(ZENIT – 14 febrero 2019).- «Los pueblos indígenas son un grito viviente a favor de la esperanza», ha anunciado en Pontífice esta mañana, 14 de febrero de 2019, en la sede central de la FAO, en Roma. «Ellos nos recuerdan que los seres humanos tenemos una responsabilidad compartida en el cuidado de la ‘casa común'».
Coincidiendo con las sesiones del Consejo de Gobernadores, se ha celebrado la cuarta reunión mundial del Foro de los pueblos indígenas, convocada por el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), en la que han trabajado en torno a “fomentar los conocimientos y las innovaciones de los pueblos originarios en pro de la resiliencia al cambio climático y el desarrollo sostenible”.
El Santo Padre ha recordado que «Dios creó la tierra para beneficio de todos, para que fuera un espacio acogedor en el que nadie se sintiera excluido y todos pudiéramos encontrar un hogar» y ha añadido que «si determinadas decisiones tomadas hasta ahora la han estropeado, nunca es demasiado tarde para aprender la lección y adquirir un nuevo estilo de vida».
A continuación, ofrecemos el discurso del Papa Francisco a los representantes de los pueblos indígenas.
Saludo del Santo Padre a un grupo de representantes de los pueblos indígenas
Estimadas amigas y amigos:
Agradezco a la señora Myrna Cunningham sus amables palabras y me alegra saludar a quienes, coincidiendo con las sesiones del Consejo de Gobernadores, han celebrado la cuarta reunión mundial del Foro de los pueblos indígenas, convocada por el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA). El tema de sus trabajos ha sido “fomentar los conocimientos y las innovaciones de los pueblos originarios en pro de la resiliencia al cambio climático y el desarrollo sostenible”.
La presencia de todos ustedes aquí muestra que las cuestiones ambientales son de extrema importancia y nos invita a dirigir nuevamente la mirada a nuestro planeta, herido en muchas regiones por la avidez humana, por conflictos bélicos que engendran un caudal de males y desgracias, así como por las catástrofes naturales que dejan a su paso penuria y devastación. No podemos seguir ignorando estos flagelos, respondiendo a ellos desde la indiferencia o la insolidaridad o posponiendo las medidas que eficazmente los tienen que afrontar. Por el contrario, solo un vigoroso sentido de fraternidad fortalecerá nuestras manos para socorrer hoy a quienes lo precisan y abrir la puerta del mañana a las generaciones que vienen detrás de nosotros.
Dios creó la tierra para beneficio de todos, para que fuera un espacio acogedor en el que nadie se sintiera excluido y todos pudiéramos encontrar un hogar. Nuestro planeta es rico en recursos naturales. Y los pueblos originarios, con su copiosa variedad de lenguas, culturas, tradiciones, conocimientos y métodos ancestrales, se convierten para todos en una llamada de atención que pone de relieve que el hombre no es el propietario de la naturaleza, sino solamente el gerente, aquel que tiene como vocación velar por ella con esmero, para que no se pierda su biodiversidad, y el agua pueda seguir siendo sana y cristalina, el aire puro, los bosques frondosos y el suelo fértil.
Los pueblos indígenas son un grito viviente a favor de la esperanza. Ellos nos recuerdan que los seres humanos tenemos una responsabilidad compartida en el cuidado de la “casa común”. Y si determinadas decisiones tomadas hasta ahora la han estropeado, nunca es demasiado tarde para aprender la lección y adquirir un nuevo estilo de vida. Se trata de adoptar una manera de proceder que, dejando atrás planteamientos superficiales y hábitos nocivos o explotadores, supere el individualismo atroz, el consumismo convulsivo y el frío egoísmo. La tierra sufre y los pueblos originarios saben del diálogo con la tierra, saben lo que es escuchar la tierra, ver la tierra, tocar la tierra. Saben el arte del bien vivir en armonía con la tierra. Y eso lo tenemos que aprender quienes quizás estemos tentados en una suerte de ilusión progresista a costillas de la tierra. No olvidemos nunca el dicho de nuestros abuelos: “Dios perdona siempre, los hombres perdonamos algunas veces, la naturaleza no perdona nunca”. Y lo estamos viendo, por el maltrato y la explotación. A ustedes, que saben dialogar con la tierra, se les confía el transmitirnos esta sabiduría ancestral.
Si unimos fuerzas y, en espíritu constructivo, entablamos un diálogo paciente y generoso, terminaremos tomando mayor conciencia de que tenemos necesidad los unos de los otros; de que una actuación dañina con el entorno que nos rodea repercute negativamente también en la serenidad y fluidez de la convivencia, que a veces no fue convivencia sino destrucción; de que los indigentes no pueden seguir padeciendo injusticias y los jóvenes tienen derecho a un mundo mejor que el nuestro y aguardan de nosotros respuestas y convincentes.
Gracias a todos ustedes por el tesón con que afirman que la tierra no está únicamente para explotarla sin miramiento alguno, también para cantarle, cuidarla, acariciarla. Gracias por alzar su voz para aseverar que el respeto debido al medio ambiente debe ser siempre salvaguardado por encima de intereses exclusivamente económicos y financieros. La experiencia del FIDA, su competencia técnica, así como los medios de los que dispone, prestan un valioso servicio para roturar caminos que reconozcan que «un desarrollo tecnológico y económico que no deja un mundo mejor y una calidad de vida integralmente superior no puede considerarse progreso» (Carta enc. Laudato si’, 194).
Y, en el imaginario colectivo nuestro, también hay un peligro: los pueblos así llamados civilizados “somos de primera” y los pueblos así llamados originarios o indígenas “somos de segunda”. No. Es el gran error de un progreso desarraigado, desmadrado de la tierra. Es necesario que ambos pueblos dialoguen. Hoy urge un “mestizaje cultural” donde la sabiduría de los pueblos originarios pueda dialogar al mismo nivel con la sabiduría de los pueblos más desarrollados, sin anular. “Mestizaje cultural” sería la meta hacia la cual tenemos que seguir con la misma dignidad.
Mientras los animo a seguir adelante, suplico a Dios que no deje de acompañar con sus bendiciones a vuestras comunidades y a quienes en el FIDA trabajan por tutelar a cuantos viven en las zonas rurales y más pobres del planeta, pero más ricas en la sabiduría de convivir con la naturaleza.
Muchas gracias
© Librería Editorial Vaticano