Durante las pestes en Italia de los siglos XVI y XVII, los papas y arzobispos de entonces, como es el caso de San Carlos Borromeo en Milán, decretaron el cierre total de las iglesias y la suspensión de las procesiones. Sin embargo, se encargó a los sacerdotes que celebraran misas en lugares estratégicos, a fin de que los fieles pudieran participar desde sus ventanas.
Han pasado cerca de 500 años y la humanidad se enfrenta a una nueva epidemia, en este caso la del virus COVID-19. Si bien el escenario es diferente, las ventanas en muchos países se utilizan ahora para aplaudir a los profesionales de la salud, a los de seguridad y a los de limpieza, con el fin de animarles y agradecerles por permanecer en actividad.
Pero estas loas públicas no alcanzan a todos… Hay un grupo silencioso que cuenta con la gratitud y aplausos de los habitantes de América Latina, que desde balcones y corazones elevan plegarias intercediendo por ellos. Nos referimos a los sacerdotes y demás agentes pastorales que, literalmente, se han puesto “en primera fila”, dado que la preocupación y el celo de la Iglesia no está en cuarentena.
Es por ello que, durante el Ángelus de mediados de marzo, el Papa Francisco saludó y felicitó a los sacerdotes de aquellos países afectados por la pandemia, por la “creatividad” que desarrollan para estar cerca de su pueblo, y que este “no se sienta abandonado”.
Aislados pero creativos
Las palabras del Papa las comprendí en toda su dimensión durante una conversación con un presbítero peruano. Mi llamada tenía el propósito de saludarlo por su “estreno” en las redes sociales. Él había celebrado horas atrás en directo la eucaristía a través de aquel Facebook parroquial que, si bien no administraba en persona, lo tenía encargado para trasmitir información relevante.
“Nos han enviado mensajes de varias comunidades e incluso del extranjero”, me contaba con emoción el párroco, quien trabaja a 570 kilómetros de Lima en plena serranía andina. De este modo, constaté cómo –igual que a San Pablo–, se le caían unas escamas de los ojos y se ampliaba su visión. Estaba obrando en él aquella “conversión pastoral” que tanto se viene pidiendo para estos tiempos, sea en los sínodos como en los documentos de la Iglesia.
Este momento –llamado de kairós–, ha sido propicio para que los pastores latinoamericanos descubran o revaloren el gran potencial de las redes sociales y del internet en su conjunto. Muchos han comprendido que, como una red de redes, esta tecnología contiene en un solo lugar aquellos audios y videos, mensajes de texto y fotografías “que el ingenio humano, con la ayuda de Dios, ha extraído de las cosas creadas…”, tal como lo auspiciaba ya el innovador decreto Inter Mirifica del Vaticano II (1963), dedicado a los medios de comunicación social.
“Primavera tech”
Dicho esto, todo lo demás viene a ser historia y constatación. Es un hecho que en las iglesias locales de todos los países de América Latina se vive una “primavera tech”, una verdadera revolución de las comunicaciones que no ha visto parangón y no tendrá marcha atrás. Eso sí, dejará la valla muy alta, pues ha creado una nueva demanda de los fieles ante una altísima oferta, fruto de la creatividad y del celo apostólico de sus pastores y agentes eclesiales.
Es impresionante la cantidad de notificaciones que se reciben cada día en las redes sociales, mediante las cuales se invita a participar en vivo de una eucaristía, una meditación, o para unirse a todos los ritos del Triduo Pascual, como fue el caso de la última Semana Santa en el continente.
Si bien se han conocido las capillas personales de cardenales y obispos, las habitaciones de los párrocos y hasta los jardines internos de los conventos, lo más evidente fue que la Iglesia latinoamericana es una comunidad que celebra y anuncia. Y que, a pesar de sus dificultades, se ha mantenido en pie con el mandato divino de que evangelizar es imperativo, junto a la firme convicción paulina de que “la palabra de Dios no está encadenada”.
Redes de comunión
En el mensaje por la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales de 2019, el Papa Francisco insistía en que las redes sociales deben ser vistas como “una ocasión para favorecer el encuentro con los demás”, por lo que si se utilizan “como prolongación o como espera de ese encuentro, entonces siguen siendo un recurso para la comunión”.
Esta respuesta ha sido clara en estas semanas –las transcurridas y las por venir–, en que las comunidades y los sacerdotes de los países hispanos se siguen volcando en las redes para celebrar o para enviar meditaciones, respondiendo incluso a inquietudes y temores de los seguidores, aún en tiempos de confinamiento. Asimismo, han sido válidas las iniciativas laicales de hacer laudes y vísperas, mediante videoconferencias, y hasta de rezar rosarios familiares vía telefónica desde Miami hasta la Patagonia.
Recuperando la esperanza
A esto hay que sumarle la transmisión directa de noches de adoración eucarística, ya sea en el interior de los templos o aún desde los tejados de los mismos. Momentos espirituales que han permitido que miles de personas recuperen la esperanza de que Cristo vivo podía entrar otra vez a sus hogares.
Es propicia esta oportunidad para que obispados y parroquias, movimientos apostólicos, congregaciones y colegios de América Latina, valoren toda la evidencia vivida para, finalmente, darle su lugar y peso a la pastoral de la comunicación en la iglesia local. De este modo, se podría disponer de los recursos humanos y materiales que un apostolado así tanto demanda.
Y que esto último no sea algo optativo, porque, aunque el mundo se inmunice del coronavirus, aún existirán otras epidemias vigentes, como son el superficialismo, el pragmatismo o el fragmentarismo, que seguirán desafiando a la fe cristiana en el mundo entero.
* Artículo publicado en el semanario ‘La Voz Católica’, de la Arquidiócesis de Miami