III Domingo Ordinario
Isaías 8, 23-9, 3: “Los que andaban en tinieblas vieron una gran luz”
Salmo 26: “El Señor es mi luz y mi salvación”
Corintios 1, 10-13.17: “Que no haya divisiones entre ustedes”
San Mateo 4, 12-23: “Conviértanse, porque ya está cerca el Reino de los cielos”
¿Cómo trazarías la ruta para alcanzar una meta? Cada quien la hace de acuerdo a sus necesidades, a sus posiblidades, a sus anhelos. De forma semejante cada uno de los evangelistas, que en el fondo quieren presentarnos a Cristo y que tengamos un encuentro personal con Él, nos traza un camino, con unas prioridades, con determinadas acentuaciones, teniendo muy en cuenta las circunstancias en que fue escrito y a las personas a las que está dirigido. San Mateo nos acompañará en este ciclo litúrgico, que llamamos “Ciclo A”. Será como un amigo que nos facilita el camino, que resalta algunos rasgos de Jesús, que sortea las dificultades que sufre su comunidad. Un Evangelio muy actual, cercano, y que nos ofrece muchas pistas para nuestro camino. Aunque este domingo ya es el tercero del tiempo ordinario, hasta hoy se nos presenta este compañero de viaje, San Mateo, ofreciéndonos los que serán los puntos centrales de su Evangelio, de la Iglesia y, claro, que serán los puntos centrales de la vida de todo cristiano. No lo hace de una manera exhaustiva, sino enunciando algunos de ellos, dejando entrever otros y sugiriendo las actitudes que nos acompañarán. Son las bases o como dirían los caminantes, “los puntos seguros y orientadores” para quien se arriesga en la aventura de seguir a Jesús, presentados en un sumario programático.
El punto de referencia que orienta la vida del cristiano es la presencia de la luz: “El pueblo que habitaba en tinieblas vio una gran luz. Sobre los que vivían en tierra de sombras una luz resplandeció”. Sí, Cristo viene a un mundo pecador pero no para que siga sumido en las tinieblas sino para hacer resplandecer su luz. Se encarna en el hombre, en su tiempo, en su cultura, en sus límites, pero no se deja aprisionar por ellos, sino abre nuevos cauces y derroteros donde el hombre encontrará luz y libertad. Si a esto añadimos la apertura que nos presentan los primeros versículos, tendremos que el gran sueño no se limita a las fronteras de Jerusalén sino que va mucho más allá hasta “la tierra de Zabulón y Nefatlí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los paganos”. No es un Dios o un salvador mezquino que se encierra en un solo pueblo o en una sola raza, sino que abre alegre y bondadosamente su amor y su salvación a todos los pueblos. Quien ha encontrado la luz, no puede permanecer anclado en la oscuridad de sus egoísmos y propias utilidades. No puede utilizar el pretexto de la luz para esclavizar a los otros pueblos. Para ser cristiano hay que encontrar la luz, pero una vez encontrada no se debe encerrar, sino que debe iluminar a todos los hombres.
Cuando Jesús aparece, comienza a anunciar la buena nueva del Reino de Dios… pero ya, un momento antes, ha proclamado: “Conviértanse, porque ya está cerca el Reino de los cielos”. No son nuestros caminos, son los caminos de Dios. La conversión es requisito para recibir la buena nueva, abrir el corazón, estar dispuesto a encontrar nuevos caminos, a dejar la oscuridad, a mirar al otro como hermano, a cambiar la mente. La conversión, siempre la conversión, a cada momento. Nadie puede decir que ya está convertido. Es una actitud constante, a cada momento, nos lo repite: cambiar el corazón. Qué lejos de los fariseos de aquel tiempo y actuales, que nos conformamos con predicar la palabra y nos quedamos tan tranquilos sumergidos en la oscuridad. La razón de la conversión es la cercanía del Reino de los cielos o Reino de Dios: esa nueva manera de vivir que irá apareciendo en las parábolas y enseñanzas de Jesús, un mundo nuevo donde todos participan de la fiesta y del alimento, donde todos tienen oportunidades, donde se habla de familia, de hermanos y de amor. Es la gran enseñanza de Jesús: un reino nuevo de justicia, de amor, universal.
La construcción del Reino no lo hará Jesús solo, inmediatamente se pone a buscar sus colaboradores: Pedro y Andrés; Santiago y Juan; tú y yo… A todos los que estén dispuestos a seguir su camino y escuchar su palabra. Ciertamente andamos “enredados” en mil negocios, pero ahí está la invitación entusiasta de Jesús para ir a construir su Reino. Se requiere dejar nuestras redes y enredos, nuestros egoísmos y vacilaciones, para lanzarnos a seguir a Jesús. No es fácil, ya sabemos lo que le pasó a Juan el Bautista. No es fácil, ¡pero es una tarea importantísima! ¡Es Jesús quien lo pide! Jesús no es selectivo, no pone requisitos, invita a todos, solamente pide disposición, corazón abierto, coherencia y ¡amor! Así se camina en sus senderos, así se construye su Reino. Sí, pide una respuesta generosa y mirar en cada hombre y mujer un hermano. ¿Será mucho pedir para construir un Reino nuevo?
Aparecen también muy claros en este breve sumario otros dos elementos indispensables para el camino: “para que se cumpliera la Palabra…” y “curando a la gente de toda enfermedad y dolencia”. Puntos claves, importantísimos sin los cuales no se puede hacer el camino, ni construir la Iglesia, ni vivir la vida del cristiano y ¡a veces los olvidamos! y nos lanzamos ingenuamente a la aventura del reino sin escuchar la Palabra, sin meditar la Palabra, sin sembrarla en el corazón, sin darle su espacio. O bien, escuchamos la Palabra superficialmente y no la ponemos en práctica y no curamos a la gente de sus enfermedades y dolencias, y pasamos desentendidos a su lado. Nos dividimos y peleamos por nada, nos olvidamos que somos hermanos. Ya San Pablo en su carta a los Corintios nos recuerda lo doloroso que son las divisiones y que así no se puede construir la Iglesia de Jesús. El Reino se construye en el encuentro con los pobres.
Es apenas un esbozo lo que nos presenta este breve párrafo San Mateo, pero ya nos cuestiona fuertemente sobre las bases de nuestra vida, de nuestra actividad y de nuestra Iglesia. La aceptación de una luz que rompe las estructuras de la oscuridad, una actitud siempre de conversión, la fidelidad a la Palabra, la actitud de seguimiento, la construcción de un Reino universal donde todos seamos hermanos, la opción por los pobres, son las bases que nos pone San Mateo para lanzarnos en seguimiento de Jesús y construir su Iglesia ¿Cómo los estamos viviendo? ¿Son realmente los puntos centrales donde trazamos el camino de nuestra vida y de la vida eclesial?
Padre Bueno, conduce nuestra vida por el camino de tus mandamientos para que, unidos a tu Hijo amado, podamos comprometernos en la construcción del Reino de justicia, paz y amor que Él viene a anunciarnos. Amén.