Hechos de los Apóstoles 2, 14, 36-41: “Dios lo ha constituido Señor y Mesías”
Salmo 22: “El Señor es mi pastor, nada me faltará. Aleluya”
I Pedro 2, 20-25: “Han vuelto ustedes al pastor y guardián de sus vidas”
San Juan 10, 1-10: “Yo soy la puerta de las ovejas”
Cuando el Papa Francisco inició su pontificado nos sorprendió a todos con su exigencia a los pastores de tener “olor a oveja”. Quien haya convivido o participado de este trabajo de cuidar ovejas, entenderá que no es precisamente agradable el hedor que despiden las ovejas. Incluso entre nosotros se ha acuñado el dicho: “Oler a chivo”, para indicar lo desagradable y penetrante que es este aroma. Alguien queriendo corregir al Papa opinaba que los pastores deberían “oler a Cristo”, pero precisamente allí está el punto central: Cristo quiere oler a oveja, se encarna en nuestras miserias, asume nuestros pecados. Es pastor, puerta y oveja. Oler a Cristo será oler a oveja.
Nuestro pueblo sufre, tiene miedo, anhela paz y con frecuencia escuchamos que se dice que “ya no encuentra la puerta”. Al contemplar las ingentes multitudes que anhelan la paz y que buscan justicia con dignidad, hastiados, llenos de cólera por un mundo tan descompuesto, forzosamente tenemos que recordar las palabras de Jesús que se autoproclama como el Buen Pastor y nos indica que Él es la puerta. Quizás a algunos les suene extraño y hasta protesten porque la imagen del Pastor iría muy unida a la imagen de la oveja, o como decimos entre nosotros, a la imagen del borrego que ha adquirido un sentido peyorativo de manipulación, de seguimiento ciego, de multitud inconsciente. Las grandes masas son arrastradas por líderes corruptos o son subyugadas por los medios masivos y aparecen inconscientes, adormecidas, indiferentes ante las graves situaciones. Y hoy, domingo del Buen Pastor, será un día propicio para que nuestra reflexión nos lleve a una toma de conciencia de todo lo que estamos haciendo que ha propiciado que este mundo loco y desquiciado se encuentre al borde del precipicio.
Cristo, Buen Pastor, no quiere adormecernos ni solapar responsabilidades ni de criminales ni de autoridades. Nada más lejano de la intención de Cristo. Discute fuertemente con los principales y los fariseos, y ahora lanza una dura crítica a su liderazgo y a su autoridad. Es por tanto un juicio contra quienes no vigilan, quienes abandonan arrastrando consigo a otros, o bien, contra quienes no se acercan de forma correcta al rebaño. Trae a la memoria la dura imprecación que hace el profeta Ezequiel contra los malos pastores de Israel, tiene su aplicación en contra de los dirigentes de los tiempos de Jesús, pero también es palabra viva para hoy y se presenta como crítica dura y actual contra dirigentes y malos pastores que no tienen en cuenta al pueblo y solamente se aprovechan de sus privilegios y puestos. Es una acusación tanto para los lobos como para los pastores, pero también es un fuerte silbido, al mismo tiempo enérgico y cariñoso, para que las ovejas no se duerman o no vayan tras engañosas seguridades. La maldad y la injusticia tienen como responsables tanto a los criminales como a las autoridades, pero también al silencio, a la indiferencia y al miedo, de un pueblo que calla, que no se levanta y que no ha hecho lo necesario para sacudirse tanta corrupción y tanta mentira.
No podemos seguir igual. Cuando Pedro acusaba a la multitud de responsabilidad ante la muerte de Jesús, con el corazón adolorido preguntaron: “¿Qué tenemos que hacer?”. Pedro, entonces, los invita a una conversión de verdad, no a un cambio de escenario ni a cambios externos. Sugiere un cambio donde se borre definitivamente el pecado y se guíen por el espíritu. También hoy ésta debería ser nuestra pregunta y éstas nuestras actitudes. Deberemos poner a Cristo como nuestro Buen Pastor y asumir las actitudes correspondientes a un pueblo responsable y consciente de sus obligaciones y sus derechos. Todos estamos de acuerdo en reconocer que Cristo es el verdadero pastor, opuesto al mercenario, y que es el único guía seguro que va delante de las ovejas y abre el camino; pero no estamos dispuestos a soportar un examen sobre nuestro papel de pastores, cuidadores y educadores de un pueblo, de una comunidad o de una familia. Las palabras exigentes de Jesús acusando a los bandidos, ladrones y mercenarios, fácilmente las aplicamos a las autoridades, a los responsables y a quienes tienen el deber de velar por nuestros pueblos. Y tenemos razón, porque ellos deben tener muy en cuenta el ejemplo de Cristo y cualquier autoridad o líder moral, tiene la obligación de velar por el bienestar de los ciudadanos y no de aprovecharse de ellos. Pero al mismo tiempo, estas palabras de Cristo son para cada uno de nosotros que tenemos alguna responsabilidad frente a las demás personas: padres de familia, maestros, coordinadores, sacerdotes, catequistas, autoridades… todos tenemos que mirarnos en esta imagen de Jesús y ver cómo estamos realizando nuestra tarea.
“¡Cuidado!”. Nos advierte Jesús y nos pide distinguir entre la voz del pastor y la voz del mercenario. La voz del pastor llega hasta nuestro interior y nos da vida. Pero también se escuchan otras voces que adormecen, que engañan y que intimidan. Lo más triste es que hay quienes siguen esas voces y terminan en la muerte. Tendremos que discernir cuál voz estamos siguiendo. Cuando Jesús afirma: “Yo soy la puerta de las ovejas” nos coloca frente al significado de la puerta. Una puerta tiene una doble función: abrir y cerrar; proteger y dejar entrar. En este caso es una puerta de exclusión para los salteadores y ladrones, y puerta de acceso para los verdaderos pastores. Una puerta cerrada para quien busca su propio interés y abierta para quien busca dar vida. Una puerta abierta a la libertad y a la intimidad. Y Cristo nos invita a pasar por esa puerta que es Él mismo para abrirnos a la verdadera libertad. Al mismo tiempo es una puerta cerrada a la mentira, a la injusticia y al mal. Jesús nos ofrece un criterio para ver a quién dejamos entrar por esa puerta y cuáles voces escuchamos, “que tengan vida y la tengan en abundancia”. Lo que mata al pueblo, lo que limita la vida, lo que la oscurece, no podemos dejarlo entrar ni permitir que nos manipule.
Este Domingo del Buen Pastor se nos presenta como un silbido potente que nos despierta y nos pone en alerta. No puede el discípulo permanecer pasivo porque la indiferencia ante la injusticia es grave pecado de omisión. Y al mismo tiempo nos invita a estar atentos a distinguir las voces que dan vida plena, de aquellas voces que llevan a la muerte y a la corrupción. ¿Qué estamos haciendo? ¿Vivimos pasivos ante la injusticia, la corrupción y la maldad? ¿Cuál es nuestra responsabilidad cuando al mismo tiempo somos pastores y ovejas?
Jesús, Buen Pastor, enséñanos a dar la vida por las ovejas a nosotros encomendadas, danos la inteligencia y el valor suficientes para proteger a la comunidad, a los jóvenes y a los niños, y concédenos reconocerte a Ti como nuestra Puerta y nuestro Pastor. Amén.