(ZENIT – 25 junio 2018).- El Papa ha usado el término «ecología humana» para describir la «sabiduría que debe inspirar nuestra actitud», llamada a considerar la calidad ética y espiritual de la vida en todas sus fases.
Esta mañana, a las 11:30 horas, en la Sala Clementina del Palacio Apostólico, el Papa Francisco ha recibido en audiencia a los participantes en la XXIV Asamblea General de la Pontificia Academia para la Vida (PAV),cuyo tema es «Equal beginnings. But then? A global responsibility», en curso en el Aula Nueva del Sínodo en el Vaticano del 25 al 27 de junio.
La obra «hermosa» de la vida –ha expresado el Santo Padre– es la generación de una nueva persona, la educación de sus cualidades espirituales y creativas, la iniciación en el amor de la familia y la comunidad, el cuidado de su vulnerabilidad y sus heridas; así como la iniciación en la vida de los hijos de Dios, en Jesucristo.
«Aprender a recibir el propio cuerpo, a cuidarlo y a respetar sus significados, es esencial para una verdadera ecología humana» ha descrito el Santo Padre.
Dignidad de la persona
El Papa ha manifestado su deseo de que la visión global de la bioética, que los especialistas preparan para relanzar en el ámbito de la ética social y del humanismo planetario, se mueva «a partir de la profunda convicción de la dignidad irrevocable de la persona humana.
En esta línea, el Pontífice ha matizado: La dignidad de cada persona, en cada etapa y condición de su existencia, «en la búsqueda de formas de amor y de cuidado con que se deben tratar a su vulnerabilidad y su fragilidad».
Vida humana
Hay una vida humana concebida –ha señalado Francisco– una vida en gestación, una vida salida a la luz, una vida niña, una vida adolescente, una vida adulta, una vida envejecida y consumada – y existe la vida eterna. Hay una vida que es familia y comunidad, una vida que es invocación y esperanza. Como también existe la vida humana frágil y enferma, la vida herida, ofendida, envilecida, marginada, descartada. Siempre es vida humana.
Asimismo, el pontífice también ha apuntado que la sabiduría cristiana debe «reabrir con pasión y audacia el pensamiento del destino del género humano a la vida de Dios«, que ha prometido abrir al amor de la vida, más allá de la muerte, el horizonte infinito de cuerpos amorosos de luz, ya sin lágrimas
Publicamos a continuación el discurso que el Papa ha dirigido a los presentes en el curso del encuentro.
***
Discurso del Papa Francisco
Distinguidos Señoras y Señores,
Me complace saludaros a todos, desde el presidente, monseñor Vincenzo Paglia, a quien agradezco haberme presentado esta Asamblea General, en la que el tema de la vida humana se situará dentro del amplio contexto del mundo globalizado en el que hoy vivimos. Y también quiero saludar al cardenal Sgreccia, que tiene noventa años pero es entusiasta, joven, en la lucha por la vida. Gracias, Eminencia, por lo que ha hecho en este ámbito y por lo que está haciendo. Gracias.
La sabiduría que debe inspirar nuestra actitud en la «ecología humana» está llamada a considerar la calidad ética y espiritual de la vida en todas sus fases. Hay una vida humana concebida, una vida en gestación, una vida salida a la luz, una vida niña, una vida adolescente, una vida adulta, una vida envejecida y consumada – y existe la vida eterna. Hay una vida que es familia y comunidad, una vida que es invocación y esperanza. Como también existe la vida humana frágil y enferma, la vida herida, ofendida, envilecida, marginada, descartada. Siempre es vida humana. Es la vida de las personas humanas, que habitan en la tierra creada por Dios y comparten la casa común de todas las criaturas vivientes. Ciertamente en los laboratorios de biología se estudia la vida con las herramientas que permiten explorar sus aspectos físicos, químicos y mecánicos. Un estudio importante e imprescindible, pero que debe integrarse con una perspectiva más amplia y más profunda, que pide atención a la vida propiamente humana, que irrumpe en la escena mundial con el prodigio de la palabra y del pensamiento, de los afectos y del espíritu. ¿Qué reconocimiento recibe hoy la sabiduría humana de la vida en las ciencias de la naturaleza? ¿Y qué cultura política inspira la promoción y protección de la vida humana real? La obra «hermosa» de la vida es la generación de una nueva persona, la educación de sus cualidades espirituales y creativas, la iniciación en el amor de la familia y la comunidad, el cuidado de su vulnerabilidad y sus heridas; así como la iniciación en la vida de los hijos de Dios, en Jesucristo.
Cuando entregamos a los niños a las privaciones, los pobres al hambre, los perseguidos a la guerra, los ancianos al abandono, ¿no hacemos nosotros mismos, en cambio, el trabajo «sucio» de la muerte? ¿De dónde viene el trabajo sucio de la muerte? Viene del pecado. El mal intenta persuadirnos de que la muerte es el fin de todo, de que hemos venido al mundo por casualidad y que estamos destinados a terminar en la nada. Excluyendo al otro de nuestro horizonte, la vida se repliega sobre sí misma y se convierte en un bien de consumo. Narciso, el personaje de la mitología antigua, que se ama a sí mismo e ignora el bien de los demás, es ingenuo y ni siquiera se da cuenta. Mientras tanto, sin embargo, propaga un virus espiritual muy contagioso, que nos condena a ser hombres-espejo y mujeres-espejo, que sólo ven a sí mismos y nada más. Es como volverse ciego a la vida y su dinámica, en cuanto don recibido de otros y que pide ser colocado de manera responsable en circulación para otros.
La visión global de la bioética, que os estáis preparando a relanzar en el ámbito de la ética social y del humanismo planetario, fuertes de la inspiración cristiana, se esforzará con más seriedad y rigor en desactivar la complicidad con el trabajo sucio de la muerte, sostenido por el pecado. Así, nos restituirá a las razones y prácticas de la alianza con la gracia destinada por Dios para la vida de cada uno de nosotros. Esta bioética no se moverá partiendo de la enfermedad y de la muerte para decidir el sentido de la vida y definir el valor de la persona. Se moverá, más bien, a partir de la profunda convicción de la dignidad irrevocable de la persona humana, así como Dios ama, la dignidad de cada persona, en cada etapa y condición de su existencia, en la búsqueda de formas de amor y de cuidado con que se deben tratar a su vulnerabilidad y su fragilidad.
Así, en primer lugar, este bioética global será una forma específica de desarrollar la perspectiva de la ecología integral que es propia de la Encíclica Laudato si’, en la que insistí en estos puntos-fuertes «, la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta, la convicción de que en el mundo todo está conectado, la crítica al nuevo paradigma y a las formas de poder que derivan de la tecnología, la invitación a buscar otros modos de entender la economía y el progreso, el valor propio de cada criatura, el sentido humano de la ecología, la necesidad de debates sinceros y honestos, la grave responsabilidad de la política internacional y local, la cultura del descarte y la propuesta de un nuevo estilo de vida.»(n. ° 16).
En segundo lugar, en una visión integral de la persona, se trata de articular con creciente claridad todos los vínculos y las diferencias concretas en las que habita la condición humana universal y que nos involucran a partir de nuestro cuerpo. En efecto, » nuestro propio cuerpo nos sitúa en una relación directa con el ambiente y con los demás seres vivientes. La aceptación del propio cuerpo como don de Dios es necesaria para acoger y aceptar el mundo entero como regalo del Padre y casa común, mientras una lógica de dominio sobre el propio cuerpo se transforma en una lógica a veces sutil de dominio sobre la creación. Aprender a recibir el propio cuerpo, a cuidarlo y a respetar sus significados, es esencial para una verdadera ecología humana. También la valoración del propio cuerpo en su femineidad o masculinidad es necesaria para reconocerse a sí mismo en el encuentro con el diferente” (Laudato si’, 155).
Por lo tanto, es necesario proceder con un cuidadoso discernimiento de las complejas diferencias fundamentales de la vida humana: del hombre y de la mujer, de la paternidad y de la maternidad, de la filiación y de la fraternidad, de la sociabilidad y también de todas las diferentes edades de la vida. Al igual que de todas las condiciones difíciles y todos los pasajes delicados o peligrosos que requieren una sabiduría ética especial y una valiente resistencia moral: sexualidad y generación, enfermedad y vejez, insuficiencia y discapacidad, privación y exclusión, violencia y guerra:» La defensa del inocente que no ha nacido, por ejemplo, debe ser clara, firme y apasionada, porque allí está en juego la dignidad de la vida humana, siempre sagrada, y lo exige el amor a cada persona más allá de su desarrollo. Pero igualmente sagrada es la vida de los pobres que ya han nacido, que se debaten en la miseria, el abandono, la postergación, la trata de personas, la eutanasia encubierta en los enfermos y ancianos privados de atención, las nuevas formas de esclavitud, y en toda forma de descarte «(Exhortación Apostólica Gaudete et exsultate, 101).
En los textos y enseñanzas de la formación cristiana y eclesiástica, estos temas de la ética de la vida humana tendrán que encontrar un lugar apropiado en el contexto de una antropología global, y no quedar confinados entre las cuestiones límite de la moralidad y del derecho. Espero que una conversión a la centralidad actual de la ecología humana integral, es decir, de una comprensión armoniosa y completa de la condición humana, encuentre en vuestro compromiso intelectual, civil y religioso, apoyo válido y entonación proposicional.
La bioética global nos insta, pues, a la sabiduría de un discernimiento profundo y objetivo del valor de la vida personal y comunitaria, que debe preservarse y promoverse incluso en las condiciones más difíciles. También debemos afirmar con fuerza que, sin el apoyo adecuado de una proximidad humana responsable, ninguna regulación puramente jurídica y ningún auxilio técnico podrán, de por sí, garantizar condiciones y contextos relacionales que correspondan a la dignidad de la persona. La perspectiva de una globalización que, abandonada solamente a su dinámica espontánea, tiende a aumentar y profundizar las desigualdades, solicita una respuesta ética a favor de la justicia. La atención a los factores sociales, económicos, culturales y ambientales que determinan la salud es parte de este compromiso y se convierte en una forma concreta de hacer realidad el derecho de cada pueblo a “la participación, sobre la base de la igualdad y de la solidaridad, de los bienes que están destinados a todos los hombres.»(JUAN PABLO II, Carta Encíclica Sollicitudo rei socialis, 21).
Por último, la cultura de la vida debe dirigir con más seriedad la mirada a la «cuestión seria» de su destino final. Se trata de resaltar con mayor claridad qué es lo que dirige la existencia del hombre hacia un horizonte que lo supera: cada persona está llamada gratuitamente «como hijo, a la unión con Dios y a la participación de su felicidad». […] Enseña además la Iglesia que la esperanza escatológica no merma la importancia de las tareas temporales, sino que más bien proporciona nuevos motivos de apoyo para su ejercicio. «(CONC, ECUM VAT, II, Constitución Pastoral Gaudium et Spes, 21) ). Necesitamos interrogarnos más profundamente sobre el destino final de la vida, capaz de restaurar dignidad y significado al misterio de sus afectos más profundos y sagrados. La vida del hombre, hermosa de maravillar y frágil de morir, va más allá de sí misma: somos infinitamente más de lo que podemos hacer por nosotros mismos. Pero la vida del hombre también es increíblemente tenaz, ciertamente por una gracia misteriosa que viene de lo alto, en la audacia de su invocación de una justicia y una victoria definitiva del amor. Y es incluso capaz -esperanza contra toda esperanza- de sacrificarse por ello hasta el final. Reconocer y apreciar esta fidelidad y dedicación a la vida suscita en nosotros gratitud y responsabilidad, y nos alienta a ofrecer generosamente nuestro saber y nuestra experiencia a toda la comunidad humana. La sabiduría cristiana debe reabrir con pasión y audacia el pensamiento del destino del género humano a la vida de Dios, que ha prometido abrir al amor de la vida, más allá de la muerte, el horizonte infinito de cuerpos amorosos de luz, ya sin lágrimas. Y sorprenderlos eternamente con el encanto siempre nuevo de todas las cosas «visibles e invisibles» que están escondidas en el seno del Creador. Gracias.
© Librería Editorial Vaticano
Audiencia con los participantes en la XXIV Asamblea General de la Pontificia Academia para la Vida © Vatican Media
Academia para la Vida: Francisco llama a una "ecología humana"
Discurso del Santo Padre