(ZENIT – 5 febrero 2019).- «Miremos cómo vivió Jesús», ha exhortado el Papa Francisco en la Misa celebrada en los Emiratos Árabes. «Pobre de cosas y rico de amor, devolvió la salud a muchas vidas, pero no se ahorró la suya. Vino para servir y no para ser servido; nos enseñó que no es grande quien tiene, sino quien da».
«Queridos hermanos y hermanas, en la alegría de encontrarles, esta es la palabra que he venido a decirles: bienaventurados»: Son palabras de aliento del Papa Francisco a los católicos que viven en los Emiratos Árabes Unidos –unos 900.000–, pronunciadas en la homilía de la Misa celebrada en estadio de Zayed Sport City, en Abu Dhabi, el martes a las 10:30 horas (7:30 horas en Roma).
«No serás bienaventurado, sino que eres bienaventurado: esa es la primera realidad de la vida cristiana», ha expresado el Pontífice. «No consiste en un elenco de prescripciones exteriores para cumplir o en un complejo conjunto de doctrinas que hay que conocer. Ante todo, no es esto; es sentirse, en Jesús, hijos amados del Padre».
Se calcula que han participado en la Santa Misa más de 130.000 personas –datos ofrecidos por Vatican News— entre ellos 4.000 musulmanes y católicos de más de 100 nacionalidades diferentes. Entre ellas, las más numerosas son las de Venezuela, Corea, India o Filipinas.
«Miremos como vivió Jesús»
El Santo Padre ha exhortado a «mirar a Jesús», lo único necesario para vivir las Bienaventuranzas, ha asegurado. «No se necesitan gestos espectaculares», ha explicado Francisco, «miremos a Jesús: no dejó nada escrito, no construyó nada imponente. Nos ha pedido que llevemos a cabo una sola obra de arte, al alcance de todos: la de nuestra vida».
«Miremos como vivió Jesús», ha reiterado el Pontífice. «Vino para servir y no para ser servido; nos enseñó que no es grande quien tiene, sino quien da». «Las Bienaventuranzas no son para súper-hombres, sino para quien afronta los desafíos y las pruebas de cada día», ha anotado.
Ahora bien, vivir como bienaventurados y seguir el camino de Jesús «no significa estar siempre contentos», ha añadido el Papa. «Quien está afligido, quien sufre injusticias, quien se entrega para ser artífice de la paz sabe lo que significa sufrir».
Coro de variedad de naciones
«Son un coro compuesto por una variedad de naciones, lenguas y ritos; una diversidad que el Espíritu Santo ama y quiere armonizar cada vez más, para hacer una sinfonía. Esta alegre sinfonía de la fe es un testimonio que dan a todos y que construye la Iglesia», les ha dicho el Papa Francisco.
«Todos juntos, pidamos hoy en este lugar, la gracia de redescubrir la belleza de seguir a Jesús, de imitarlo, de no buscar más que a él y a su amor humilde».
Así, el Santo Padre ha narrado una anécdota que le impresionó: «Me ha impactado lo que Mons. Hinder dijo una vez, que no solo él se siente su Pastor, sino que vosotros, con vuestro ejemplo, sois a menudo pastores para él». «Gracias por esto», ha expresado.
«Pido para vosotros la gracia de conservar la paz, la unidad, de hacerse cargo los unos de los otros, con esa hermosa fraternidad que hace que no haya cristianos de primera y de segunda clase», ha dicho Francisco a la heterogénea comunidad católica de Emiratos Árabes, compuesta por indios, pakistaníes, filipinos, coreanos, venezonalos, africanos, y otras nacionalidades.
Publicamos a continuación la homilía y el saludo final que pronuncia el Papa durante la misa:
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Homilía del Papa Francisco
Bienaventurados: es la palabra con la que Jesús comienza su predicación en el Evangelio de Mateo. Y es el estribillo que él repite hoy, casi como queriendo fijar en nuestro corazón, ante todo, un mensaje fundamental: si estás con Jesús; si amas escuchar su palabra como los discípulos de entonces; si buscas vivirla cada día, eres bienaventurado. No serás bienaventurado, sino que eres bienaventurado: esa es la primera realidad de la vida cristiana. No consiste en un elenco de prescripciones exteriores para cumplir o en un complejo conjunto de doctrinas que hay que conocer. Ante todo, no es esto; es sentirse, en Jesús, hijos amados del Padre. Es vivir la alegría de esta bienaventuranza, es entender la vida como una historia de amor, la historia del amor fiel de Dios que nunca nos abandona y quiere vivir siempre en comunión con nosotros. Este es el motivo de nuestra alegría, de una alegría que ninguna persona en el mundo y ninguna circunstancia de la vida nos puede quitar. Es una alegría que da paz incluso en el dolor, que ya desde ahora nos hace pregustar esa felicidad que nos aguarda para siempre. Queridos hermanos y hermanas, en la alegría de encontrarles, esta es la palabra que he venido a decirles: bienaventurados.
Ahora bien, Jesús llama bienaventurados a sus discípulos, sin embargo, llaman la atención los motivos de las diversas bienaventuranzas. En ellas vemos una transformación total en el modo de pensar habitual, que considera bienaventurados a los ricos, los poderosos, los que tienen éxito y son aclamados por las multitudes. Para Jesús, en cambio, son bienaventurados los pobres, los mansos, los que se mantienen justos aun corriendo el riesgo de ser ridiculizados, los perseguidos. ¿Quién tiene razón, Jesús o el mundo? Para entenderlo, miremos cómo vivió Jesús: pobre de cosas y rico de amor, devolvió la salud a muchas vidas, pero no se ahorró la suya. Vino para servir y no para ser servido; nos enseñó que no es grande quien tiene, sino quien da. Fue justo y dócil, no opuso resistencia y se dejó condenar injustamente. De este modo, Jesús trajo al mundo el amor de Dios. Solo así derrotó a la muerte, al pecado, al miedo y a la misma mundanidad, solo con la fuerza del amor divino. Todos juntos, pidamos hoy en este lugar, la gracia de redescubrir la belleza de seguir a Jesús, de imitarlo, de no buscar más que a él y a su amor humilde. Porque el sentido de la vida en la tierra está aquí, en la comunión con él y en el amor por los otros. ¿Creen en esto?
He venido también a darles las gracias por el modo como vivís el Evangelio que hemos escuchado. Se dice que entre el Evangelio escrito y el que se vive existe la misma diferencia que entre la música escrita y la interpretada. Ustedes aquí conocéis la melodía del Evangelio y viven el entusiasmo de su ritmo. Son un coro compuesto por una variedad de naciones, lenguas y ritos; una diversidad que el Espíritu Santo ama y quiere armonizar cada vez más, para hacer una sinfonía. Esta alegre sinfonía de la fe es un testimonio que dan a todos y que construye la Iglesia. Me ha impactado lo que Mons. Hinder dijo una vez, que no solo él se siente su Pastor, sino que ustedes, con su ejemplo, son a menudo pastores para él. Gracias por esto.
Ahora bien, vivir como bienaventurados y seguir el camino de Jesús no significa estar siempre contentos. Quien está afligido, quien sufre injusticias, quien se entrega para ser artífice de la paz sabe lo que significa sufrir. Ciertamente, para ustedes no es fácil vivir lejos de casa y quizá sentir la ausencia de las personas más queridas y la incertidumbre por el futuro. Pero el Señor es fiel y no abandona a los suyos. Nos puede ayudar un episodio de la vida de san Antonio abad, el gran fundador del monacato en el desierto. Él había dejado todo por el Señor y se encontraba en el desierto. Allí, durante un largo tiempo, sufrió una dura lucha espiritual que no le daba tregua, asaltado por dudas y oscuridades, tentado incluso de ceder a la nostalgia y a las cosas de la vida pasada. Después de tanto tormento, el Señor lo consoló y san Antonio le preguntó: «¿Dónde estabas? ¿Por qué no apareciste antes para detener los sufrimientos?». Entonces percibió con claridad la respuesta de Jesús: «Antonio, yo estaba aquí» (S. ATANASIO, Vida de Antonio, 10). El Señor está cerca. Frente a una prueba o a un período difícil, podemos pensar que estamos solos, incluso después de estar tanto tiempo con el Señor. Pero en esos momentos, aun si no interviene rápidamente, él camina a nuestro lado y, si seguimos adelante, abrirá una senda nueva. Porque el Señor es especialista en hacer nuevas las cosas, y sabe abrir caminos en el desierto (cf. Is 43,19).
Queridos hermanos y hermanas: Quisiera decirles también que para vivir las Bienaventuranzas no se necesitan gestos espectaculares. Miremos a Jesús: no dejó nada escrito, no construyó nada imponente. Y cuando nos dijo cómo hemos de vivir no nos ha pedido que levantemos grandes obras o que nos destaquemos realizando hazañas extraordinarias. Nos ha pedido que llevemos a cabo una sola obra de arte, al alcance de todos: la de nuestra vida. Las Bienaventuranzas son una ruta de vida: no nos exigen acciones sobrehumanas, sino que imitemos a Jesús cada día. Invitan a tener limpio el corazón, a practicar la mansedumbre y la justicia a pesar de todo, a ser misericordiosos con todos, a vivir la aflicción unidos a Dios. Es la santidad de la vida cotidiana, que no tiene necesidad de milagros ni de signos extraordinarios. Las Bienaventuranzas no son para súper-hombres, sino para quien afronta los desafíos y las pruebas de cada día. Quien las vive al modo de Jesús purifica el mundo. Es como un árbol que, aun en la tierra árida, absorbe cada día el aire contaminado y devuelve oxígeno. Les deseo que estén así, arraigados en Jesús y dispuestos a hacer el bien a todo el que está cerca de vosotros. Que sus comunidades sean oasis de paz.
Por último, quisiera detenerme brevemente en dos Bienaventuranzas. La primera: «Bienaventurados los mansos» (Mt 5,4). No es bienaventurado quien agrede o somete, sino quien tiene la actitud de Jesús que nos ha salvado: manso, incluso ante sus acusadores. Me gusta citar a san Francisco, cuando da instrucciones a sus hermanos sobre el modo como han de presentarse ante los sarracenos y los no cristianos. Escribe: «No entablen litigios ni contiendas, sino que estén sometidos a toda humana criatura por Dios y confiesen que son cristianos» (Regla no bulada, XVI). No entablen litigios ni contiendas: en ese tiempo, mientras tantos marchaban revestidos de pesadas armaduras, san Francisco recordó que el cristiano va armado solo de su fe humilde y su amor concreto. Es importante la mansedumbre: si vivimos en el mundo al modo de Dios, nos convertiremos en canales de su presencia; de lo contrario, no daremos frutos.
La segunda Bienaventuranza: «Bienaventurados los que trabajan por la paz» (v. 9). El cristiano promueve la paz, comenzando por la comunidad en la que vive. En el libro del Apocalipsis, hay una comunidad a la que Jesús se dirige, la de Filadelfia, que creo se parece a la de ustedes. Es una Iglesia a la que el Señor, a diferencia de casi todas las demás, no le reprocha nada. En efecto, ella ha conservado la palabra de Jesús, sin renegar de su nombre, y ha perseverado, es decir que, a pesar de las dificultades, ha seguido adelante. Y hay un aspecto importante: el nombre Filadelfia significa amor entre hermanos. El amor fraterno. Una Iglesia que persevera en la palabra de Jesús y en el amor fraterno es agradable a Dios y da fruto. Pido para vosotros la gracia de conservar la paz, la unidad, de hacerse cargo los unos de los otros, con esa hermosa fraternidad que hace que no haya cristianos de primera y de segunda clase.
Jesús, que les llama bienaventurados, les da la gracia de seguir siempre adelante sin desanimaros, creciendo en el amor mutuo y en el amor a todos (cf. 1 Ts 3,12).
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