(zenit – 17 julio 2020).- zenit comparte el testimonio de Soraya Khalil, exalumna de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Piura, en Perú, que superó la COVID-19.
Se trata de un testimonio de fe y confianza en Dios publicado en el Suplemento Dominical Semanal del diario peruano El Tiempo.
A continuación, sigue el testimonio íntegro de Soraya.
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La historia que les voy a contar es una historia donde apenas fui un personaje. Es una historia de esperanza y de fe en la cual, los verdaderos protagonistas son nuestro Señor Jesucristo, su amadísima Madre, la Virgen María, la oración y por supuesto, el poder del Santo Rosario.
Son Dios y la Virgen, quienes con su infinito amor y misericordia escucharon las oraciones y súplicas de tanta gente -y las mías propias-, obrando un mila-gro: “el milagro de la vida”.
Primer infarto
Todo empezó el 1º de mayo de 2020, cuando estando en casa alrededor de la 1:00 p.m. sentí un profundo dolor en el pecho que me irradiaba hasta la espalda. Con los brazos adormecidos, llamo a un amigo médico, quien me dijo que estaba haciendo un infarto. Es cuando mi esposo me lleva a la clínica Sanna-Belén donde efectivamente confirman en emergencia que estaba con un infarto en curso. El trata-miento para destrombolizar las arterias costaba cerca de 20 mil soles, esto en el caso que no hubiera ninguna complicación. Por eso, con mi esposo decidimos acudir a Essalud donde estoy asegurada.
La clínica hace la referencia al hospital Regional Cayetano Heredia, en donde fui recibida e internada, obviamente previa tomografía de pulmón que indicaba que no tenía COVID. En medio de esta pandemia, enfermarse puede resultar caótico y hasta contraproducente, un ver-dadero drama como el que me sucedió posteriormente.
Ya en emergencias del hospital, pasé una noche infernal, llena de dolor y angustia. Me embargaba la ansiedad. Y debo reconocer también que fue una noche donde, por primera vez, sentí que mis oraciones y súplicas no llegaban a Dios.
La señal
Me sentía extraviada y perdida. No encontraba a mi amigo Jesús. Sin embargo, seguía orando y le decía: ¿Por qué no me escuchas? Pero también le decía: Dios, no sé dónde estás, pero tú sí sabes dónde estoy. ¿Por qué no vienes por mí, no vienes a rescatarme?
En medio de esa angustia y zozobra, Dios me envió a sus ángeles. No sé bien si fue un sueño, pero lo que sí sé es que esa primera noche y la siguiente, vi y sentí muy cerca a mis padres ya fallecidos. Los sentí tan cerca y velando mi sueño que me tranquilicé a pesar del dolor tan agu-do que tenía en el pecho.
Para mí ese fue el primer milagro, la primera señal, la prime-ra respuesta: me había salvado del infarto. El tratamiento médico empezaba a funcionar pese a la taquicardia que aún tenía.
Las noches siguientes -en la Unidad Crítica de Emergencia (UCE)- fueron muy difíciles, sen-tía que el corazón literalmente se me iba a salir por la boca, la taquicardia era incesante y nuevamente me embargó el miedo y la desesperanza.
Otra vez mis oraciones eran erráticas, dispersas y me sentía perdida. Mis papás ya no estaban conmigo, se habían ido y por más que los llamaba, ellos simplemente ya no estaban allí. Tampoco me sentía escuchada.
El pánico se apoderó de mí, no podía controlar estos sentimientos negativos que me embargaban. Quería llorar, llorar a mares, pero no podía. Sabía que eso agudizaría mi estado crítico de salud. Así que, torpemente seguía rezando aunque sentía que ya nadie me escuchaba.
Con los días fui respondiendo favorablemente y como a la semana de estar internada, la doctora de turno le dijo a Raúl, mi esposo, que al día siguiente me darían de alta. Raúl, Shadia y Ariana, mis dos hijas, estaban felices con mi regreso a casa.
Una piedra en el camino
Ese día siguiente no llegó. El regreso a casa, al calor del hogar y la familia, simplemente se esfumó. Ese día amanecí con fiebre y había que averiguar la causa. Aquí aparece la primera piedra, la sospecha de la presencia de ese virus tan temido: me había contagiado de COVID. Era 9 de mayo cuando fui trasladada a Hospitalización 2, área de COVID.
Los siguientes fueron días terribles, mucho dolor muscular, fatiga, inapetencia, llagas en la boca y una fiebre interna me quemaba y consumía por dentro. Lo único alentador era que mi saturación de oxígeno se mantenía estable, era de 94 a 95. Para ser una paciente con cardiopatía, esto era realmente bueno, considerando que no podían medicarme para evitar complicaciones con el corazón.
Pero veía cómo la muerte rondaba en el aire. Veía pasar bolsas negras todos los días, por los pasillos del hospital. Y eso me angustiaba aún más. No solo el miedo se apoderó nueva-mente de mí, una sensación de abandono invadía todo mi ser. Me sentía tan mal, que pensaba que hasta Dios me había dejado a mi suerte. Fue cuando llamé a mi esposo y le pedí que me sa-cara de allí. Era un 14 de mayo cuando le dije: “sácame, sácame de aquí, yo aquí me muero, llévame a casa que allá hago el tratamiento”.
Afortunadamente Raúl no me hizo caso, porque en los días siguientes mi estado de salud empeoró, tornándose verdaderamente crítico. Mi saturación de oxígeno empezó a bajar aceleradamente hacia niveles inesperados, bajó hasta 63, pues el virus había afectado los pulmones produciéndome una neumonía. Mi estado anímico también contribuyó en esta recaída; el 16 de mayo, Ariana, mi hija menor, cumplía 15 años y los iba a cumplir sin mí. Esto me deprimió profundamente. Mi amor de madre me jugaba una mala pasada.
La sombra de la muerte
Ya el domingo 17, debido a mi estado de salud los médicos deciden trasladarme a UCIN (Unidad de Cuidados Intermedios); sin embargo, no había cama disponible. Raúl, mi esposo, empieza a moverse a través de diversos
contactos y aquí se vio una pequeña señal, se abren las puertas y con la oración, dos horas después sale alguien de alta médica y pude entrar a UCIN donde me entubaron para acceder a la ventilación mecánica y tratar de salvar mi vida: estaba conectada a un respirador.
Fueron 4 días de angustia para mis familiares, amigos y compañeros de labores. Estando en la inconsciencia, rondaba la sombra de la muerte y los pronósticos de mejoría eran casi imposibles de alcanzar. Incluso, me sobrevino un segundo infarto el lunes 18 a causa de los medicamentos y los altos parámetros de oxígeno suministrados.
Infarto que superé con el auxilio del Señor y el control de los médicos, quienes al día siguiente tuvieron que aplicar la técnica pro nación, es decir, me pusieron boca abajo, en posición fetal, solamente para tratar de alargar mi vida. Era tal mi estado de gravedad que los médicos no daban esperanza alguna. Todos temían lo inevitable y le habían dicho a mi familia que estuviera preparada para lo peor.
Cadena de oración
La fuerza del amor y la fe hicieron que mi familia, amigos del trabajo, del colegio, la universidad y cuanto conocido yo tenía, se unieran en oración mediante el rezo del rosario. Decenas de misas de salud en diferentes iglesias se realizaron virtualmente en mi nombre. Y coincidentemente con la novena a María Auxiliadora, se encomendó mi salud.
Fue innumerable la cantidad de personas que usando la tecnología se conectó simultáneamente para orar y rezar el rosario, clamando a la Virgen su poderosísima intercesión y auxilio.
Mi familia se mantuvo férrea en la fe. Entre el llanto y las lágrimas, rezaban el rosario pidiéndole a la Virgen un milagro. Igualmente sucedió con mis amigos, quienes a su vez pidieron a sus amigos oraciones de intercesión. La cadena se hizo cada vez más grande y poderosa que, desde diferentes lugares había gente –conocidos y no conocidos- rezando y pidiendo a Dios y la Virgen por un milagro.
Se obra el milagro
Recién el jueves 21 empezó el cambio. El reporte médico indicaba mi estado afebril, despierta, colaboradora, no quejumbrosa. Gracias a la fuerza de la oración estaba respondiendo favorablemente, aunque seguía con ventilación mecánica. El plan era mantenerme estable e ir bajando gradualmente los altos parámetros de oxígeno, pero el gran problema era la cardiopatía.
Aún me costaba mucho trabajo respirar, sentía que se me hacía un gran hueco en el diafragma. Y la tos era tan compulsiva que mi cuerpo temblaba de pies a cabeza como si estuviera convulsionando, pero me mostraba dispuesta a colaborar. Lo único que deseaba era recuperarme totalmente, para poder regresar a casa.
Debo confesar que, en medio de este estado de inconciencia, no vi esa luz blanca y brillante de la que tanto se habla en las películas. Tampoco vi campos hermosos con mis padres y fa-miliares esperándome, ni mucho menos mi vida en retrospectiva. Sí vi imágenes de mi familia, mis últimos recuerdos con mis hermanas en nuestro viaje a Arequipa y los recuerdos en la playa con mi esposo y mis hijas, pero fueron imágenes en blanco y negro, no a color como todos dicen.
Fue este último recuerdo el que me ayudó a seguir luchando por mi vida, pensé que tanto mi esposo como mis hijas aún me necesitaban, quería verlas crecer y tener éxito en la vida.
Y digo esto, porque la lucha por mantenerme con vida era intensa, hubo un momento en que me sentí tan cansada que decidí abandonarme a los brazos del Señor diciéndole: “Si tú sabes que ya llegó mi hora, lo acepto, pero lo único que te pido es que no permitas que me vaya sin la gracia de la unción de los enfermos”. Me atormentaba el hecho que estos meses no había recibido la comunión, ni me había confesado.
Pensaba en cómo podía hacer para conseguir esta unción, no podía hablar porque el tubo me lo impedía y sabía que en esta cuarentena era casi imposible permitir el ingreso de un sacerdote al área de pacientes COVID muy graves. Pese a ello, seguía orando y rezaba, solo con mis dedos, las decenas del rosario a diferentes horas del día. Y cuando la depresión quiso apoderarse de mí, recordé la oración a san Miguel Arcángel y rezándola incesantemente, mi espíritu recobró la paz que había perdido.
El domingo 24, por la mañana, retiran la ventilación mecánica y desde ese momento, mi recuperación se aceleró y mi estado de salud mejoró a pasos agigantado. El destete de oxígeno, suministrado solo a través de mascarilla, fue gradual pero con sorprendentes resultados.
El cardiólogo, el equipo médico, el staff de técnicos y enfermeros de UCIN siempre estuvieron pendientes de mi salud, fueron los ángeles con los que la Virgen me custodió. Y ese cuidado no era solo para conmigo, era para cada uno de los pacientes que estábamos en la sala de Cuidados Intermedios. En verdad, ellos realizan una labor loable de entrega y sacrificio, trabajando muchas veces jornadas más largas que las que les corresponde.
Ya en horas de la tarde del mismo 24, a través de una video llamada con mi esposo y mis hijas pude verlos, y aunque no podía hablar, fue un gran consuelo y un regalo. Es entonces cuando mi esposo me dijo: “Sorayita, hoy es el gran día, hoy es el día de la advocación de María Auxiliadora”. Supe entonces que era 24 de mayo, porque hasta allí no tenía noción del tiempo ni de cuánto llevaba hospitalizada.
Otro gran regalo
Ya ubicada en el tiempo y en el espacio, acontece algo inesperado, Dios y la Virgen María Auxiliadora me dan una nueva señal y con su infinita misericordia, además de haberme dado el milagro de la vida, me regalan lo que yo tanto ansiaba. El mismo 24 un sacerdote, equipado con la vestimenta médica contra la COVID-19, ingresa a UCIN y nos da la unción a todos los enfermos que estábamos allí. Esa fue la respuesta que el Señor me daba y feliz por haber recibido la mejor medicina, supe que me había salvado.
Es así como para el 27 por la tarde me encontraba ya sin oxígeno y saturando 95. Me trasladaron de UCIN a hospitalización 2, donde terminé de estabilizarme y recuperarme. A pesar de sentirme muy débil, me sobrepuse a todo. Ya para el 29, el día que me dieron de alta, me encontraba caminando y todo el personal médico se sorprendía de mi rápida recuperación.
Pero el amor de Dios no terminó el 24, sino que en otro gesto de bondad y generosidad envió nuevamente a un sacerdote para darle la unción a una compañera de cuarto, es así como el mismo día de mi alta médica, me dan otra vez la unción de los enfermos, lo que significó mucho para mí. Esto fue una señal de que mi recuperación sería total y definitiva.
Y aquí me tienen hoy escribiendo esta historia, la historia de Soraya Khalil Castro de Urbina. Y no es para alardear, sino para mostrar los caminos de fe y de esperanza en estos tiempos de enfermedad. Les aliento a que no pierdan la fe, y si desfallecen por algún motivo, busquen siempre a Dios y pidan la intercesión de la Virgen porque solo ellos podrán guiar al personal médico y podrán obrar un milagro de vida como el mío.
Este es mi testimonio, un ejemplo de la fuerza de la unión en la oración y el poder del Santo Rosario para obrar muchos milagros. Mateo 18,19-20: “Les digo también que si dos de ustedes se ponen de acuerdo en la tierra para pedir cualquier cosa, mi Padre del cielo se la concederá. Porque donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, yo estoy allí, en medio de ellos”.