Sirácide 15, 16-21: “Delante del hombre están la muerte y la vida”
Salmo 118: “Dichoso el que cumple la voluntad del Señor”
Corintios 2, 6-10: “Por el Espíritu, Dios nos revela lo más profundo”
San Mateo 5, 17-37: “Han oído que se dijo a los antiguos, pero yo les digo…”
¿Qué pensará Jesús de nuestra forma de vivir y de actuar en relación con la ley? En este texto, sus palabras revelan la tensión que sus propuestas provocaban en los diferentes grupos de su tiempo. Había quienes alegremente decían que toda la ley estaba superada y que ahora se podría vivir con libertad dejando en el pasado la ley de Moisés. Pero otro grupo se aferraba a la ley y entendía que Jesús era un cumplidor de la ley y que exigía a sus nuevos adeptos que siguieran al pie de la letra todas las prescripciones y la interpretación minuciosa que los fariseos hacían de la ley. ¿Cristo quiere abolir la ley? No, Cristo quiere encontrar el verdadero sentido de la ley y darle su justo valor. No propone la ley por la ley, propone ir más allá, al interior de hombre y a su relación con Dios y con sus hermanos, para descubrir el gran valor que tiene esa ley. En pocas palabras, resume su posición afirmando que la ley estará basada en una “verdadera justicia”, si no, pierde su sentido. Las leyes que en un principio fueron establecidas para protección de los más débiles, para el cuidado de los pequeños, de pronto se fueron tornando en una carga insoportable y en un pretexto más para la sumisión y la esclavitud. Así la ley en lugar de dar dignidad a la persona, la esclaviza.
Cristo proclama la verdadera libertad del corazón y no un libertinaje que justifique acciones irracionales al amparo de la ley. Cristo mira el corazón del hombre y quiere poner en él una nueva ley basada en la justicia y en el amor con relaciones que se centren en el reconocimiento de cada persona como hijo de Dios y como heredero del Reino. Atrás quedan el formalismo y el legalismo que cosifican a las personas y las someten al yugo de leyes sustentadas en el capricho de unos cuantos. Y después de centrarnos en esta justicia, que debe ser mayor que la de los escribas y fariseos, Cristo nos presenta varios casos en que se deforma la ley, casos que no quedan en el ayer ni el olvido, sino que son muy actuales. No hace una relación exhaustiva, simplemente llama la atención con ejemplos que suceden todos los días y que muchas veces ni cuenta nos damos del desprecio que estamos haciendo a las personas. El pasaje de este día nos centra en el respeto a la vida de la persona, en la sinceridad de las relaciones y en el valor de la palabra.
Inicia por lo más elemental: el respeto a la vida. Está muy lejano de lo que diariamente escuchamos en las noticias: actos demenciales que rompen con la armonía de la comunidad y que destruyen vidas inocentes. Cada día amanecemos con el sobresalto, preguntándonos qué nueva masacre ha sucedido o si no ha sido atacado alguno de nuestros conocidos. Las escenas se repiten constantemente y a cada acto salvaje, que creíamos era lo peor, se añade uno nuevo con más encarnizamiento y con peores maneras de tortura. Personas que parecían tan cuerdas y transparentes, servidores públicos, modestos obreros, se descubren como estafadores y crueles criminales. ¿Qué sucede con nuestra humanidad? ¿Hasta dónde seremos capaces de llegar? Hay quienes proponen la pena de muerte o castigos más severos como solución, pero mientras no nos descubramos como hermanos y como hijos de Dios, mientras el hombre o el poder sean el único parámetro de la ley, se seguirá despreciando la vida de los pequeños y se seguirá cegando impunemente vidas inocentes. Cristo va más allá y nos pide, no sólo el respeto a la vida, sino también a la dignidad de la persona, no podemos vivir en el odio, en el insulto y la descalificación. Cuando odiamos, nosotros mismos estamos perdiendo la esencia de nuestra identidad.
Igualmente habla Cristo de la sexualidad y del divorcio. No se puede mirar a la persona sólo como objeto de placer. Mientras las relaciones no estén fundadas en la aceptación del otro, con toda su dignidad y con todos sus derechos, las relaciones serán solamente superficiales, utilizarán a las personas y se llegará a los extremos de abusos, trata de personas o esclavitud sexual. Con mucha frecuencia entramos en la dinámica del mundo del placer y del poder, y nos olvidamos que el amor conyugal está llamado a ser exclusivo, total e incondicional para toda la vida. Cristo no propone una absurda concepción de la persona donde se esconde o no se puede hablar de la relación sexual; sino la verdadera exigencia del amor que nace en las personas que realmente se aman. Nuestra sociedad necesita personas que sepan vivir, testimoniar y defender el proyecto del amor indisoluble. Personas que vayan más allá de la búsqueda del placer irresponsable, jóvenes que se arriesguen a vivir la plenitud de un amor fiel, responsable y comprometido.
Finalmente Cristo resalta el valor de la palabra. Si en aquellos tiempos la palabra necesitaba ser reforzada con juramentos, ahora necesita documentos y papeles que la hagan creíble. Pero ni así: encontramos acomodaciones, subterfugios, letras chiquitas o pactos no cumplidos. La mentira y la corrupción invaden las relaciones. Y Cristo nos exige que le demos su verdadero valor a la palabra. Él que es la palabra hecha carne, la Palabra hecha relación, nos pide que nosotros seamos coherentes con lo que hablamos. No habrá leyes que puedan superar las mentiras cuando se adueñan del corazón. Necesita el hombre descubrir su relación íntima con la verdad y defenderla siempre y en todas partes para ser fiel a su propia vocación.
En resumen, hoy Cristo nos llama a que miremos nuestro corazón: no puede un corazón dividido por el odio, por la mentira, por el placer, presentarse dignamente ante Dios. Miremos cómo estamos viviendo las leyes, si solamente las cumplimos, si brotan de nuestro interior, o si vamos caminando por la vida con el corazón dividido y sin armonía ni con Dios, ni con los hermanos, ni nosotros mismos. ¿Qué queda hoy en nuestro corazón? Sigamos meditando las palabras de Jesús: “Si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, ciertamente no entrarán ustedes en el Reino de los cielos”.
Señor, que prometiste venir y hacer tu morada en los corazones rectos y sinceros, concédenos descubrir los caminos de la verdad, del amor y de nuestra propia dignidad, que nos lleven a vivir en tu presencia. Amén.