Mons. Felipe Arizmendi: «¿Verdad o relativismo?»

«Seamos respetuosos»

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+ Felipe Arizmendi Esquivel

Obispo Emérito de San Cristóbal de Las Casas

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Hace poco más de dos años, el CONAPRED (Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación) presentó una demanda ante la Secretaría de Gobernación contra 26 obispos del país, cuando se discutía la propuesta presidencial de considerar matrimonio a la unión esponsal de personas del mismo sexo, dizque porque habíamos promovido homofobia y discriminación contra homosexuales y lesbianas, y porque alentábamos odio y violencia contra quienes tienen esa tendencia. Un equipo de abogados nos ayudó a defender nuestro derecho a difundir la verdad de nuestra fe, con lo cual no promovíamos la materia del juicio, y todo se resolvió favorablemente para nosotros, conforme a la ley.

A pesar de esta resolución, con frecuencia grupos de esa línea nos amenazan con demandarnos en juicio, coartando nuestra libertad religiosa, amparada, aunque todavía parcialmente, por la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público, que en su artículo 2º establece: El Estado Mexicano garantiza a favor del individuo los siguientes derechos y libertades en materia religiosa: c) No ser objeto de discriminación, coacción u hostilidad por causa de sus creencias religiosas. e) No ser objeto de ninguna inquisición judicial o administrativa por la manifestación de ideas religiosas. Más adelante, el artículo 9º dice: Las Asociaciones Religiosas tendrán derecho, en los términos de esta ley y su reglamento, a: III. Propagar su doctrina, siempre que no se contravengan las normas y previsiones de éste y demás ordenamientos aplicables.

Amparados por esta ley civil, nosotros tenemos todo el derecho de difundir la verdad que proclama nuestra fe, en particular sobre el derecho a la vida desde la concepción hasta su término natural, sobre lo que es realmente un matrimonio, la unión de por vida y por amor entre un hombre y una mujer, sobre la naturaleza de la persona humana, con dos únicos géneros: masculino y femenino. No podemos aprobar el relativismo imperante, en que no hay normas ni criterios básicos en base a la naturaleza humana y a la ley natural. Sin embargo, la Palabra de Dios nos obliga a ser respetuosos de todas las personas y no discriminarlas por sus tendencias. No pretendemos imponer nuestra fe, sino ser libres para presentarla.

PENSAR

Jesucristo, cimiento del catolicismo, nos ordenó ir por todas partes y predicar su Evangelio. Este es un mandato que debemos tomar en cuenta en todas las circunstancias, aunque esto nos genere persecución, cárcel y martirio.

Y esta fe nos dice que Dios creó al ser humano sólo con dos géneros: hombre y mujer. Es el plan del Creador y nosotros, simples creaturas, no lo podemos modificar. Si algunos defienden que hay más géneros, están en su derecho de afirmarlo y los respetamos, pero nosotros también tenemos derecho y obligación de expresar públicamente lo que creemos.

En la Biblia, están estas afirmaciones de San Pablo, que nosotros asumimos: “La ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que buscan eliminar la verdad por medio de la injusticia… No tienen excusa alguna, porque, habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como Dios ni le dieron gracias; al contrario, se envanecieron en sus razonamientos y terminaron por oscurecer su insensato corazón. Se jactaban de ser sabios y resultaron ser necios…

Por eso, conforme a los deseos desordenados de sus corazones, Dios los entregó a una impureza tal que entre ellos deshonraron sus propios cuerpos…

Dios los entregó a pasiones vergonzosas, pues las mujeres cambiaron las relaciones naturales del sexo por otras contra la naturaleza, y de igual manera los varones, dejando de lado las relaciones naturales con la mujer e incitándose en el deseo de unos por otros, realizaron acciones vergonzosas entre ellos, por lo que recibieron en sí mismos el pago merecido por sus extravíos.Y como no quisieron reconocer a Dios, él los entregó a su mente depravada, para que hicieran lo que no conviene. Están repletos de toda clase de injusticia, perversidad, avaricia, maldad; colmados de envidia, asesinatos, peleas, engaños, malicia, difamación, calumnias; son enemigos de Dios, insolentes, altaneros, arrogantes, ingeniosos para el mal, rebeldes a sus padres, insensatos, desleales, insensibles y despiadados. Ellos saben que, según lo dispuesto  por Dios, quienes  practican  estas cosas  merecen la muerte y, sin embargo, no solo las hacen, sino que incluso aprueban a quienes laspractican”(Carta a los Romanos 1,18-32).

Al respecto, el Catecismo de la Iglesia Católica enseña:

“La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo. Reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas. Su origen psíquico permanece en gran medida inexplicado. Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves (Cf. Gn 19, 1-29; Rm 1, 24-27; 1 Co 6, 10; 1 Tm 1, 10), la Tradición ha declarado siempre que los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados. Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso” (2357).

“Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales instintivas. No eligen su condición homosexual; ésta constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición” (2358).

“Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana” (2359).

ACTUAR

Seamos respetuosos con quienes piensan y viven de una manera diferente o contraria al Evangelio, a la Biblia, a nuestra fe, a su naturaleza, pero no dejemos de anunciar libremente lo que creemos.

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Felipe Arizmendi Esquivel

Nació en Chiltepec el 1 de mayo de 1940. Estudió Humanidades y Filosofía en el Seminario de Toluca, de 1952 a 1959. Cursó la Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, España, de 1959 a 1963, obteniendo la licenciatura en Teología Dogmática. Por su cuenta, se especializó en Liturgia. Fue ordenado sacerdote el 25 de agosto de 1963 en Toluca. Sirvió como Vicario Parroquial en tres parroquias por tres años y medio y fue párroco de una comunidad indígena otomí, de 1967 a 1970. Fue Director Espiritual del Seminario de Toluca por diez años, y Rector del mismo de 1981 a 1991. El 7 de marzo de 1991, fue ordenado obispo de la diócesis de Tapachula, donde estuvo hasta el 30 de abril del año 2000. El 1 de mayo del 2000, inició su ministerio episcopal como XLVI obispo de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una de las diócesis más antiguas de México, erigida en 1539; allí sirvió por casi 18 años. Ha ocupado diversos cargos en la Conferencia del Episcopado Mexicano y en el CELAM. El 3 de noviembre de 2017, el Papa Francisco le aceptó, por edad, su renuncia al servicio episcopal en esta diócesis, que entregó a su sucesor el 3 de enero de 2018. Desde entonces, reside en la ciudad de Toluca. Desde 1979, escribe artículos de actualidad en varios medios religiosos y civiles. Es autor de varias publicaciones.

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