Felipe Arizmendi

Un jugador de rugby descansa para rezar (C) Dimitri Conejo/Cathopic

Monseñor Felipe Arizmendi: “Para qué tanto rezar”

“¡A cuántos habrán ayudado nuestras plegarias!”

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Monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo emérito de San Cristóbal de Las Casas, y responsable de la Doctrina de la Fe en la Conferencia del Episcopado Mexicano, analiza cada miércoles en zenit un tema de actualidad desde tres claves: Ver, pensar y actuar.

Hoy, 29 de julio de 2020, el prelado mexicano se pone en el papel de los que se preguntan “¿para qué rezar tanto?” pues, según explica, “manifiesta un sentimiento que a veces nos puede llegar, como un cansancio en nuestra fe, o como una queja ante Dios, porque parece que no escucha lo que le pedimos”.

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VER

En efecto. Hemos rezado mucho para que pase la pandemia por el SARS-CoV-2, pero en nuestra América no se detiene. Aunque nuestro presidente (en México) afirme que ya tocamos fondo, que ya la domamos, que vamos a salir adelante, los contagios y las muertes aumentan. Hemos ofrecido muchas Misas, muchos rosarios y otras oraciones, y el virus está llegando a mucha gente conocida, también a familiares y a nuestras pequeñas poblaciones. Ante esto, ¿sirve rezar? Ciertamente en el centro de Europa han logrado contener su avance; pero en nuestros países, es todo lo contrario. Y ¡qué pasará cuando azote más a África!

Yo estoy muy convencido de la gran eficacia de la oración, sobre todo de la santa Misa, pues ésta no es sólo nuestra plegaria, sino la actualización de la ofrenda plena de Jesús por la humanidad, y su valor es incuestionable e incomparable. Aprecio mucho las Horas Santas ante el Santísimo Sacramento, el Rosario y tantas otras formas de piedad popular. Gracias a esas Misas y oraciones, el virus no ha hecho más estragos. ¡De cuánto nos habrá salvado el Señor, precisamente gracias a esas oraciones! ¡A cuántos habrán ayudado nuestras plegarias! ¡Sólo Él lo sabe!

Sin embargo, la frase ¡Para qué tanto rezar! manifiesta un sentimiento que a veces nos puede llegar, como un cansancio en nuestra fe, o como una queja ante Dios, porque parece que no escucha lo que le pedimos.

PENSAR

Cuando el pueblo de Israel hacía una queja semejante, Dios le respondió que él no acepta oraciones y ofrendas porque el pueblo no se convierte, porque la gente no cambia de vida. Es lo mismo que nos puede decir a nosotros, pues quizá muchos seguimos igual, sin convertirnos. Entresaco algunas frases de este mensaje de Dios, dicho por medio del profeta Isaías: “Escuchen la palabra del Señor. Presten atención a la enseñanza de nuestro Dios. ¿Para qué me traen tantos sacrificios? Estoy harto de holocaustos. Detesto sus fiestas y sus reuniones; se volvieron para mí una carga imposible de soportar. Cuando ustedes levantan las palmas de las manos para orar, yo me tapo los ojos; y aunque digan muchas oraciones, no las escucharé. Las manos de ustedes están manchadas de sangre. Lávense, purifíquense, aparten de mi vista sus malas acciones. Dejen de hacer el mal y aprendan a practicar el bien. Busquen lo que es justo; reprendan al opresor; hagan justicia al huérfano y defiendan el derecho de la viuda. Y después vengan y discutamos, dice el Señor” (Is 1,10-18). “Este pueblo me alaba con la boca y me honra con los labios, mientras su corazón está lejos de mí” (Is 29,13). Es lo mismo que se nos dice por el profeta Amós: “Odio y desprecio las fiestas de ustedes; me repugnan sus asambleas. Aunque ofrezcan holocaustos y ofrendas en mi honor, en nada logran complacerme. No tomo en cuenta sus sacrificios. Aparta de mí el ruido de tus cánticos; no quiero oír la música de tus arpas. ¡Que el derecho fluya como el agua, y la justicia, como un manantial inagotable!” (Am 5,21-24).

Jesús se expresa en el mismo sentido: “No todo el que me dice: ‘¡Sí, Señor!’, entrará en el Reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos… Aléjense de mí, ustedes que hacen el mal” (Mt 7,21.23).

Es decir, si las oraciones no van acompañadas por nuestro compromiso de ser justos, de no dañar a los otros, de hacer el bien a los demás, sobre todo a quienes más sufren, entonces Dios no nos escucha. Toma en cuenta las Misas, porque es el sacrificio de Jesús y ministerio de su Iglesia, pero personalmente no nos aprovechan como debería ser. Si no salimos con una nueva vida después de la pandemia, habremos perdido el tiempo.

Con todo, Jesús nos invita a perseverar en la oración, como cuando contó a sus discípulos aquella parábola del juez injusto que hizo justicia a una pobre viuda por la insistencia de ésta: “Jesús contó una parábola para enseñar a sus discípulos que debían orar siempre sin desanimarse” (Lc 18,1). Es lo mismo que recomienda el apóstol Pablo: “Dedíquense a la oración, perseverando en ella con corazón agradecido. Oren también por nosotros” (Col 4,2-3). Y Jesús dice: “Todo cuanto rueguen y pidan a Dios, crean que ya lo han conseguido y lo obtendrán. Y cuando se pongan de pie para orar, perdonen si tienen algo contra alguno, para que su Padre, que está en el cielo, les perdone a ustedes sus faltas” (Mc 11,24-25).

ACTUAR

Que la pandemia sea una ocasión de cambiar aquello de nuestra vida que no sea conforme con la Palabra de Dios. Si es así, sacaremos bien del mal. Haremos con más confianza nuestras oraciones, aunque siempre dispuestos a acatar la voluntad de nuestro buen Padre Dios, que nos ama y nunca nos abandona, a pesar de que no seamos merecedores de sus gracias.

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Felipe Arizmendi Esquivel

Nació en Chiltepec el 1 de mayo de 1940. Estudió Humanidades y Filosofía en el Seminario de Toluca, de 1952 a 1959. Cursó la Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, España, de 1959 a 1963, obteniendo la licenciatura en Teología Dogmática. Por su cuenta, se especializó en Liturgia. Fue ordenado sacerdote el 25 de agosto de 1963 en Toluca. Sirvió como Vicario Parroquial en tres parroquias por tres años y medio y fue párroco de una comunidad indígena otomí, de 1967 a 1970. Fue Director Espiritual del Seminario de Toluca por diez años, y Rector del mismo de 1981 a 1991. El 7 de marzo de 1991, fue ordenado obispo de la diócesis de Tapachula, donde estuvo hasta el 30 de abril del año 2000. El 1 de mayo del 2000, inició su ministerio episcopal como XLVI obispo de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una de las diócesis más antiguas de México, erigida en 1539; allí sirvió por casi 18 años. Ha ocupado diversos cargos en la Conferencia del Episcopado Mexicano y en el CELAM. El 3 de noviembre de 2017, el Papa Francisco le aceptó, por edad, su renuncia al servicio episcopal en esta diócesis, que entregó a su sucesor el 3 de enero de 2018. Desde entonces, reside en la ciudad de Toluca. Desde 1979, escribe artículos de actualidad en varios medios religiosos y civiles. Es autor de varias publicaciones.

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