(ZENIT – Roma, 10 Abr. 2017).- Se llama Anne Marie Pelletier y es profesora de Letras modernas, doctora en ciencias religiosas, biblista y ganadora del Premio Ratzinger 2014. A ella el papa Francisco le confió las meditaciones del Vía Crucis del Coliseo, que se realizará este próximo Viernes Santo 14 de abril.
Conversando con ZENIT e interrogada sobre Qué es el Vía Crucis, si recuerdo de un recorrido de torturas y ejecuciones, en particular el Viernes Santo. responde:
La celebración del Viernes santo en el Coliseo, transmitida por la televisión de todo el mundo ofrece a la gente la oportunidad de estar en contacto con el corazón de la fe cristiana: la cruz de Cristo, “escándalo para los judíos e idiotez para los griegos”, como dice san Pablo, pero descubriendo una sabiduría de Dios que supera cualquier sabiduría humana.
Todos aquellos, cercanos o lejanos, creyentes o ignorantes de Cristo se unirán aquella noche, por decisión propia o por caso, a la oración del papa Francisco y de la Iglesia, se encontrarán en presencia de esta realidad que nosotros confesamos y que influye en la humanidad de manera decisiva, si bien quedará claroscuro a la espera de su evento final.
El anuncio dado por el Vía Crucis es potencialmente adapto para todo el mundo, pero puede ser recibido de manera equivocada, porque las últimas horas de vida de Jesús, desde el punto de vista humano parecen terriblemente aquella ‘banalidad del mal’ que vemos todos los días en un mundo envuelto por violencia, mentiras, persecuciones, expulsiones y masacres.
Entretanto digamos la verdad: si se trata de ver en Jesús solamente un inocente condenado a muerte, Él se añadiría a interminable lista de las víctimas de la historia, y la memoria de su pasión no sería de ninguna utilidad para nosotros. Baste pensar cuanto ha sucedido en Iblid en Siria, en estos días, esto es más que suficiente para recordar que la crueldad humana es un abismo sin fondo.
Así por lo tanto, se trata de que cuando nosotros entremos en esta Via Crucis logremos atraer a los otros a ser verdaderamente cristianos. O sea, ser testimonios de la verdad, silenciosamente disimulada en el fracaso y la muerte de Jesús. Debemos reconocer y dar testimonio que en estos evento se realiza –oh sorpresa absoluta y arrolladora– una obra de potencia y de vida que es la victoria de Dios sobre las potencias de muerte de nuestro mundo, y que tienen raíces en el corazón de cada uno de nosotros.
Por esto, es una gran cosa que nosotros logremos reconocerlo en el condenado, desfigurado que espira en la cruz. ¡Que reconozcamos que este Dios mismo en su Hijo vino a habitar en nuestras tinieblas para hacernos salir! Y esto de una manera que evidentemente desafía todo lo que nosotros podríamos imaginar de Dios, de su pujanza y de su presencia en nuestra historia.
Me gusta decir que en el momento de la Pasión, en Jesús, Dios está allá donde no debería estar. Asimismo yendo hasta el umbral de la paradoja, osaría decir que Él está allá donde no está. O sea que está en el corazón de todos aquellos que le contradicen y le rechazan: nuestra violencia, nuestro odio, todo aquello que es la desfiguración y caricatura del hombre tal como Dios lo ha creado y lo ha querido.
Pero estamos de acuerdo que la paradoja es tal que cada uno puede evidentemente pasar por el camino de Jesús y no percibir nada de todo esto. Como sucede con muchos de nuestros contemporáneos que vivirán estos días santos en una indiferencia completa. Como la mayor parte de ellos que encontraron a Jesús en el camino del Gólgota. Pero como testimonian los Evangelios, en el momento más desesperado de este camino, los ojos de algunos se abrieron hacia esta increíble verdad.
Como el centurión romano que a la muerte de Jesús afirma: “Este hombre era realmente el Hijo de Dios”. O poco antes, según Lucas, el prisionero que misteriosamente reconoce no solamente la justicia, pero también la realeza de quien fue crucificado a su lado y no abandona la esperanza. (Recuérdate de mi cuando entraré en tu reino)”. No nos olvidemos ni siquiera que es la predicación de la cruz y solamente ésta , que viene evocada cuando Pablo recuerda a los Corintios cómo entrar en la fe de Jesús.
Pero es obviamente esencial que los cristianos no reduzcan el mensaje de la cruz a un dolor desesperado, volviéndolo inaccesible. Debemos repetir que Jesús no vino entre los hombres para morir. Él vino a vivir y para hacer circular en la vida de la humanidad de Dios, asesinando el pecado que nos ha condenado a muerte en todas las formas que asume nuestra vida.
Tenemos que reconocer que algunos aspectos de nuestra espiritualidad puedan suscitar una equivocada idea de sufrimiento, exaltando peligrosamente una insoportable idea de la venganza del Padre que pide la sangre de su Hijo, asegurando que somos cómplices del mal. Se trata de un preocupante problema espiritual.
Al escribir este Via Crucis, de todas maneras no he dejado de poner el acento sobre el amor, vivido hasta el final por Jesús. Recordamos que el Evangelio de Juan habla de ‘glorificación’ al hablar de la Hora de Jesús, la hora del “todo se ha cumplido”, cuando muere en la cruz.
El Via Crucis en el Coliseo: la victoria del amor, conversación con Anne Marie Pelletier
Es necesario decir y repetir que Jesús no ha venido entre los hombres para morir