(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 13.01.2022).- Siguiendo una tradición que se remonta al menos a 1929, el Papa Francisco recibió en audiencia privada a un grupo de la Acción Católica de Francia. La audiencia se desarrolló en el Aula de las Bendiciones, la mañana del jueves 13 de enero.
En su discurso a los participantes, el Papa reflexionó en el llamado a ser apóstoles eficaces, partiendo de la revisión de vida. El Papa inicio la reflexión recordando a los discípulos que en el camino de Emaús hacen memoria de lo que han vivido tras lo cual reconocen la presencia de Dios en esos acontecimientos para luego ponerse en acción como anunciadores. A continuación los tres puntos de ese discurso con encabezados que hemos agregado desde ZENIT: “Ver, juzgar, actuar: ¡conoces bien estas tres palabras! Subámoslos juntos”, dijo el Papa.
1) Ver
Esta primera etapa es básica; consiste en detenerse a observar los acontecimientos que conforman nuestra vida, lo que constituye nuestra historia, nuestras raíces familiares, culturales y cristianas. La pedagogía de la Acción Católica comienza siempre con un momento de memoria, en el sentido más fuerte del término: una «anamnesis», es decir, comprender a posteriori el sentido de lo que se es y de lo que se ha vivido, y percibir cómo Dios estaba presente en cada momento. La sutileza y la delicadeza de la acción del Señor en nuestra vida nos impide a veces comprenderla en el momento, y hace falta esta distancia para captar su coherencia. La Encíclica «Hermanos todos», que sus grupos han estudiado, comienza con una mirada a la situación, a veces preocupante, de nuestro mundo. Puede parecer un poco pesimista, pero es necesario para avanzar: «Sin memoria nunca podremos avanzar, no podemos crecer sin una memoria integral y luminosa» (nº 249).
2) Juzgar
La segunda etapa consiste en juzgar o, podríamos decir, discernir. Es el momento en el que nos permitimos cuestionar, desafiar. La clave de esta etapa es la referencia a la Sagrada Escritura. Se trata de aceptar que la propia vida está sometida al escrutinio de la Palabra de Dios, que, como dice la Carta a los Hebreos, «es viva, eficaz y más cortante que cualquier espada de dos filos; […] discierne los sentimientos y los pensamientos del corazón» (4,12). En Fratelli tutti he elegido la parábola del buen samaritano para cuestionar nuestra relación con el mundo, con los demás, especialmente con los más pobres. En el encuentro entre los acontecimientos del mundo y de nuestra vida, por un lado, y la Palabra de Dios, por otro, podemos discernir las llamadas que el Señor nos hace. Vuestros movimientos de Acción Católica han desarrollado, en su historia, verdaderas prácticas sinodales, especialmente en la vida de grupo, que es la base de vuestra experiencia. La Iglesia en su conjunto también está inmersa en un proceso sinodal, y cuento con su contribución. Recordemos, a este respecto, que la sinodalidad no es una mera discusión. No es un «adjetivo».
Nunca adjetivar la sustancialidad de la vida. La sinodalidad tampoco es la búsqueda del consenso de la mayoría, eso lo hace un parlamento, como se hace en política. No se trata de un plan, de un programa a aplicar. No. Es un estilo que hay que adoptar, en el que el protagonista principal es el Espíritu Santo, que se expresa ante todo en la Palabra de Dios, leída, meditada y compartida en común. Tomemos la imagen concreta de la cruz: tiene un brazo vertical y otro horizontal. El brazo horizontal es nuestra vida, nuestra historia, nuestra humanidad. El brazo vertical es el Señor que viene a visitarnos con su Palabra y su Espíritu, para dar sentido a lo que vivimos. Fijarse en la cruz de Jesús, como dice san Pablo (cf. Ga 2,19), significa precisamente aceptar poner mi vida bajo su mirada, aceptar este encuentro entre mi pobre humanidad y su divinidad transformadora. Por favor, den siempre un lugar importante a la Palabra de Dios en la vida de sus grupos. Y dar igual espacio a la oración, a la interioridad, a la adoración.
3) Actuar
Y llegamos a la tercera etapa: la acción. El Evangelio nos enseña que la acción -que está en el nombre mismo de su movimiento- debe tener siempre la iniciativa de Dios. Después de la resurrección, San Marcos relata que «el Señor actuó junto con [los Apóstoles] y confirmó la Palabra con los signos que la acompañaban» (16:20). Así, «la acción pertenece al Señor: es Él quien tiene el derecho exclusivo de actuar, caminando ‘de incógnito’ en la historia que habitamos». (Discurso a la Acción Católica Italiana, 30 de abril de 2021). Nuestro papel es, por tanto, apoyar y animar la acción de Dios en los corazones, adaptándonos a la realidad que evoluciona constantemente. Las personas a las que llegan sus movimientos -pienso en particular en los jóvenes- no son las mismas que hace unos años. Hoy en día, sobre todo en Europa, quienes acuden a los movimientos cristianos son más escépticos respecto a las instituciones, buscan relaciones menos exigentes y más efímeras. Son más sensibles a la afectividad, y por lo tanto más vulnerables, más frágiles que las generaciones anteriores, menos arraigadas en la fe, pero sin embargo en busca de sentido y de verdad, y no menos generosas. Es vuestra misión, como Acción Católica, llegar a ellos tal como son, hacerles crecer en el amor a Cristo y al prójimo, y llevarles a un mayor compromiso concreto, para que sean protagonistas en su propia vida y en la vida de la Iglesia, para que el mundo cambie.