Cristo en la Iglesia de San Pablo, en Roma

Cristo en la Iglesia de San Pablo, en Roma (ZENIT cc)

Radical y misericordioso

XIII domingo ordinario

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I Reyes 19, 16. 19-21: “Eliseo se levantó y siguió a Elías”
Salmo 15: “Enséñanos, Señor, el camino de la vida”
Gálatas 5, 1. 13-18: “La vocación de ustedes es la libertad”
San Lucas 9, 51-56: “Tomó la firme determinación de ir a Jerusalén. Te seguiré a dondequiera que vayas”
Golpean nuestra mente las imágenes de Eliseo buscando obedecer un mandato y cumplir una misión. La madera del arado ardiendo, los bueyes de su yunta sacrificados y el beso de despedida a sus padres… son la expresión de una entrega completa. Es todo lo que tiene y lo ha sacrificado delante de Dios. No deja amarras por si acaso, no deja ataduras para después, no juega a dos fuegos… Ha comprendido que la imposición del manto de Elías tiene un profundo significado y que ahora lo coloca totalmente bajo la tutela del Señor y él no se niega a seguirlo. Radicalidad, compromiso, abandono en manos de Dios para seguir su vocación de profeta, sin cortapisas ni condiciones. Así es el seguimiento del discípulo.
Jesús, con sus palabras, con sus obras, con su persona, suscita fascinación y deseos de seguirlo pues aparece como maestro. Hay quienes están dispuestos a ser sus discípulos y a condividir su vida y su obra. Pero Jesús establece con toda claridad las exigencias del seguimiento: firme decisión de seguirlo, abandonar familia, dejar a un lado los bienes y las comodidades, no volverse atrás, asumir su propio estilo de vida. Exige congruencia, entrega y decisión y hasta parece intransigente. Pero cuando los discípulos quieren hacer caer fuego sobre los samaritanos que se niegan a recibirlo, reciben una fuerte reprimenda. Ese es Jesús y esa es su enseñanza: una clara decisión en el seguimiento, una exigencia en la vida de quien lo sigue, pero un respeto grande para el que es diferente. Coherencia en nuestra vida, misericordia con el prójimo.
Aunque nuestro mundo cada día se torna más plural, no hemos aprendido a vivir en relación con la diversidad. Son cada vez más constantes las tragedias provocadas por los fundamentalismos religiosos, políticos y raciales. No aceptamos que el otro sea diferente y lo convertimos en enemigo. Pablo, en una frase resume el sentido del seguimiento de Jesús: “Cristo nos ha liberado para que seamos libres. Conserven, pues la libertad y no se sometan al yugo de la esclavitud”.
Seguir a Jesús no es cuestión de ideologías que nos esclavicen sino de vida que brota de nuestro interior. Si entendiéramos estas palabras de Pablo tendríamos la verdadera libertad. Nosotros, igual que los discípulos, caemos en los exclusivismos y en las discriminaciones. ¡Qué dolorosa la historia de la Iglesia y de las religiones que se enfrascan en guerras y matanzas defendiendo a un Dios que es amor! Ojalá esto hubiera quedado en el pasado, pero las masacres y tragedias provocadas por fundamentalismos son cada vez más constantes. En nombre de Dios mueren miles en países del Oriente, en Europa, en África, en América y hasta en las más pequeñas de nuestras comunidades. Más que vivir la vida de Dios, nos hemos dedicado a defender nuestros caprichos e ideologías. En nombre de Jesús o de cualquier otra religión se condena al que no piensa igual que nosotros.
Tres ejemplos paradigmáticos nos ofrece San Mateo para comprender el seguimiento de Jesús. Cada uno de ellos encierra aspectos importantes del seguimiento. El primero nos presenta a quien se ofrece espontáneamente para seguirlo. Jesús aclara que no se debe buscar el propio beneficio ni el provecho económico. Le pide que no se identifique con ninguna institución, que no busque sus propias seguridades pues Él no tiene dónde reclinar la cabeza. Y le descubre que si quiere seguirle ha de aceptar vivir en la inseguridad y renunciar a una vida cómoda y tranquila. Jesús nos quiere abiertos a todo y a todos, universales, no apegados a nuestros propios feudos.
El segundo escucha otra exigencia, “deja que los muertos…”, que a algunos les parece algo intolerable pues lo interpretan literalmente y consideran una injusticia contra la propia familia. Pero Jesús va más allá, nos enseña una nueva forma de la religión, no basada en las tradiciones ni en las leyes, sino en el amor. Nos pide romper con una tradición que esclaviza como Él mismo ya lo ha hecho. Pide que esa ruptura sea total, que no se viva en la indecisión, que no se retrase la opción y se disponga a anunciar la novedad del reino con urgencia y prontitud.
Al tercero le dice que el seguimiento sólo es posible con decisión firme y con mucha constancia. No se puede jugar a dos cartas. No se puede ser cristiano un día sí y otro día no. No se puede vivir en una religión de comodidades y seguridades. No se puede arreglar un seguimiento a nuestros propios gustos. Hoy como ayer, Jesús sigue llamando a hombres y mujeres que dejándolo todo se comprometan con la causa del Evangelio y, tomando el arado sin mirar hacia atrás, entreguen la propia vida en la construcción de un mundo nuevo donde reine la justicia y la igualdad entre los seres humanos.
El seguimiento de Jesús es una invitación y un don de Dios, pero al mismo tiempo exige nuestra respuesta esforzada. Es don y conquista. Una invitación de Dios y una meta que nos debemos proponer con tesón. Sólo por un gran amor, por un enamoramiento de la causa de Jesús, podremos avanzar en el seguimiento. Ni las prescripciones legales, ni los encuadramientos jurídicos, ni las prescripciones ascéticas pueden suplir el papel que el amor directo a Jesús y a Dios, nuestro Padre, tienen que jugar insustituiblemente en nuestras vidas .
Hoy nuestro texto comienza con una afirmación: “decidió subir resueltamente a Jerusalén”. Esta es la actitud y ejemplo de Jesús. No vacila, sino se entrega. Así es Jesús, radical y misericordioso. Detrás de su decisión están en juego dos preguntas que parecerían distintas pero que resumen las cualidades del discípulo: radicalidad, ¿cómo estamos siguiendo a Jesús?, pero también misericordia y apertura, ¿cómo es nuestra actitud con los que piensan diferente a nosotros? Y digo que están unidas en su fundamento porque si realmente seguimos a Jesús tendremos sus mismos sentimientos: un amor incondicional, incluso a los enemigos
Padre Bueno, que en la entrega plena de tu Hijo Jesús nos dejas el ejemplo de amor y misericordia, concédenos la generosidad necesaria para dar nuestro sí sin vacilaciones, y el amor fraternal para comprender a nuestros hermanos. Amén.

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Enrique Díaz Díaz

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