(ZENIT Noticias / Kiev, 14.03.2022).- En la comunicación en el décimo séptimo día de invasión el Arzobispo Mayor de los Greco Católicos, Su Beatitud Sviatoslav Shevchuk, hace notar, entre otras cosas, cómo no se puede enterrar a los muertos y cómo incluso los rusos no aceptan los cadáveres de sus propios soldados para enterrarlos cristianamente. A continuación el texto en español de la comunicación.
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¡Alabado sea Jesucristo!
Queridos hermanos y hermanas en Cristo. Hoy es el 12 de marzo de 2022 y Ucrania sufre el 17º día de esta espantosa guerra.
La guerra es siempre un fracaso para la humanidad. La guerra es siempre un momento de desgracia, un momento en que se humilla la dignidad del hombre.
Cuando luchamos por la paz, es posible alcanzarlo todo. Cuando comienza la guerra, podemos perderlo todo.
Hoy vemos en Ucrania un gran desprecio por la dignidad humana. Con la guerra el hombre pierde su humanidad. Con la guerra el ser humano se deshumaniza, en particular, aquel que comienza la guerra. El que inicia la guerra, se empequeñece en cuanto ser humano. El que mata a otro, primero que nada, destruye la humanidad en sí mismo, destruye su propia dignidad humana.
¿Qué podemos hacer nosotros como cristianos para contrarrestar este desprecio de la humanidad durante la guerra en Ucrania?
En primer lugar, tenemos que hacer obras de misericordia. Debemos hacer todo lo posible para mostrar respeto por la dignidad humana.
Hoy rezamos por nuestro ejército ucraniano, que defiende y reafirma esta dignidad. Rezamos hoy por la población civil de Ucrania, por nuestros refugiados, por los que se han quedado en frías ciudades y pueblos sitiados sin agua, sin comida, sin calefacción… nos acordamos de ellos y queremos ayudarles.
Hoy Ucrania lucha por los corredores humanitarios, por una forma de salvar a las personas respetando su dignidad, independientemente de la lengua que hablen, de la pertenencia a una o a otra nación, independientemente de la iglesia con la cual comulguen. Hoy en Ucrania hay una guerra por la dignidad humana…
Hoy nos enfrentamos a otro gran reto, con otra forma de desprecio de la dignidad humana. Sabemos que enterrar a los muertos es una de las obras de misericordia para el cuerpo del prójimo. Nos encontramos ahora con el hecho flagrante de que el agresor ruso que ha entrado en suelo ucraniano no respeta los cuerpos de sus propios muertos. No quiere rendir el debido respeto a los muertos en Ucrania. Y aunque nuestros voluntarios, nuestra buena gente, quiere entregar los cuerpos de los rusos que han muerto, nadie quiere aceptarlos para enterrarlos con dignidad.
En verdad hoy en Ucrania vemos montañas de cadáveres, ríos de sangre y un mar de lágrimas.
Nos duele el corazón al ver cómo miles de personas son enterradas sin una oración, sin respeto cristiano, sin una sepultura cristiana, en enormes fosas comunes, sin sus nombres… Tan sólo en la ciudad de Mariúpol, según los datos oficiales, casi 1.500 civiles murieron en estos días y fueron enterrados en fosas comunes… entierros masivos.
Qué importante es para nosotros, hoy, mostrar nuestro respeto por los cuerpos de los muertos… ya sea militares o civiles. Los cuerpos de nuestros soldados ucranianos son recibidos por nuestro pueblo de rodillas cuando son devueltos a sus ciudades, a sus pueblos, a sus familias.
Por eso, hoy, este sábado, hago un llamamiento a todos nuestros sacerdotes, a nuestros fieles en Ucrania y en todo el mundo, para celebren Misas y recen por las almas de los difuntos, como signo de nuestro respeto, por los que han muerto en las tierras de Ucrania, como consecuencia de esta guerra inhumana y horrible.
Recemos hoy por aquellos por los que no sonaron las campanas de la iglesia, por los que sin ser llorados fueron enterrados en fosas comunes. Recemos por aquellos por los que no se elevó ninguna oración cristiana. Mostrémosle nuestra misericordia incluso a los cuerpos de los que han muerto, y así salvaguardemos la persona y la dignidad humana en Ucrania.
¡Sea para ellos el recuerdo eterno!
La bendición del Señor y su misericordia descienda sobre ustedes por su divina gracia y amor y permanezcan ahora y siempre y por los siglos de los siglos, amén.
¡Alabado sea Jesucristo!