Biblia - © pixabay

Cuando descubrí "ese" Libro

Cuando tenía catorce años, me encontré con la Biblia. Sabía que era el libro de Dios, pero nada más

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La palabra de Dios es viva y eficaz, más penetrante que espada de doble filo, y penetra hasta donde se dividen el alma y el espíritu, los huesos y los tuétanos, haciendo un discernimiento de los deseos y los pensamientos más íntimos.  (Hebreos 4, 12)

 La casa de mis padres en los años setenta, cuando yo era niña, tenía pisos de granito, paredes blancas, ventanales, un jardín adelante y otro atrás, techos altos y muebles discretos. Las habitaciones eran espaciosas, así que mi hermana y yo teníamos suficiente lugar para jugar, tanto dentro como fuera de la casa.

Recuerdo que, en los pasillos, las recámaras y las salas de estar había libreros, así que mientras corría o caminaba me encontraba a menudo con hileras de libros frente a mí. Veía algunos títulos repetidamente, hasta que un día comencé a agarrar los libros para hojearlos. Luego, un día de mi cumpleaños, mi padre –quien es amante de la literatura, la música y la ópera– me regaló un libro de Og Mandino. Lo leí un domingo, sentada en un sofá, bajo el sol del amanecer. Me enamoré de la historia que había leído.

Proseguí leyendo, un libro tras otro de todos los que había en la casa, incluyendo enciclopedias ¡y hasta diccionarios! Quedé infatuada por ese nuevo mundo. Descubrí un universo magnífico, y cada día abría páginas frescas, ansiosa por encontrar una nueva historia. La naturaleza humana estaba en cada relato de ficción, o de la historia real. Autores como Carlos Fuentes, García Márquez, Elena Garro, Goethe, Unamuno, Voltaire, Dostoyevski, y más tarde Shakespeare, Balzac, Baudelaire, Octavio Paz, García Lorca, etcétera, iluminaron mi mundo.

Pronto me encontré con la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino, los sonetos de Sor Juana Inés de la Cruz, la poesía de Concha Urquiza y Santa Teresa de Ávila, las églogas de Garcilaso de la Vega, las bucólicas de Miguel Hernández, y mucho más. Al llegar a la Universidad fui aprendiendo latín, conociendo la filosofía de Aristóteles, Platón, Heráclito, en fin, un mundo entero de pensamiento, creatividad y narrativa.

Sin embargo, tempranamente, cuando tenía catorce años, me encontré con la Biblia. Sabía que era el libro de Dios, pero nada más. Me imaginé que dentro había sólo historias de gente buena, religiosa, algunos consejos para ser mejores personas y quizá también exhortaciones para portarse bien y no cometer pecados. Pero estaba tan equivocada. Cuando conocí a Jesús y empecé a asistir a la iglesia, dediqué muchos meses a leer la Biblia completa. Mi sorpresa fue enorme. Este libro incluía muchos libros, de diferentes autores, pero todos con un solo objetivo y bajo un mismo Espíritu.

Luego descubrí que la Biblia incluía libros históricos, proféticos, poéticos, filosóficos, doctrinales, y cuatro Evangelios, la cumbre de todo poder bajo la tierra. Cada uno de los libros de la Biblia fueron una gran revelación para mí. Ningún otro libro que leí antes –ni que leí después– son como la Biblia. Esta es definitivamente la Palabra de Dios. Es el mensaje de Dios a los hombres, es la descripción y narración de los hechos, el carácter, la perspectiva, la sabiduría, las maravillas y los planes de Dios para la humanidad.

Desde el Génesis, la Biblia presenta historias tremendas y terribles, intrigas, asesinatos, traiciones, pasiones, en fin, incontables situaciones humanas, políticas, religiosas en las que Dios interviene. La Escritura es “el libro de los libros”, su autor es el autor más sorprendente de todos los tiempos: Dios, revelado a través de su Espíritu Santo, sus siervos, sus profetas, sus apóstoles. Es un libro que contiene libros, los cuales fueron escritos con cientos de años de diferencia entre sí, pero que guardan unidad, sincronía, congruencia, sentido, concordancia y propósito perfectos.

No existe sobre la tierra un libro como la Biblia. No hay ningún otro libro (y si lo hay, por favor, avísenme) que contenga la visión divina, sabia y poderosa como la Biblia. No hay libro más apasionado, revelador, inspirador y perfecto como la Biblia. Todas las respuestas para nuestra vida están contenidas ahí. Toda duda filosófica, toda inquietud o tormento existencial quedan resueltas en sus páginas. La Biblia es palabra viva que proviene de un Dios vivo; no es creación humana, intelectual, limitada, sino sabiduría celestial. La Biblia puede cambiar vidas.

La Biblia es un libro sobrenatural que no necesita librero, pues debe estar siempre abierto, a la mano, listo para ir con nosotros a donde vayamos, de día y de noche.

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