(zenit – 8 sept. 2020).- Hoy la Iglesia celebra la fiesta del Nacimiento de la Virgen María, Madre de Jesús y Madre nuestra. En zenit, el sacerdote español Alejandro Vazquez- Dodero relata los orígenes de esta fiesta y expone algunos consejos para vivirla mejor.
El nacimiento de la Santísima Virgen María significa despojar a la tierra de esas tinieblas del pecado en que estuvo envuelta. Con Ella se anuncia la proximidad de esa otra luz, salvadora, la de su Hijo Jesús: “por tu nacimiento, Virgen Madre de Dios, anunciaste la alegría a todo el mundo: de ti nació el Sol de justicia, Cristo, Dios nuestro” –Oficio de Laudes del 8 de septiembre–.
La Natividad de María es una de las trece fiestas marianas del calendario romano general de la Iglesia católica. Se celebra el 8 de septiembre, nueve meses después de la dedicada a la Inmaculada Concepción de la Virgen que se celebra el 8 de diciembre.
La Iglesia tan solo acepta la celebración del nacimiento de Cristo –25 de diciembre–, el Bautista –24 de junio– y la Virgen.
Por María los hijos de la tierra comenzaron a serlo también del cielo, pues ambos órdenes quedaron admirablemente reconciliados entre sí.
Una luz escondida esperada desde antiguo
Ya desde su infancia nuestra Señora invita a la humildad, a ese obrar tan solo por servir al prójimo, sin querer lucir, solo por amor. Eso hizo Ella desde que nació. Ninguno de sus contemporáneos cayó en la cuenta de lo que estaba sucediendo. Solo los ángeles del cielo hicieron fiesta.
Descendiente de David, como había señalado el profeta hablando del Mesías —“saldrá un vástago de la cepa de Jesé y de sus raíces florecerá un retoño”(Is 11, 1)— y como confirma San Pablo cuando escribe a los Romanos acerca de Jesucristo, “nacido del linaje de David según la carne”(Rm 1, 3).
Al celebrar fiestas marianas como la de hoy, y en bastantes momentos de cada jornada corriente, los cristianos pensamos muchas veces en la Virgen, como Madre nuestra que es. Si aprovechamos esos instantes, imaginando cómo se conduciría Nuestra Madre en las tareas que nosotros hemos de realizar, poco a poco acabaremos pareciéndonos a Ella.
Imaginarla hoy recién nacida, una niña preciosa, del todo pura y sin pecado original, nos invita a una piedad tierna, a una confianza y abandono en las manos de quien llegaría a ser nuestra madre por ser Madre de Dios. Piedad tierna y recia al mismo tiempo, pues esa niña, ya adulta, ya madre, sufriría con entereza y fortaleza la muerte ignominiosa de su hijo, de nuestro hermano, Jesucristo.
¿Quiénes serían los padres de la Virgen?
El Nuevo Testamento no dice nada del lugar ni de la fecha del nacimiento de la Virgen María. Tampoco de quiénes eran sus padres, ni de las circunstancias de su nacimiento. Las referencias más antiguas se encuentran en los evangelios apócrifos.
Es el denominado Protoevangelio de Santiago, escrito en el siglo II, el que nos presenta a los padres de la Virgen. Se llaman Joaquín y Ana. Ella era estéril; él afligido por el rechazo social al no tener descendencia, pero hombre de fe. Ana reza a Dios lamentándose de su infertilidad. Un ángel se le presenta y le dice que concebirá y dará a luz. Enseguida el ángel le comunica la noticia a Joaquín. Por ello, el nacimiento de María se presenta como milagroso. Relatos parecidos recogen el Evangelio de la Natividad de María en el pseudo-Mateo y en el Evangelio armenio de la infancia.
Esta fiesta, como la de la Asunción, tiene su origen en Jerusalén. Comenzó en el siglo V como la fiesta de la basílica –Sanctae Mariae ubi nata est–, emplazada en el supuesto lugar donde nació María, actualmente la basílica de Santa Ana, en Jerusalén. Aunque hay quienes sostienen que nació en Nazaret, Belén o Séforis.