cuidarse del sol y del frío. Y sobre todo con la fe. Fe desnuda de sus apetitos y deseos, de la que habla nuestro místico abulense, san Juan de la Cruz en sus obras Noche Oscura del Alma, el Cántico Espiritual y la Llama de amor Viva. La Cuaresma que se nos abre con Cristo en el desierto nos quiere llevar a la sustancia y al meollo de la existencia cristiana: la fe en nuestro Dios por encima de todo. Aquí en el desierto de la Cuaresma, al igual que Moisés pedía al pueblo “la profesión histórica de fe” al ofrecer las primicias ante el altar del Señor (1ª lectura), también a nosotros se nos pide renovar nuestra fe. La profesión de fe no es una lista de “verdades a creer” o de “deberes a cumplir”, sino una “historia a recordar y por la que dar gracias”. Para el pueblo de Israel era el recordar las grandes maravillas que Dios hizo con él para sacarle de la esclavitud de Egipto; para nosotros, volver a experimentar en esta Pascua la auténtica libertad traída por la muerte y resurrección de Cristo, que nos desató de la esclavitud del pecado y de la muerte eterna y nos hizo partícipes de la vida nueva; vida de santidad y de gracia, vida de libertad y plenitud. No podemos tener nostalgia de las “cebollas del Egipto seductor”, sino volver a agradecer la libertad de los hijos de Dios concedida en el bautismo.
En segundo lugar, durante el desierto de nuestra vida debemos recordar las hazañas misericordiosas de Dios para renovar nuestra fe en ese Dios fiel. Hacer esto no es sólo ejercicio del pensamiento, sino un viaje al interior de la trama a veces oscura y frágil de nuestra propia historia. Luces y sombras. Santidad y pecado. Tempestad y bonanza. Seguridad y desconcierto. Dudas y certezas. Así ha sido nuestra vida y la vida de la humanidad. Esa fe en Dios misericordioso se alimenta en la oración contemplativa, sí, pero después se tiene que derramarse como perfume de caridad en nuestro día a día: en nuestra casa y familia, en el trabajo y amistades, en la calle y en vacaciones, pues “la fe sin obras es una fe muerta” (St 2, 14). Por tanto, en la Cuaresma, Dios también nos invita a revisar nuestras obras de caridad y de misericordia, como nos recordó el Papa Francisco al pedirnos trabajar en cada mes del año de la misericordia en una de esas obras de misericordia, que tienen su fundamento bíblico en Isaías 58, 6-7 y Hebreos 13, 3): Dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, dar posada al necesitado, vestir al desnudo, visitar al enfermo, socorrer a los presos y enterrar a los muertos (materiales). Enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que está en error, perdonar las injurias, consolar al triste, sufrir con paciencia los defectos de los demás y rogar a Dios por vivos y difuntos (espirituales). Si Dios fue y es misericordioso con su pueblo (1ª lectura) y con nosotros en Cristo Jesús (2ª lectura), nosotros también tenemos que serlo con nuestros hermanos.
Finalmente, la narración de las tentaciones de Jesús es para nosotros un reclamo y un aviso: durante el desierto de nuestra vida nuestra fe será tentada. Cristo aquí, venciendo al maligno que quiso tergiversar su misión mesiánica para convertirla en misión temporal y triunfalista, llega a ser para nosotros el emblema luminoso de la fe bíblica, es decir, de la adhesión plena y total a Dios y a su plan trazado en el cosmos y en la historia: el plan de salvación a través de la pobreza, el desprendimiento, el sufrimiento y la cruz. También nosotros seremos tentados por esos tres flancos débiles: tener, poder y gloria. ¿Qué hacer entonces? Cristo nos enseña a vencer las tentaciones. Rechazando las tentaciones del enemigo, nos enseñó a sofocar la fuerza del pecado. Y los medios que usó fueron: la oración con la Palabra de Dios que es espada de doble filo (cf. Hb 4,12); sin oración, un hombre es como un soldado sin comida, agua, o munición. Oración con la Biblia entre las manos. El ayuno para fortalecer el espíritu y tener a raya y educar nuestro cuerpo que siempre tiene sus reclamos de sensualidad, materialismo y ambición. El ayuno es un entrenamiento en el conocimiento propio; es un arma clave para el autodominio. Si no tenemos dominio sobre nuestras propias pasiones, especialmente sobre la comida y el sexo, no podemos poseernos a nosotros mismos y colocar el interés de los demás antes del nuestro. No olvidemos, también, la vigilancia para estar alerta y darnos cuenta por cuál sendero de nuestra vida querrá asaltarnos el enemigo de Dios y de nuestra alma. Nos hará mucho bien el desprendimiento de las cosas, para llenarnos de Dios; mientras más vacío está el corazón de la persona, más necesita objetos para comprar, poseer y consumir. La humildad será arma segura contra nuestro orgullo; la protección más grande contra el egoísmo y la autosuficiencia es el buscar a Dios humildemente en oración. Empuñemos también el arma del santo Rosario, que tanto odia y teme el demonio, pues contemplar los misterios de Cristo al lado de María deja al demonio con una rabia sin nombre y se alejará de nosotros inmediatamente. Dice santo Tomás: “No obró el Señor en la tentación usando de su poder divino -¿de qué nos hubiera aprovechado entonces su ejemplo?-, sino que, como hombre, se sirvió de los auxilios que tiene en común con nosotros” (Comentario al evangelio de san Lucas).
Para reflexionar: ¿Cómo quiero vivir este año la Cuaresma? ¿Qué tentaciones experimento durante mi camino por el desierto de la vida: sensualidad y lujuria, ambición y avaricia, vanidad y soberbia, pereza y dejadez? ¿Cuáles son las armas que llevo conmigo para ganar la batalla del enemigo: oración, ayuno, sacrificios, vigilancia, el santo rosario, la cruz de Cristo?
Para rezar: En este año de la misericordia te pido, Señor Jesús, que no abuse más de tu amor y ternura. Dame fuerza para vencer al enemigo que quiere ganar mi alma. Que a ejemplo tuyo, no dialogue con el tentador, sino que le asalte con tu Palabra que es al mismo tiempo, dardo y escudo, casco y armadura. Señor, que ore para no caer en tentación.
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: arivero@legionaries.org